Él lo planeó.
Lo supe en cuanto la policía llegó al almacén pero solo me detuvieron a mi.
La vida con mi madre nunca fue sencilla. Nunca supe quien era mi padre y estoy bastante seguro que ella tampoco lo sabía con seguridad. Su trabajo era estar con esos hombres, algunos le pedían no usar protección y si pagaban lo suficiente ella los complacía.
Nunca la juzgué.
Su vida no fue fácil pero se las arregló para cuidar de mi. Fue una madre poco convencional pero fue una madre o lo más parecido a eso. Así que cuando llegó ese hombre: Derek Walk y le ofreció matrimonio a cambio de sumisión y silencio ella aceptó, aceptó por mi y aceptó por ella misma.
Era la mejor oferta que recibiría jamás, saldríamos de este vertedero para obtener una vida de lujos casi obscenos, todo mejoraría, o eso me dijo.
Y lo hizo.
Para ella.
Se convirtió en la perfecta esposa trofeo, tuvo un hijo con el hombre y así aseguró su futuro, pero yo… yo tendría que luchar para asegurar el mio.
Mi vida no fue sencilla, eso usualmente viene acompañado de mucho dolor y ese dolor de muchas lecciones, aprendizajes… lecciones.
Duras.
Eso me hizo astuto, inteligente, siempre fui muy bueno leyendo entre líneas, descubriendo las verdaderas intenciones de las personas, complaciéndolas antes de que siquiera abrieran la boca. Sabía lo que los demás querían escuchar y se los decía, sabía lo que los demás esperaban de mi y les complací antes de que pudieran pedirlo.
Derek Walk no fue la excepción.
Me di cuenta de su dinámica familiar antes que nadie: Azael Walk, mi hermanastro era su hijo dorado, el hijo perfecto, el heredero. Ada era el chivo expiatorio, quien recibía toda la mierda. Así funcionaban las familias narcisistas y si no quería convertirme en un saco de boxeo de ese psicópata tendría que convertirme en alguien de quien no fuera fácil deshacerse.
O eso pensé.
Dios.
Cuando miro al pasado me doy cuenta de lo REALMENTE ingenuo que fuí. Creer que un niño de catorce años sería más astuto que el mismo diablo fue realmente mi mayor error.
Derek Walk comenzó a entrenarme desde el momento en que puse un pie en su casa y mi madre lo permitió, yo lo tomé como la oportunidad perfecta para darme un lugar en su casa, en su enredada red de sangre y adictos.
Pero al final no era más que un estorbo, el hijo de una prostituta, deshacerse de mi era la opción más inteligente, así que aquí estaba, después de que me tendiera una emboscada y haciendo que terminara en nada menos que prisión.
Nadie vino.
Ni mi madre, mucho menos ese hombre, nadie vino a buscarme, nadie pagó ninguna fianza, nadie contestó el teléfono jamás. Después me enteré que mis hermanos pensaron que había ido a un intercambio escolar en el extranjero.
Y una mierda…
Estaba asustado. La cárcel me asustaba. Realmente era un reclusorio porque era menor de edad, pero no dejaba de ser jodidamente intimidante.
Los guardias me golpeaban sin ninguna razón, no tarde en darme cuenta que Derek Walk les pagaba para que lo hicieran. Quería destruirme, romperme, quería que me quebrara y enloqueciera.
No lo hice.
Acepté cada golpe, cada insultos tanto de mis compañeros como de los guardias con un solo objetivo en mente.
Ojo por ojo.
Derek Walk pagaría y yo estaría ahí para verlo.
Aprendí a pelear, aprendí a sobornar, aprendía a hacer conexiones, escalé en la complicada jerarquía de los reos.
Sobrevivir.
Ese era mi único propósito.
Como si mis suplicas fueran escuchadas, algunos meses después fui llevado de forma extraoficial con el juez que dictaminó mi sentencia por trafico de armas.
—Puedes salir de aquí antes de cumplir dieciocho años— me dijo el hombre mayor tratando de parecer un hombre comprensivo, pero el juego del policía bueno no funcionaba conmigo.
Sabía que si cumplía dieciocho años estando aquí sería transferido a una prisión real y entonces realmente estaría jodido, no habría marcha atrás, no solo sería mucho más difícil recuperar mi libertad si no que Derek Walk encontraría la manera de hacer que alguien me asesinara ahí dentro.
—Vaya al punto— dije sin tratar de aparentar cortesía. De nada me había servido en el pasado.
El guardia pareció intentar reprenderme pero el juez lo detuvo.
Se movió con trabajo por la habitación hasta mi. Su caminar me recordó vagamente al caminar dolorido de Derek Walk y como se apoyaba de su ridículamente grande bastón para avanzar.
—Sabemos que tu solo eres un peón en este juego, es Derek Walk quien tiene el verdadero control de este tablero. Ahora…— se sentó frente a mi en la estéril mesa metálica y apoyó los brazos en el metal para acercarse.— puedes pudrirte en prisión el resto de tu vida, niño, o puedes unirte al bando correcto.
—¿Quiere que juegue al espía doble?— pregunté con sorpresa, cuando entre en esta habitación realmente no esperaba una propuesta de libertad.
—Podemos ponerlo en esos términos— aceptó él.— tu te unes al lado de la ley, nos ayudas a capturar a Derek Walk y a cambio puedes volver a casa. ¿Te parece un buen trato?
Jodidamente que era un buen trato. Era mucho más que un buen trato. Venganza y libertad en un mismo plato, pero ya no era tan ingenuo, había sido traicionado una vez, no caería en la misma trampa dos veces.
—¿Y cómo se que no van a dejarme en la línea de fuego y a abandonarme si las cosas se ponen difíciles?
El juez pareció extrañamente satisfecho con mi pregunta.
—Te reclutaremos… oficialmente.
¿Qué?
—¿De qué habla?
—Te unirás a nuestras fuerzas tan pronto como cumplas dieciocho años, y mientras tanto estarás bajo entrenamiento. Espero que te conviertas en un gran detective algún día— no me gusto el tono paternal con el que dijo las últimas palabras.
—Bien.
El rostro del juez se amplió.
—¿De verdad?
¿Por qué parecía tan contento?
—Sin, bien— repetí con molestia.
Aplaudió al aire como si hubiese atrapado un insecto.
A mi.
—Empezaremos los tramites de inmediato, si completas el entrenamiento satisfactoriamente estarás en casa en un par de meses.
¿En casa?
Ja.
No existía esa maldita palabra en mi vida. No en el pasado y no ahora.
Y estaba muy seguro que tampoco en el futuro.
Una familia, un final feliz era algo que sabía que nunca vería, no era algo que hubiese estado escrito para mi. Viviría mi vida con un solo propósito: Sobrevivir.
La felicidad era una linda fantasía que quedó enterrada el día que puse un pie en la mansión Walk.
El juez extendió una mano hacía mi esperando cerrar el trato conmigo.
Me encogí de hombros antes de tomarla con firmeza. ¿Qué más daba? Ya estaba jodido, nací jodido y de esa manera moriría.
Nota de la autora: Parece que Dante se mordió la lengua al final. Hemos comenzado a llenar los huecos en las vidas de nuestros protagonistas favoritos. En el siguiente Extra tendremos a: “La pequeña Sandra”