Capítulo III: Salvada dos veces

1711 Words
Meissa trajo una manta para que Ari pudiera cobijarse, el dormiría en el sofá, el hombre estaba sentado —¿Tienes frío? Él asintió despacio, Meissa tomó sus manos y las sintió heladas, de pronto las frotó contra las suyas, tratando de darles algo de calor, esa sensación fue tan suave e inesperada, que Ari se quedó perplejo, ninguna mujer había tocado sus manos de esa manera, ella parecía ser diferente a lo que creyó. Miró su rostro y no dejó de verlo, pero ella sintió la fuerza de su mirada y tuvo el raro presentimiento de que Ari era alguien diferente a cualquier otra persona, pero ella no tenía a nadie en el mundo, no quería sentirse sola de nuevo, alejó sus manos y él se recostó sobre el sofá. Ella lo cobijó —Buenas noches, Ari. —Buenas noches, Meissa —dijo él Ella fue a dormir a la habitación, cerró la puerta, quería tomar una ducha, pero solo al recostarse en la cama, cayó rendida, no pudo despertar. Ari tenía los ojos abiertos, mirando al techo blanco, miró sus manos recordando esa caricia, y la forma en que lo cobijó, ¿Quién era ella? No era la mujer malvada y asesina, que tanto le juraron, él sonrió, era un gesto irónico, se levantó y caminó a la habitación, abrió con cuidado, cuando la vio ahí recostada, recordó aquella conversación «—¡Es mi decisión! Ariel Rochester estaba sentado frente a él, con los codos sobre sus piernas y sus manos sosteniendo el mentón, lo miraba con ojos pequeños y rabiosos —¿Desde cuándo me dices tú que hacer? Manuel sintió mucha rabia, nadie podía hablarle así a un Rochester, menos al jefe —¡Yo soy el jefe, soy quien da las ordenes! —No, ¿Olvidaste que me nombraste jefe a mí? Mariano bajó la vista, si le quitaba ahora el poder, después jamás lo asumiría, y le había tomado años traerlo aquí —Bien, ¿Acaso no puedes cumplir con la última voluntad de tu viejo querido? Ariel suspiró, pero su rostro se volvió hostil, odiaba los chantajes, más de su abuelo —Bien, lo haré. El abuelo Mariano formó una gran sonrisa —Solo es un mero trámite, Ariel, ella será tu esposa, pero será solo un papel, apenas venga aquí, serás tú mismo quien le haga pagar la muerte de Inna, y no te contengas, libera toda tu frustración y rabia con ella, quiero que sufra por quitarme a mi querida nieta» Ariel Rochester miró a Meissa, observó su rostro pálido, no tenía ninguna manta para cobijarse, ella se había quitado la manta para dársela a él, eso resultó contradictorio, ¿Qué clase de asesina podía pensar en el prójimo antes que en ella misma?, la observó bien, tal cual estaba durmiendo, y su imagen, parecía un tierno querubín, más joven de lo que era, ¿Cómo había matado está mujer a la heredera Rochester? Ariel sabía que habían sido buenas amigas. Se acercó despacio, pudo escuchar su respiración suave, quitó uno de sus mechones castaños de su rostro, para observarla bien. Pensó que, si pudiera matarla, era tan fácil ahí mismo, él en realidad no quería torturarla, en realidad no lo controlaba la venganza, después de todo, nunca conoció a su media hermana Inna, nunca tuvieron un lazo de familiaridad siquiera para sentir rabia por su muerte prematura. Ariel fue el primer hijo de Jonathan Rochester, en aquel entonces, su abuelo Mariano solo era un líder de mafia, pero Jonathan harto de esa vida, y habiendo encontrado a una mujer de la que se enamoró perdidamente, decidió irse con ella, y abandonar a la familia, se casó y tuvo a Ariel. La vida parecía perfecta, pero su madre los abandonó, entonces su padre y él volvieron con el abuelo, luego su padre tuvo otra mujer, para finalmente morir y dejarlo huérfano. Pero, su abuelo lo envió con la mafia latina para volverlo un hombre de poder. Cuando volvió al ahora, observó a Meissa moverse de un lado a otro, Ari tocó su rostro con el dorso de su mano, en una caricia tan dulce, fue extraño, Ariel Rochester sintió como su piel se estremecía al contacto con esa mujer. A la mañana siguiente, Meissa abrió los ojos, se levantó de prisa al recordar a su invitado, cuando fue a la sala no vio a nadie, su corazón empequeñeció, ¿Ari se fue y la abandonó sin despedirse? Ella tomó asiento en una silla, su rostro estaba decepcionado «De todas formas, siempre estoy sola» pensó con tristeza, pero la puerta del baño se abrió y ahí estaba él, ella esbozó una clara sonrisa, ahora a la luz del día podía verlo bien, sus ojos eran más azules, y tenía ese porte, uno que le decía que no era un simple vagabundo de la calle —Buenos días —dijo con el gesto serio —Buenos días —dijo ella —Bien, ¿Quieres un café? Él asintió, ella miró en la alacena, no había nada de nada, Meissa le pidió que esperara, y salió a toda prisa a comprar algo de provisiones. Ariel sacó su móvil y llamó al señor King, era su chofer y guardia personal, él le dijo que no volviera por él, no por ahora, que él lo llamaría después. Meissa volvió después, y trajo consigo víveres, pero también trajo un cambio de ropa para Ari —¿Por qué gastaste en mí? —exclamó incrédulo —Bueno, tú no tienes dinero, o ropa, tómalo como que te devuelvo el favor que me hiciste anoche al salvarme. Él tomó la ropa, y luego fue al baño a cambiarse. Luego, Meissa se bañó y cambió, desayunaron juntos, era raro para Ari desayunar con alguien, siempre lo hacía solo. —¿Tienes un trabajo, Ari? Él negó —Buscaré hoy. Ella le miró bien —Yo iré con mi amiga Sara, tiene un trabajo para mí. —Meissa, no tengo a donde ir, ¿Podría quedarme aquí? Sería algo provisional, mientras encuentro donde vivir. Ella observó su rostro, sus ojos azules le parecieron limpios, brillantes y buenos, ella nunca tuvo una familia real, ni siquiera su hermana la quería ahora, pero, podía comenzar de nuevo, atrás quedó el recuerdo cruel de los Rochester, y pensó que tal vez Ari podría ser su amigo y una luz en su camino —Quédate, por favor. Meissa se reunió con Sara en la calle Ruiz, ella le dijo que esperara, pronto llegó una camioneta de un vendedor de rosas, ambas compraron tres docenas para revenderlas en las calles —Meissa, eres demasiado confiada, si ese hombre es un criminal… —Parece que olvidas que antes de ayer, también era una criminal. Sara rio un poco —Bueno, Meissa, es tu decisión, pero cuídate. Ella aceptó. Meissa fue hasta la última calle, comenzó a ofrecer rosas a los transeúntes, y en cada semáforo rojo, seguía ofertando sus rosas, pronto pudo vender algunas. —¿Meissa Alcázar? Esa voz de pronto sonó como la de sus pesadillas, cuando se giró pudo verla bien, ante ella estaba Nuria Limmer acompañada de otra compañera de la universidad. Meissa sintió que un nudo se formaba en su garganta, tiempo atrás Nuria y ella fueron las mejores amigas, junto a Inna, siempre juntas, jurándose lealtad, pero aquel día del accidente, Nuria no titubeó en apuntarla con el dedo y acusarla de ese crimen como si fuera un asesinato y no el accidente que Meissa solía recordar —Nuria… —¿Cómo es que quedaste libre? ¡Es una injusticia! No debiste salir de la cárcel, jamás. —¡Oh, pero mira! Es Meissa Alcázar, la primera de la facultad, ahora convertida en una simple vendedora de rosas. Las mejillas de Meissa enrojecieron, pero no de vergüenza, sino de estupor de ver a esas mujeres —¡Asesina! —gritó Nuria—. ¡Ella es una asesina! —exclamó con voz alta, y los posibles compradores que escucharon se alejaron de inmediato, Meissa sintió rabia, pero Nuria la abofeteó con fuerza, Meissa sintió furia, y devolvió el golpe con más fuerza de modo que la mujer tambaleó y cayó al suelo, cuando se irguió sintió mucho coraje, las mujeres se fueron y Meissa se fue a otra esquina, donde nadie la hubiese visto para terminar su venta. Ariel Rochester estaba en la empresa, vestía con la elegancia de siempre, escuchaba a sus empleados, cuando la junta finalizó, se quedó a solas, pensó en ella, Meissa vino a su mente, sonrió al recordar la forma en que ella había frotado sus manos para resguardarlo del frío. Se levantó y pidió al señor King que lo llevara de vuelta a casa, ya debía ser la hora en que Meissa volviera «No parece ser la asesina despiadada que mi abuelo dijo, debo estar con ella un poco más y averiguar toda la verdad, si es una asesina obedeceré la orden de mi abuelo, pero si no… bueno, podría ser mi esposa por siempre…» pensó Meissa vendió una docena de rosas, pese a que no era la cantidad de la meta que se había propuesto, y considerando ser su primer día, era una venta admirable, ella estaba agotada, caminó para ir a casa, cuando de pronto dos hombres le cerraron el camino, ella se quedó atónita y tuvo temor de que ellos fueran hombres de los Rochester —¡Aquí está la asesina que mató a Inna Rochester! Te hemos traído un mensaje de Nuria Limmer para ti. Ella respiró al escuchar ese nombre, podría huir de los hombres de Limmer, pero nunca así de los Rochester, estuvo segura, pero aún así tuvo un miedo atroz de que su vida ahora dependía de un hilo, la adrenalina recorrió su sangre, estaba por correr de prisa, y de pronto de la nada, él apareció, tenía un revolver en cada mano —Si la dañan, los mato —su voz parecía el gruñido de un leopardo, los hombres se volvieron casi pequeños ante el depredador y abandonaron sus ansias de lastimar a la mujer indefensa, Meissa sintió un gran alivio, él volvía a salvarla, ante sus ojos de nuevo estaba Ari, y era su héroe favorito.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD