—Saluda, Sandra.
Mi mano tembló visiblemente mientras la levanté de mi rígido costado para tomar la mano vieja y manchada del hombre frente a mi.
Él apretó mi mano simplemente con un saludo formal, pero la manera en la que me sostuvo, la manera en la que me miró revolvió mi estomago escandalosamente.
Esto no estaba bien, podría haber sido solo una maldita preadolescente pero estaba bastante segura de que esto no estaba bien, no se sentía bien, la manera en que ese hombre mayor me miraba…
—Este es el señor Ortega, Sandy. Es un importante socio en la empresa dónde trabajo y quería conocerte.
Miré a mi madre en busca de auxilio, de alguna señal de que ella también notaba algo extraño. Si lo hizo no me dejó saberlo.
—Vamos al comedor por favor, la cena esta lista.— dijo alegremente ignorando mi ojos suplicantes.— guía al señor a la mesa, Sandra.
No.
—Si, madre.
Me tragué mis quejas, me comporté como ella esperaba que hiciera. Tan desesperada por migajas de afecto que acepté acompañar a este hombre hasta la mesa completamente sola mientras mi madre iba a la cocina.
—¿Qué edad tienes, Sandra?— dijo el hombre tras de mi mientras lo guiaba al comedor. Con cada paso que nos alejábamos de mi madre peor me sentía.
—Catorce— respondí secamente.
Pude sentir su sonrisa perversa clavada en mi espalda.
—Es una bonita edad, Sandra.
Dios, odiaba la manera en que decía mi nombre. Como si fuera un platillo de degustación y no una persona.
—Si— respondí de nuevo, empujé la puerta al comedor y dude solo por un segundo en entrar, quise correr en dirección contraria antes que estar sola en una habitación con él pero al final hice lo que me dijeron, empujé la puerta y entré.
Él me siguió poco después.
El mundo perdió su temperatura cuando escuché la puerta cerrarse tras de mi. Seguía de espaldas a él y mis manos sudaban sin parar contra el bonito vestido blanco que mi madre me hizo usar.
Lo escuché arrastrar la silla de la cabecera y sentarse sin invitación. Yo seguía de espaldas a él, incapaz de moverme.
—No muerdo, Sandy. Ven y siéntate a mi lado mientras tú madre sirve la cena.
No.
No quiero hacer esto.
No quiero estar cerca de usted.
¿Dónde rayos estaba mi madre?
Cómo un maldito milagro la puerta se abrió y me giré justo para ver a mi madre entrar junto a la cocinera.
—Es la especialidad de Lore. Estoy segura que va a disfrutarlo— dijo mi madre siendo la perfecta anfitriona que era: educada, elegante y fluida, con sus altos tacones y vestido rojo y su perfecto cabello oscuro igual al mio elegantemente peinado hacía atrás y yo solo quería vomitar el almuerzo.— No seas maleducada Sandra, siéntate junto al señor Ortega.
Dios no.
Quería llorar, quería gritar, pero de nuevo cerré la boca y obedecí.
—Normalmente no se comporta así, no se que le pasa.— se disculpó mi madre sentándose al otro lado del hombre y obligándome a usar el lado opuesto.
—Esta bien, es pequeña, aún tiene mucho que aprender— hablaron de mi como si no estuviera justo al lado.
Supe en ese momento que había un significado oculto en sus palabras, pero entonces era demasiado pequeña para entenderlo a profundidad.
La comida se sirvió y afortunadamente ellos se lanzaron a charlar sin preocuparse más por mi. Entonces el señor Ortega se volvió a mi lado.
—¿Haz probado el vino, Sandra?
Negué con la cabeza sin comprender el trasfondo de su pregunta.
Miré con horror como el hombre levantaba su copa de vino y la ponía frente a mi.
—Prueba, ya eres lo suficientemente mayor.
Miré a mi madre aterrorizada y para mi absoluta e infernal sorpresa ella solo bajó la mirada a su plato como si se avergonzara, como si se hubiese dado cuenta de todo desde el principio pero no fuese a hacer nada para ayudarme.
—No quiero.
No quiero.
Era la primera vez en mi vida que decía eso. Y no sabía en ese entonces que sería la primera de muchas.
Mi vez poniendo un limite, mi primera vez luchando por mi al darme cuenta que nadie más lo haría.
—Hija…
Me reprendió mi madre pero yo me puse de pie con un ruido grosero de la silla cuando la empujé sin delicadeza hacía atrás.
—No me siento bien, si me disculpan me voy a mi habitación.
Y salí de ahí como si mi vida dependiera de ello.
Tal vez así era.
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El impacto en mi mejilla me tiró en la cama.
Estaba tan aturdida que tardé en registrar los gritos de mi madre.
“Cómo te atreves” “Fuiste tan grosera” “No te eduqué así”. Cosas parecidas salieron de su boca.
Nuestra relación nunca fue cálida, pero era la primera vez que me golpeaba, dolió más el hecho en si que el impacto en mi piel.
—Lo siento— me disculpé aunque realmente no lo sentía.
Ella pareció relajarse un poco con ello.
—Es mi jefe, Sandra. El paga mis cheques, solo debes ser amable, esta bien.
¿Por qué me decía eso? ¿No se había ido ya? Había escuchado su auto alejándose.
—Tendremos una cena en mi empresa para navidad e iras conmigo, le pedirás disculpas al señor Ortega y serás amable ¿Quedó claro?
No. No de nuevo. No quería tener los ojos de ese hombre sobre mi otra vez. Tenía tanto miedo y sentía tanto asco, ni siquiera entendía del todo por qué pero sabía que algo estaba mal con él, mis instintos me decían que corriera.
—Ese hombre no me gusta mamá— me aventuré a decir.
Ella detuvo su camino hacía la puerta al oírme, me miró y puedo jurar que vi culpa en sus facciones pero se disipó rápidamente.
—Solo será una cena, Sandy— dijo con ese tono dulzón con el que siempre lograba lo que quería— después iremos a ese evento de cómics al que quieres ir ¿esta bien?
Mi rostro se iluminó con esa idea y casi sonreí.
—¿En verdad?
—Solo si te comportas en la cena— me sentenció y caí de nuevo en su red de persuasión astuta.
En ese entonces yo no sabía que mi madre, mi única familia después de que mi padre nos dejara, la persona que más amaba y en la que más confiaba, se convertiría en la persona que más odiaría en toda mi vida.
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Las fiestas de mamá nunca eran divertidas, la musica era aburrida, las personas eran aburridas, era como si supieran exactamente que hacer, que decir y como actuar para ser lo más aburridos posibles, era como un concurso de aburrimiento y mamá siempre se llevaba el premio, cuando era más pequeña ponía su teléfono en mis manos y hacía que me fuera a algún rincón a jugar, pero en cuanto entré en la adolescencia todo cambio, me obligó a mantener conversaciones, a usar ropa incomoda y a comenzar a actuar igual de aburrida que cada uno de sus amigos.
La forma en que me peinaba, la forma en que me hacia actuar, la forma en que me vestía, no tardé demasiado en darme cuenta que estaba intentando convertirme en una perfecta copia de ella misma.
Al principio esa idea no me molestaría del todo, pero ahora solo quería correr tan lejos como fuera posible.
Correr.
Era una idea que había comenzado en esa cena con ese hombre horrible y no se había ido, conforme se acercaba esta fiesta la sensación de huida solo estaba creciendo, como una voz interior que me decía que corriera, que lo hiciera antes de que fuera tarde.
El vestido n***o era algo sugerente para una niña de catorce años, no era ajustado pero era corto, había empezado a desarrollarme más rápido que mis compañeras en la escuela así que el vestido me hacía ver incluso mayor. Podría pasar por una mayor de edad en ese caso.
Pero no era lo que quería.
—Camina derecha— me dijo mi madre cuando abrieron el auto para nosotras.
Tecnologías Zyro.
Maldije el día en que mi madre comenzó a trabajar para esa empresa. Todo cambio desde ese día: comenzó a actuar diferente, a vestir diferente y me obligó a a hacer lo mismo. Como si el mundo estuviera por debajo de nosotras de pronto.
Me detuve justo antes de cruzar las puertas giratorias.
Miré a su madre con suplica: “No me hagas entrar ahí”
Mi madre me miró con simpatía, acarició mi lacia y oscura cabellera y luego me obligó a entrar de todos modos tirando de mi mano con demasiada fuerza.
En cuanto entramos lo vislumbre entre el mar de gente y para mi desgracia mi madre también. Mi madre apretó mi mano con fuerza cuando intenté soltarme. Me obligó a caminar hacía ese horrible hombre que me miraba de maneras incorrectas.
—Señor Ortega ¿cómo ha estado?
—¡Mariza!— dijo este con un bien actuado entusiasmo— me alegra que vinieran.— con esas palabras su atención se volvió hacía mi que temblaba de la mano de mi madre.
—Cariño, saluda, no seas descortés.
Tragué saliva y apreté la mano de mi madre antes de responder lo mejor que pude:
—Buenas noches.
No pude decir más.
Pero pareció ser suficiente porque el hombre sonrió satisfecho mirándome de nuevo de esa manera horrible e incorrecta
—Pensaste en lo que hablamos.— le susurró Ortega a mi madre lo suficientemente bajo para que solo nosotras lográramos oírlo.
La expresión de mi madre cambió ligeramente, apenas fue perceptible pero era mi madre y claro que lo noté.
Estaba tensa y alerta, pero para cualquier otra mirada era una mujer relajada y elegante.
—Quédate aquí, Sandra— me dijo soltando finalmente mi mano— volveré en un segundo.
Vi como mi madre se alejaba y me dejaba sola en medio de esa fiesta llena de extraños.
Me abrí paso entre la gente hasta la barra dónde los adultos pedían bebidas, después de dos intentos logré subirme a uno de los bancos. El bar tender me miró con recelo pero no me reprendió aunque tampoco me ofreció nada.
No supe en que momento me quedé dormida sobre la barra hasta que mi cabeza que estaba recargada sobre mi mano resbaló golpeándose con el mármol.
—Mierda— me toqué el labio sangrante, no parecía grave pero sin duda era vergonzoso. Cuando miré a mi alrededor nadie parecía estarme prestando especial atención en realidad.
Μe bajé del taburete en busca de mi madre.
¿Cuánto tiempo había pasado?
Salí de la sala de eventos y no tuve que buscar demasiado porque encontré a mi madre discutiendo con el hombre en el jardín.
—Es suficiente, no seguiré con esto.
—¿Y entonces que esperabas? ¿Qué esperabas si estás ofreciéndomela así?
Estaba a punto de llamar la atención de mi madre pero di un paso atrás con temor ante las palabras que escuché.
—Nunca hice tal cosa.
Ortega se rió como si sus palabras no fueran más que una broma.
—¿No? ¿Viste como viene vestida? Yo nunca intenté ocultar mis intenciones. Sabes cual es el acuerdo. Dame a la niña, tendrás la cabeza de Héctor.
Me llevé una mano a la boca para no emitir sonidos mientras una dolorosa presión en el pecho me invadió y sentí como si no pudiera respirar.
¡No podía!
—Ella aún es muy pequeña.
—Esta en la edad perfecta. No voy a esperar a que esté usada para poder tenerla.
La mano que cubría mi boca se humedeció con las lagrimas que salieron de mis ojos.
—Ella es una niña.— dijo Mariza con la voz rota como si él la estuviera sosteniéndola por el cuello al borde de un edificio.
—No lo será para siempre.
—Yo…
—Tienes dos días para decidirlo.— Ortega dió un paso amenazante hacía mi madre quien solo por su orgullo no dió uno atrás— es ella… o tu otra hija.
Mariza mantuvo la barbilla alta pese a que estaba claramente pálida y aterrada.
No logré aguantar mucho más, corrí lejos de ahí, lejos de mi madre y lejos de toda la información que acababan de arrojarme.
Apenas vi la señalización del bañó entré en él y vomité lo poco que había comido, vomité hasta que me quedé sin fuerzas, cuando terminé me senté en el suelo frió del baño y lloré, lloré amargamente hasta que no pude hacerlo más. Si alguien me escuchó nadie preguntó, nadie hizo nada por la niña solitaria que lloraba en el piso del baño de Tecnologías Zyro.
¿Mi madre iba a entregarme a ese hombre? ¿Ese era su plan? ¿Ese había sido el plan desde el principio?
Mi madre había cambiado mucho en los últimos meses, pero ¿por qué quería deshacerse de mi? ¿no era lo suficientemente buena hija? ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué entregarme a ese hombre horrible?
¿Y a que se refería ese hombre con: “Su otra hija”? ¿Mi madre tenía otra hija?
Como un susurró el deseo de huida creció en mi, empezó como una brisa y fue creciendo, más fuerte y más fuerte hasta convertirse en un huracán.
Me levanté del piso del baño, me enjuagué la boca y me mojé la cara tallándome el maquillaje que mi madre puso sobre mi.
Miré mi reflejo y me aterró lo que vi ahí.
Era idéntica a mi madre, su cabello, su ropa, su expresión. ¿Mi madre me convirtió en esto para venderme? ¿Para venderme a ese hombre?
Yo no era una moneda de cambio, mi madre me crió como una chica elegante y refinada, pero también como una chica fuerte.
No sería simplemente obediente. Si nadie iba a protegerme yo lo haría.
Cuidaría de mi misma.
Mis manos temblaban. Era mucho más fácil pensarlo que realmente ponerlo en practica.
Salí del baño rogando por no toparme con mi madre o aún peor con ese hombre.
Me perdí entre el mar de gente bailando y conversando con el oscuro cabello empapado y la cara goteando por el agua y las lagrimas.
Sin que nadie lograra verme salir, escapé de la fiesta, escapé de mi madre, escapé de un potencial destino terrible. Cuando fuera adulta y mirara hacía atrás me daría cuenta de lo imprudente que fue, de lo peligroso que fue tomar aquella decisión a una edad tan joven, pero en ese momento, en ese instante solo quería huir, muy lejos dónde ni mi madre y ni ese hombre pudieran encontrarme.
Y lo hice.
Las primeras noches dormí en la estación de trenes, había mucha gente durmiendo ahí, mujeres con familias y también indigentes.
¡Era aterrador! ¡Era horrible! Solo quería volver a casa pero no lo hice.
Sabía que mi madre me buscaría pronto, tenía que ir más lejos, mas lejos de su alcance.
Miré mi reflejo en las puertas automáticas de la estación y me di cuenta que era una gota de agua con mi madre a una edad mas joven.
Tendría que cambiar eso primero.
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—Píntame el cabello.
El chico me miró con recelo cuando entré en su estética empujando a un cliente. Pareció abrir la boca para negase pero yo hablé primero.
—Trabajaré para ti a cambio.
Y lo hice, pero no solo por un tinte de cabello, trabajaría para ese chico los próximos cinco años a cambio de vivienda y comida.
Tal vez fue mi determinación o fue mi patético estado pero él dijo que si.
El chico cubrió mis hombros con un protector después de sentarme en la silla mas alta y me hizo la pregunta:
—¿Qué color?
Suspiré y el suspiró fue tembloroso, estaba tan asustada, pero no había marcha atrás.
No volvería.
—Naranja.
Nota de la autora: Y este es el inicio de la chica zanahoria, nos veremos en el próximo extra con una de sus parejas favoritas. ¿Ya saben quien es?
El matrimonio entre un demonio y la chica zanahoria.
—Estas loca.