El silencio de la noche es abruptamente interrumpido por las llantas furiosas que pasan por la tierra levantando las pequeñas partículas, provocando que los animales salvajes cercanos huyan despavoridos. Pues ellos saben en su instinto que es mejor desaparecer de escena.
Las llantas se detienen frente a un almacén que tiene pinta de haber sido abandonado hace mucho tiempo, la fachada perfecta para la escena del crimen que ronda los bajos mundos.
Para su no tan grata sorpresa no son los únicos en el sitio.
Un hombre vestido de n***o de pies a cabeza yace recostado tranquilamente sobre su auto mientras el humo del cigarrillo se condensa a su alrededor, sin poder evitarlo sus cuerpos retroceden un paso, sus manos lanzandose a sujetar sus armas.
Lo han reconocido.
La Parca eleva la cabeza sus ojos ámbar brillando de manera antinatural.
Provoca miedo.
—¿Qué carajos los está entreteniendo tanto? — farfulla aquella voz femenina, sus botas entran en contacto con el suelo al igual que sus ojos que no mientras la más mínima pizca de intimidación por la imagen espeluznante del espécimen.
—¿Qué diablos haces aquí? —ordena saber molesta, cruzándose de brazos.
Miradas furtivas van de un lado a otro. Las preguntas emanan como un caudal.
—Eso mismo te pregunto a ti —responde él en voz gruesa y controlada, dándole una calada mas al cigarrillo antes de enviarlo al suelo pisándolo sin piedad con la suela de su zapato.
Los esperaba.
Eso dicen los diez cigarrillos en el suelo.
Pero no está solo.
—Quítate de mi camino — ladra empezando a dar un paso al frente, más es detenida por el brazo extendido de él que le impide seguir. El sonríe malicioso. —Este es nuestro territorio, nuestra mercancía.
—No, no, este lugar me pertenece — declara confiado —Lárgate de mi territorio niña
—No, niñato.
Algo es seguro, no saben con exactitud quien empezó realmente si los rusos o los italianos, pero alguien disparó y luego todo se fue cuesta abajo.
Las balas no dejaron de dispararse y cartuchos se vaciaron con mucha rapidez. Algo era seguro los rusos tenían más bajas.
El hombre se reía a carcajadas de vez en cuando y tarareaba otras veces cuando lograba que las balas impactará sin piedad el cuerpo de su enemigo quién caía escuchando por última vez ese terrorífico tarareo.
—¡Di Marco! —su grito se elevó por encima de los cañones.
—¡Dígame mi lady! —respondió al mismo tono, burlón, irónico, altivo—¿Finalmente se rendirá?
No había otra forma de describir a ese hombre que pisaba el campo. Estaba claro que estaba jugando con ellos, se divertía como un niño pequeño ante un nuevo juguete.
—¡En tus más recovecos sueños!
La respuesta nunca llego, pues otro par de llantas le acompaño al ruido, ambos bandos detuvieron su ataque prestando total atención a los nuevos intrusos.
Su líder bajo del auto. Mala decisión
En esa noche los líderes de tres facciones que nunca se habían llevado bien ponían precio a sus propias cabezas.
—¡Señores! —Santiago Cartagena hablo en voz alta y fue lo último que dijo porque antes de decir algo más una bala impacto en su cráneo mandándolo directamente al suelo.
¿La mejor parte? No sabían de dónde vino.
Y su autor observaba todo con esa mirada analítica tan característica de el.
Más nadie iba a delatarlo. Al menos no sus hombres.
La guerra de pólvora volvió a estallar, dejando a los caídos atrás preocupándose más que nada de proteger sus vidas.
Solo los italianos sabían que ese almacén estaba vacío, ellos mismos bajo las órdenes de La Parca se habían encargado personalmente de ello. Los demás peleaban por nada.
Cuando solo quedaban dos hombres malheridos cesó la confrontación.
La Parca aquel ser temido se elevó en su altura, caminando calmado hasta los dos últimos seguido de inmediato por aquella chica que tal parece había nacido sin un gramo de instinto de supervivencia o en su defecto de miedo.
—¿Qué harás con ellos? —le pregunta como un cómplice, como si fueran amigos a punto de cometer una locura.
—¡Esperen! ¡Podemos darles información!
Pero en este mundo un soplón es igual que basura. Todos los ven.
—¿Qué clase de información? —pregunta. El hombre luce esperanzado.
—Claro, le diré todo lo que se pero a cambio déjeme vivir —dice, pero no sabe o es demasiado idiota para darse cuenta de la situación en la que está y que lo que sea que lo salvaría acaba de perder todo valor posible. Pero aún así escuchan.
—Claro—afirman ambos al unísono —Habla.
—Recibimos órdenes de meternos entre su vendetta, para que sus lazos se tensen y finalmente acaben el uno con el otro.
Eso ya lo sabían. Pero la verdadera pregunta era ¿Quién?
—¿Quién te lo ordenó? —la pregunta es dicha por Adriano quien recarga su mano en su cadera con aire aburrido.
—¡No-no lo sé! —el pánico se abre paso en sus ojos. Los ojos ámbar de Adriano se iluminan con un brillo que los hace lucir dorados.
Aterradores. Imponentes.
Tal y como el mismo capo de la mafia italiana es.
—No me sirven estás basuras —sus ojos fríos conectan con los de los pobres diablos que han tenido tan mala suerte —¿Y a ti?
—Tampoco
—¡Dijeron que me dejarían vivir!
—Pero no en que plano.
Apenas la respuesta abandona sus labios, el hombre no duda ni un segundo en colocar dos balas en las cabezas de esos hombres, dando por terminada la noche se limpia las solapas de su camisa.
—Bien, terminemos esto aquí.
Da media vuelta sabiendo que ella no disparara, pues sus ojos negros llenos de determinación y confianza le siguen en silencio incrédula por lo que acontece.
Porque sabe que ningún enemigo aún teniendo la oportunidad dejaría vivo al contrario. No obstante él lo hace.
¿Por qué? ¿Para qué?
¿Qué busca? ¿Qué quiere?
Son preguntas sin respuestas, por el momento.
La Parca se sube a la camioneta junto a sus hombres algunos que otros heridos. Triunfante la observa con altivez.
Ha ganado.
Y lo saben.
—Nos vemos la próxima semana niña.
—¿Niña? — dice con la voz cargada de irá, pero él no se gira a verla.
Nadie se mueve mientras ven como las cuatro camionetas se alejan, lo propio sería hacerlo, pero es tarde cuando lo piensa.
El estallido de una explosión manda a volar sus cuerpos considerables metros.
—¡Serás hijo de puta Di Marco! —no retiene el grito y el odio que siente por aquel ser con el cual tuvo la mala suerte de enredarse sin saber quién era—¡Me las vas a pagar desgraciado!
Esto no acabaría aquí.
Di Marco piensa que tiene una noche productiva cuando todo lo que planeo salió como quiso.
¡Cuán predecibles eran los rusos!
¡Cuánta diversión había obtenido!
Sin embargo dicha diversión se ve opacada cuando al llegar a su mansión Nial le espera de pie en la entrada.
Los hombres bajan esperando sus órdenes.
—Lleven a los heridos adentro para que reciban atención medica
—¡Si capo! — exclaman ateniendo lo que dijo.
Ahora son solo él y un muy degustado Nial.
El tiempo se le acaba.
Necesita adelantar sus planes si quiere salir bien parado de esto.
—Hay que hablar Adriano.
—¿De qué?
—Siglioni Di Antares es su nombre y problema su apellido —le explaya.
Y todo finalmente se mueve como quiere.
—¿Y qué más? —exige saber ante el nulo movimiento de Nial, quién por fin se encamina al interior
—Tú madre estará aquí en tres días.
Maldice.