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1805 Words
—¿Por qué decidiste venir a este lugar? —le pregunto la chica. Su cóctel de frutas tenía demasiado yogurt, sus dedos apretaban el fierro del tenedor. —Por que mis papás querían que saliera a socializar un poco. La verdad es que soy un parásito y quieren que cambie mi forma de ser. ¡Que cosas tan más chistosas! Comencé a imaginar que sus padres eran personas agradables y directas. Querían lo mejor para su hijo y ese chico si que necesitaba cambiar su forma de ser. Parecía querer aparentar ser un matón, aunque muy en el fondo se escondía un chico con pasado. —¿Un parásito? Eso suena chistoso. ¿Por qué dices que eres un parásito? —le pregunté. Yo también solía ser directo con mis preguntas. —Pues porqué es la verdad. Soy muy flojo, no trabajo, me va bien en la escuela y suelo ser muy antisocial. ¡Me encantan los cómics! Se todo sobre el universo Marvel y DC. También tengo algunos pensamientos extraños sobre asesinar y cosas así. ¡Pero no se espanten! Zuri y yo nos empezamos a reír. Obviamente este chico tenía algo chistoso en su forma de ser. Sus ojos parecían de color n***o y sus pestañas largas cómo de vaca le hacían ver muy tierno. —La neta no das miedo. Puedes estar tranquilo, no me conoces aún —le dije. Su mirada se quedó pensando en mis palabras, no dejaba de mirarme. ¡Obviamente yo era él matón! —¿Y cuantos años tienes? —pregunto Zuri. —Dieciséis. Casi diecisiete. ¿Y tú? —Tengo veintiséis. ¡Quedé estupefacto! No pude evitar mirarla con mucha sorpresa, mis ojos se abrieron de golpe. ¡Ella no parecía de veintiséis! —¿De verdad? Yo pensé que tenías como veintidós —le dije. Ella al sonrió. —¡De verdad tengo veintiséis! Es común que me digan eso, siempre me lo suelen decir, que porque me veo muy chica. ¡Dicen! —¡No puede ser! Bueno aunque aparentas menos edad, yo soy el más chico de aquí. Tengo dieciséis. Cumplo diecisiete dentro de un año. Estábamos por terminar el desayuno cuando el general Roger entro a la cafetería. Esta vez su bermuda era de color verde militar y su playera era una tipo polo blanca. —¡Buenos días a todos! —dijo él. Se escuchó una respuesta al unísono. Se detuvo justo a la mitad de la cafetería. —Veo que ya todos hicieron amigos. De eso se trata este campamento —él hizo referencia a como es que en cada mesa había grupitos de chicos conviviendo—. Cómo se darán cuenta hay chicos y chicas de diferentes estados. Estado de México, Puebla, Guerrero, Monterrey, Sinaloa, Veracruz y Morelos. ¡Bienvenidos al campamento Jojutla! Todos comenzamos a aplaudir. La emoción y las sonrisas no podían faltar. El general parecía ser un tipo amigable. —¡No la pasaremos bien! —le dije a Zuri. Ella asintió y le sonrió a Freddy. —¡Por supuesto! Creo que pasaremos por cosas muy divertidas. Los aplausos dejaron de escucharse. —Bien. Los talleres comenzarán el día de mañana. Es necesario que hoy se anoten en los talleres que más les interesen. Afuera de la cafetería hay cinco urnas. Una corresponde a cada taller. ¡No olviden registrarse! Y por supuesto, mañana hay fiesta después de terminar la hora de clases. ¡Están cordialmente invitados! —¿Una fiesta? —dijo Freddy. Parecía pensar en eso como si fuese un problema—. ¡Yo no voy a fiestas! —Pues mañana irás a una —le dije—. Nosotros estaremos allí, te haremos compañía. Y se sentía bien el hecho de poder hablar con confianza. Zuri y Freddy no me ponían nervioso. —¿Qué taller elegirás? —le pregunto Zuri. —Construcción. Pienso que allí yo podría desahogar mi estrés emocional. —¡Suena bien! Nosotros también nos inscribiremos a ese taller. —¿Crees que nos enseñen a construir casas? —Yo creo que sí. ¡Después de todo esté campamento parece ser muy prometedor! Sonreímos. Terminamos de desayunar y salimos se allí. En las urnas había muchos chicos escribiendo en trozos de papel su nombre completo para poder ingresarlo en la inscripción correspondiente. Tomé dos trozos de hoja y un lapicero de tinta azul. Escribí mi nombre. Dan Hernández Saucedo. Metí un papel en la urna del taller de construcción y el otro en la urna se agricultura. ¡Lo tenía bien decidido! —¡Listo! Ya estoy inscrito. Alfredo estaba sentado sobre un cofre de madera. —¡Bien! ¿Puedes ayudarme a llevar esto? Hace algunos minutos que yo terminé de inscribirme. El cofre estaba pesado. Parecía que traía piedras. —¿Por qué pesa tanto? —Porque es de madera maciza y por qué traigo mi almacén de cosas para todo esté tiempo. —Supongo que cargas piedras ¿No? —Si. Traigo algunas geodas que me regaló mi papá. ¡Un chico que carga piedras! Zuri nos había abandonado, decidió ir a su cabaña terminar de instalar sus cosas. Justo íbamos llegando a la puerta cuando el general Roger se acercó a nosotros. —¡Muchachos! Tienen un nuevo compañero. ¿Nuevo compañero? Solo había dos camas. —Esta bien. Detrás del general venía un mucho de mi estatura. Su mochila colgaba en su hombro derecho y su mano cargaba una maleta de color azul marino. —Les presentó a César. César, tus compañeros de cabaña. El chico nos saludo. Correspondí a su saludó. —Soy Dan. ¡Mucho gusto! Entramos a la cabaña, bajamos el cofre justo a un lado de los clósets. El general entro a la habitación, la examinó a detalle y parecía conforme. —Bien César, pues está será tu cabaña. Cualquier cosa que necesites me avisas —dijo el general. —¿Traerán otra cama? —le pregunté a Roger. Roger se me quedó mirando y comenzó a reírse. —No. No tenemos más canas disponibles. —¿Y entonces? —le pregunté. Mis compañeros también miraban a Roger pidiendo alguna respuesta. ¡Se necesitaba una cama extra! —Tendrán que compartir la cama. Verán, está es la única cabaña en todo el campamento que tiene dos camas matrimoniales. No veo ningún problema en que alguno de ustedes comparta la cama con César. ¿O tienes algún problema César? —No hay problema Roger. No me molesta compartir la cama con alguno de ellos. —¡Pero…! —repuso Alfredo. —¡Ya sé! ¿Quién llegó primero? Levanté la mano rápidamente. ¿Alguna vez había compartido la cama col algún chico? Solamente con mi hermano. —¡Problema resuelto! Alfredo, tú compartirás la cama con César. Y aunque Freddy quiso oponerse a esa idea, al final accedió. Roger nos abandono después de algunos minutos. Le leyó la cartilla de reglas a César. —¿Y de dónde eres? —le pregunté. —Soy de Veracruz pero vivo en Puebla. ¡Ahora todos los de Puebla vivían aquí! Me reí un poco. —Tu asentó es un tanto peculiar. César sonrió. Sus labios se curvaron y la barba en su rostro parecía brillar de intensidad en color n***o. Su bigote le hacía ver muy bien y sus ojos tenían un brillo encantador. —Lo que pasa es que estuve viviendo en Estados Unidos por varios años. Viví allí desde los ocho y hace como dos años que regrese a México. ¡Por eso el asentó chistoso! —¡Así que sabes inglés! —Si. Aprendí a hablarlo. Me sentí emocionado de tener un amigo bilingüe. Bueno, aún no éramos amigos, pero pensé que podríamos serlo. —¿Y cuantos años tienes?—pregunto Freddy. —Tengo veintidós. ¡Yo seguía siendo el más chico del grupo! —¡Ojalá no te incomode el hecho de estar viviendo con este par de adolescentes! —¿Ustedes…? —Los dos tenemos dieciséis —respondí. —¿Qué música escuchan? —Yo escucho de todo. Bueno, casi todo. —Me gusta el metal y soy súper fan de Morat —dijo Alfredo. No me gustaba Morat. —Pues yo escucho de todo. ¿Quieren poner algo de música? Traje una bocina Bluetooth para que suene más chido. Alfredo quiso dar ambiente con sus gustos musicales. No eran de mi agrado. ¡Para que dije que escuchaba de todo! Bueno es que en realidad si escuchaba de todo. Mi playlist tenía toques depresivos, solitarios, tristes y luego contrastaba con letras más abiertas, más alegres y más locas. Música independiente y reguetón. En inglés y en alemán. ¡Tú dime! Mis gustos musicales eran muy chistosos y por eso es que yo no era el tipo de persona que compartía su música con los demás. Regularmente solía enchufar los audífonos y me pedía en mi mundo con música que me hiciera sentir las emociones de estar con vida. Los chamacos empezaron a acomodar sus cosas. Yo estaba escribiendo en mi celular un poco de todo lo que había pasado y estaba pasando. ¡Sí! Solía escribir en mi aplicación de notas, tenía un diario virtual donde podía expresarme de todas las formas posibles y sin pena algúna. A eso de las dos treinta fuimos a comer. —Zuri. Él es César. César, Zuri. Los dos intercambiaron saludos. —¿Qué haremos está noche? —pregunto Alfredo. Nadie sugería nada. Todos estaban concentrados en sus platos llenos de comida. —Podríamos ir a caminar. Cuando venía para acá vi que había un riachuelo. —¡Yo también lo vi! Pues podemos comprar algo de botanas y salir a caminar —sugirió Zuri. —Bueno. No tengo nada mejor que hacer. Esta bien. ¿Me compras unos cheteos? En ese momento supe que Alfredo era muy agarrado. —¡Claro! Dame dinero. Sus ojos se quedaron paralizados por algunos segundos. —No tengo. Pensé que me los ibas a invitar. ¡Canijo chamaco! Fuimos a la tienda y compramos las botanas. Me compré unos Cheetos Flamin hot. Caminamos por el campamento, fuimos a explorar como los niños explotadores que somos. —Escuche que esté año hubo sobrecupo en el campamento. ¡No saben dónde poner a los recién llegados! —¡Siguen llegando! Zuri asintió. —Yo creo que por eso César vivirá con ustedes. —Pues Alfredo compartirá la cama con él —¿Y tú? Su pregunta me desconcertó. —¿Yo qué? —¿Compartirás la cama con algún chico que no tenga donde dormir? Me lo pensé unos segundos. —¡Probablemente le daría la mitad de mi cama a ese chico! Solo espero que no llegue alguien más y nos pida posada. Zuri comenzó a reírse.
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