Hector secuestra a Marisa (el origen de Nicol)

729 Words
La habitación esta limpia, es un buen edificio, pero el silencio es tan doloso y sofocante que creo que podría ahogarme en él. Estaba solo, completamente solo. La vejez me alcanzaba lentamente. Mi hija me odiaba, mi hijo también, no formaría parte de sus vidas, no vería crecer a mis nietos. Moriría solo, miserable, completamente arruinado. Sopesé el peso de las pastillas en mis manos y lentamente, una por una las introducí en mi boca. Una tras otra, sin detenerme… Con cada pastilla que bajaba por mi garganta fui recordando el pasado, lo que me llevó a este punto, lo que me hice a mi mismo: —No se rompe— grité lanzando las cosas del escritorio con una mano. —¡Esa mierda la recoges tú!— me gritó el capo sin inmutarse. —Esa maldita zorra no se rompe— dije con la voz rota. —Eres un hombre patético y enfermo— me dijo simplemente lanzando el humo de su cigarrillo por la ventana con desdén.— tu querías a la mujer ahora arréglatelas. Estaba roto. Yo lo sabía. Después me perder a Diana me convertí en algo enfermo, destrozado. Un monstruo. Yo lo sabía pero no me importaba. Derek Walk me había arrebatado todo, ese monstruo lo tenía todo pese a ser un ser inhumano. ¿No podría yo tener lo mismo? “Me convertiría en un ser incluso peor que él” me decidí ese día. Tomaría todo lo que quisiera sin preguntar. Esa mujer en el sótano era el resultado de mi mente jodida. La vi, me pareció tan linda, la tomé de la calle, la arrebaté de su familia, pero ella solo me miraba con desdén, con odio, sin miedo. La odiaba. La odiaba porque era morena y no rubia, porque sus ojos negros no eran azules, por que su voz era dura y retadora y no dulce y cálida. Porque no era Diana. “Me secuestraste por que ninguna mujer en su sano juicio se metería contigo” me dijo y eso me rompió. Entonces la forcé. Y cuando terminé ella seguía mirándome con altives, su cara estaba llena de lagrimas, sus ojos aún juveniles se habían apagado. La había lastimado de forma irreparable y aún entonces no se rompió. Salí de la oficina de mi jefe dando un portazo y volví al sótano. Volví a forzarla. De nuevo nada pasó. Ella no me tenía miedo. “Poco hombre” me decía mientras la forzaba. Lo era. Sin duda lo era. Entonces ella quedó embarazada. Y finalmente se rompió. Ella gritó, intentó quitarse al vida más veces de las que puedo recordar, intentó matar al bebé dentro de ella, producto de una violación pero no la dejé. Una preciosa niña, cuando nació la amé inmediatamente, recobré las ganas de vivir, hice mi odio a un lado, me prometí que cambiaría, me convertiría en un buen padre, la protegería del mundo. Mis acciones me habían llevado a este punto. Yo me hice esto a mi mismo. Abusé de una pobre mujer, la obligué a parir una niña que ella no quería y sometí a mi hija a una vida miserable con una madre que la odiaba. Mariza nos abandonó en cuanto pudo escapar de mi. Yo la dejé ir. Y cuidé a Nicol yo solo. Cada segundo que la veía crecer era una herida que cerraba dentro de mi. Recuperé las ganas de vivir, la esperanza. Acuné a mi pequeña en mis brazos con suavidad, ella rió en mis brazos. —Yo te protegeré pequeña. Nadie va a hacerte daño jamás. Pero mentí. No pude protegerla. A ella también le fallé. Tomé la ultima pastilla del frasco, el agua la deslizó hasta mi estomagó. Era el fin, el fin para mi. Un fin cobarde como toda mi vida lo había sido. Solo esperaba que mi muerte le diera un poco de paz a mis hijos, no sería más una carga para ninguno de ellos, solo les deseaba toda la felicidad del mundo. “En mi próxima vida prometo ser un mejor padre.” Con ese último pensamiento me hundí en la oscuridad. Para siempre. Nota de la autora: Y con esto terminamos las historia de los padres y comenzamos con los hermanos Walk. Muchas gracias por todo su apoyo y cariño nos vemos en el siguiente Extra titulado: “El pequeño Dante
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