Nuevas estrategias

1315 Words
—¡Ksenia! —llama mi tía—. ¿Ksenia, dónde demonios estás? Suelto un suspiro de exasperación, desde el atentado que los tendieron los italianos y otro intrusos que nos declararon la guerra, mi tía decidió reforzar la seguridad tanto en la mansión como en sus negocios. El ataque de los italianos, al incendiar varias de nuestras bodegas, fue un ataque inesperado, se perdió mucha mercancía y dinero —¡Ksenia! —vuelve a gritar mi tía—. Necesito que vengas a mi oficina, ya mismo. Ruedo los ojos, levantándome del asiento, y dejando el libro a un lado para dirigirme a la oficina —¿Qué sucede tía? —pregunto, cuando llego a su oficina. Ella me observa de forma despectiva. —Tenemos un nuevo problema —habla, caminando de un lado a otro desesperada—. Los españoles se han revelado contra nosotros. Ahora con los italianos y esa gente la situación es caótica. Prefería mil veces mi antigua vida que esto. Debería estar en la universidad, estudiando medicina, no pendiente de negocios que me importan una mierda. —¿Qué tienes en mente? —pregunto parecieron estar interesada. Mi tía me dedica una mirada de complicidad. —Tengo unas ideas en mente, pero primero deberíamos hacer algo. Arrugo el entrecejo, sin entender nada en absoluto. ¿Qué hará mi tía? Un escalofrío me recorre por la columna vertebral, sé que no es nada bueno. —Necesito que me acompañes —comenta, tomando su bolso. —¿A dónde iremos? —cuestiono. Ella solo se encoge de hombros. El chófer de la familia nos llevó a recorrer las calles de la ciudad, y mi tía me hizo quedarme en una tienda de trajes de novia. No entendía el hecho de qué estábamos haciendo allí. —¿En dónde estamos? ¿Por qué me trajiste a este lugar? —demando saber—. ¿Qué tiene qué ver todo esto? Mi tía me mira con una expresión seria. —Querida, la hija de unos de mis socios se casará—comenta—. Por lo que me ha pedido que escoja un precioso vestido para ella. La observo perpleja. ¿Por qué no lo escogió la novia? Me muerdo la lengua para evitar soltar un comentario malintencionado. —Entiendo, buscarás más alianzas —contesto, sacudiendo la cabeza. Mi tía sonríe satisfecha, he entendido su plan. Ella escoge varios vestidos, y me los pruebo uno a uno. —Te quedan espléndido —murmura, con los ojos brillantes. —No te ilusiones tan pronto —digo, mirándome en el espejo—. Recuerda que no soy yo la que se va a casar. —Lo sé, pero me invade una felicidad por lo hermoso que te queda —afirma, tocando la delicada tela—. Algún día lo harás Ksenia. —Por supuesto —rectifico—. Con un hombre que de verdad valga la pena y me acepte tal como soy, sin importarle mi origen. Después de probar varios vestidos, me decidí por uno con escote en forma de corazón y encajes. Me imaginé a la novia ese día. Sabía que sería un día glorioso para ella. —Por cierto, tendremos una cena el viernes —aclara su tía—. Vendrán unos nuevos socios a cenar con nosotros. —Está bien —respondo con tono seco. Detestaba ese tipo de eventos, en donde tenía que actuar bajo protocolos. —Deberíamos tomar un descanso —comenta mi tía, sacándome de mis pensamientos—. Conozco un lugar espléndido en donde podríamos almorzar. Me encojo de hombros. La verdad me da igual a donde vayamos. —Me parece buena idea —digo, sin contradecirla. —Bien —responde ella, con una sonrisa. *** Adriano —No es adecuado— refunfuña Nial mientras lo sigue por toda la casa. Ha intentando perderlo, más sus intentos han sido infructuosos. La incipiente molestia empieza a escalar. —¿Me estás diciendo que hacer? —ordena saber molesto dándole una mirada de advertencia. Nial se detiene apenas un segundo antes de retomar sus pasos con confianza. —No, te digo lo que parece ser, no trasvergues mis palabras —objeta. Abro la puerta de mi habitación en el ala oeste de la mansión. —Déjame dormir —es su último recurso para sacárselo de encima. Hay un momento de silencio y luego escucha para su alivio la puerta ser azotada. Inhala hondo Sin perder más tiempo del necesario empieza el verdadero trabajo. Si quiero que todo salga bien debo ser cuidadoso. Las horas transcurrieron sin alteración alguna, Adriano teclea sobre su computadora con montañas de papeles a cada lado del escritorio, había varias tazas de café a un lado. Alguien tocó la puerta y él sabía con una fiera certeza que no podría tratarse del Consigliere pues este hace rato había sido despachado a atender otros asientos. —¡Pase! La puerta sonó anunciando la entrada del invitado, Adriano elevo los ojos de su computadora su mirada volviéndose más amable con la mujer de cincuenta años de cabello canoso en cuyas manos traía el regalo que debía presentar en la cena de esta noche. Era una oportunidad más que perfecta, dónde todos habían sido reunidos. —Mi niño —esgrimió a modo de saludo la mujer con voz trémula en tonos maternales, ella había sido la encargada e criar a Adriano, fungiendo como su figura materna, pues aunque la señora aún vivía ella nunca se involucro más allá de lo necesario con su heredero—¿Estás seguro de esto? Adriano se recostó sobre la silla, tenía dos botones abiertos que mostraban con semi detalle las cicatrices que marcaban su pecho. Se retiró los lentes de descanso dejándolos sobre la pila de papeles. —Lo estoy, nana —afirmo levantándose, abrazando a aquella mujer. Era esto o seguir los planes de La señora. Anabel le devolvió el abrazo. Confiando plenamente en lo las decisiones de él, ella había tenido la oportunidad de hacer su vida y tener su propia familia. No obstante lo eligió a él. A ese niño inexpresivo de ojos ámbar. —Deberías ir a arreglarte. Pediré que preparen el auto —deposito un beso sobre su mejilla y se fue. Hizo lo que le aconsejo. Tomando una ducha que relajo todos sus músculos al salir optó por una camisa negra de seda, pantalones y zapatos del mismo color y un saco n***o. “parecía que iba a un maldito funeral “ A gusto en la manera que se veía, arreglo su cabello hacía atrás, aplicó loción y salió de la habitación. El dichoso evento se llevaba a cabo en una casa de playa cerca del muelle, para el momento que baje del auto ya habían una considerable cantidad de personas dentro con copas y demas. Odiaba venir a estos lugares. Me adentre en la masa de humanos que me miraban susurrando entre ellos. “La Parca está aquí” Dijo alguien a quien inmediatamente mire, era un hombre imprudente, cuando se dio cuenta de mis ojos sobre él perdió todo el color de la cara y se perdió Los anfitriones recibían a sus invitados en la puerta de la casa. Franchesco Anton y su esposa María José. —Bienvenido Adriano —exclamo ella contenta de tenerme en ese lugar, ignorando la mirada de alerta de su esposo. —¡María! —fingí emoción, besando el dorso de su mano—Gracias bella Sus mejillas adquirieron un color rosado pálido. —Aquí, felicidades por tu compromiso —le entregué la caja de regalo que había sido preparada, ella la tomo entre sus manos. —Espero que puedas disfrutar un poco antes de irte. —solicito. —No prometo nada Sabía que ella había dicho algo, pero no la escuche pues una cabellera larga y negra había llamado mi atención. Ella estaba aquí. Sonreí con malicia.
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