Estaba frío, anonadado. La sorpresa lo había dejado varado ahí.
Edmund volvió su cabeza hacia otra dirección, para pestañear varias veces de manera disimulada, pretendiendo despertarse, pero no sucedió.
Era real.
¿En serio su abejita le había dicho que él le gustaba?
Joder...
Eso jodía más las cosas.
Desde que se dio cuenta de que su abejita le gustaba, que le atraía como la sangre al tiburón, pensaba que eso nunca sería correspondido. Nunca.
Ni en sus mejores sueños se imaginó eso.
Y ahora se enteraba de que su abejita gustaba de él...
Quería golpear su cabeza contra el borde de la cubierta debido a la impresión. Pero, era claro que ella se espantaría. Además sería muy demente de su parte.
Respiró profundamente, estaba entre la espada y la pared.
Sabía, con exactitud que todo l
