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Ella observa a los niños jugar. Sus zapatillas sucias cubiertas de barro, una sudadera suelta y unos vaqueros desgastados la cubren, mientras intenta frenar las lágrimas que caen de sus ojos. La nariz estaba roja y los ojos hinchados, pero a nadie le importaba. Los gritos de los niños a su alrededor la hacían sentir como si estuviera rodeada. Cuando, en realidad, sabía que estaba sola. Siempre. Usando su sudadera suelta para secar sus lágrimas, cruza los brazos sobre sus rodillas y baja la cabeza. No recuerda cuánto tiempo estuvo así cuando siente un toque en su hombro y levanta la vista. — ¿Estás... sola? Una niña pequeña con grandes ojos azules la mira preocupada, haciendo que una pequeña sonrisa se dibuje en sus labios. —No, querida. Están todos conmigo... ¿verdad? Pregunto y el