***Ksenia***
Cuando me dispongo a cambiarme para volver a la casa, alguien toca la puerta.
—Adelante —digo con la ropa en mis manos.
Pasa uno de los hombres de mi tía, trayendo consigo un paquete en sus manos.
—¿Qué es eso? —inquiero, señalando el paquete.
—Es para usted —comenta sin dar detalles.
—¿Quién lo envío? —demando saber.
El hombre niega, sin darme explicaciones.
—No lo sé, solo llegó —aclara, yo frunzo el entrecejo.
Me acerco para ver el remitente. La dirección dice desde Dinamarca, ¿lo mandaría mi familia? Llamaré a Kristine para cerciorarme.
Tomo el paquete en mis manos, lo reviso con sumo cuidado, no vaya a ser que se trate de una bomba o algo por el estilo, uno nunca sabe.
Después de revisar que todo esté en perfecto, orden lo llevo hasta la cama.
—Puedes irte. —El hombre asiente saliendo de la habitación.
Me cambio a la velocidad de un rayo, tomo mi teléfono y le marco de inmediato a Kristine. Las dudas me carcome, por lo que la necesidad de saber si enviaron o no ese regalo, me impacienta.
Espero varios tonos hasta que una dulce voz me responde.
—¿Si, bueno? —responde al otro lado de la línea.
—Hermanita, ¿Cómo has estado? —saludo con una alegría inmensa.
—Ann, ¡Qué alegría saber de ti! —exclama—. Te acordaste de nosotros. Nos tienes abandonados.
Se carcajea, y yo ruedo los ojos. Siempre dramática como siempre.
—¡Qué exagerada! —bufo entre risas—. Llamo dos veces por semana, así que no te puedes quejar. Sé conforme. —Me siento en el borde de la cama—. Aunque a veces alguien no me devuelve las llamadas.
—Lo siento, estaré atenta la próxima vez —se disculpa, y la imagino haciendo sus gestos.
—Tengo mucho que contarte, pero antes me gustaría saber algo —acoto, desviando la vista al paquete—. De casualidad ustedes han enviado un paquete hasta Italia.
—¿Nosotros? —repite—. No que yo recuerde, no sé si mis padres o Henrik. Aunque no creo, de ser así lo enviaríamos directo a Rusia. Porque no sabía que estabas en Italia.
Me coloco el dedo en los labios, escuchando con atención cada palabra.
—Ten cuidado Ann, puede ser una trampa —advierte ella.
—Tienes razón —afirmo—. Enviaré el paquete para que lo revisen. Esto es demasiado sospechoso. Gracias hermanita. —Suelto un suspiro, dispuesta a contarle lo de la boda—. Me casaré.
—¡¿Qué?! —exclama, imagino su expresión—. ¿Con quién?
Me cuesta tragar saliva.
—Con el Capo. —hago énfasis en la última palabra.
—Pero, no es tu...
—Sí, lo es —la interrumpo—. Es una larga historia, pero solo será por conveniencia.
—No te fíes de esa gente, Ann.
—Fue obra de mi tía. —Jugueteo con un mechón de mi cabello—. Les enviaré las invitaciones para que asistan a la boda, será en los próximos días.
—Esta bien, allí estaremos —rectifica.
Alguien toca la puerta, interrumpiendo mi conversación.
—¿Estás lista? —pregunta mi tía entrando a la habitación.
Afirmo con la cabeza.
—Hablamos luego, mándale saludos a mis papás y a mis hermanos. —Me despido de Kristine.
—Lo haré.
Cuelgo la llamada, recogiendo lo necesario sin olvidar el "regalo". Mi tía me observa, pero no se atreve a preguntar.
Camino por el hospital hasta el estacionamiento.
—¿Y ese regalo? —pregunta mi tía, mostrando una semblante de curiosidad.
—En la casa te diré —murmuro, anhelando volver a mi hogar.
Tengo demasiado en qué pensar. Sin embargo, tengo una sensación extraña dentro de mí, que no tardaré en descubrir.
Mientras nos alejamos del hospital, mi tía se aclara la garganta.
—¿Es un regalo del Capo? —cuestiona.
Niego con la cabeza.
—No sé quién lo envío. —Me encojo de hombros—. Pero necesito que investigues a la persona. No tengo un buen presentimiento.
—Como gustes —musita mi tía, yo asiento de forma leve.
***
**Adriano**
Los pasos resuenan con pesadez contra la cara madera italiana, el odio atento de la dama registra con facilidad las voces interpuestas apresuradas, sus ojos azules fríos y desprovistos de toda emoción se fijan en la puerta cerrada que sin demora se abre con estrépito mostrando la figura de a quien engendro debajo del marco, se fija en sus ojos igual de fríos y calculadores, es la imagen de la ira y la perfección, creado tal y como ella y todos quisieron.
—Mi Señora —pronuncia la palabra con zaña con ese retintin que revela el caos que se desata dentro de si.
La Señora eleva una mano indicando que se siente.
No es un pedido, es una orden.
—¿Qué te trae aquí, Adriano?— la pregunta sale con cierta emoción lo que desconcierta a su primogénito.
Quién sentado a regañadientes suelta lo que tiene en la punta de la lengua.
—Digame algo, Mi señora.
Empieza, pero se ve en la obligación de detener sus palabras.
—Mejor, ayudame a organizar tu boda— dice colocando frente a él un gran libro con marcadores en el margen de la página.
Los ojos de Adriano van de ella a el libro, y así por unos minutos.
Su expresión se desencaja.
Ella lo disfruta.
—Una vez que contraigas nupcias—empieza girando la pantalla del ordenador a él—Adquiriras aquello que te corresponde por derecho —Adriano abre la boca para refutar, una mirada basta para hacerlo callar—Se que no estás de acuerdo, pero no pienso volver a tener este discusión de nuevo, ¿Entiendes?
Adriano bufa, mirando un punto detrás de su cabeza, inhala hondo y cierra los ojos.
Y por ese momento le recuerda a su padre, al maldito desgraciado que le jodió la vida.
Luego mira al ordenador, tomando finalmente el libro entre sus manos.
—Si, ¿Tienes alguna idea en mente?
Su hijo apoya los codos en la silla acostándose contra el espaldar.
Ojea el libro meticuloso.
Si no lo tuviera allí, sino lo hubiera visto crecer, dudaría que es su hijo.
No obstante lo es.
Y pronto pasará a formar una familia.
Ella destruyó su relación con él.
Aveces se arrepiente.
Pero era totalmente necesario, en sus parámetros claro está.
—¿Mi Señora? —la llama.
—Aqui —señala —Coordine las ideas con Alessia. Revisalo lo más pronto posible.
—Agregare algunas ideas—menciona mirándome directamente a los ojos.
Asiento.
—Te enviaré el número de los secretarios a cargo y coordinadores—agrego, tengo más cosas que hacer.
Por alguna razón he puesto como prioridad la boda de mi hijo, y al mismo tiempo solucionar el fallido trato con los Kiev.
Finalizó, dando por terminada la conversación.
Adriano sale de su despacho sin decir nada, ni mirar atrás.
Pero esto estaba lejos de terminar, era solo el comienzo.
¿Será el fin o el comienzo de una nueva era?
No lo sabe.
Aunque algo es seguro, estará preparada para lo que venga.
—Lori —llama y su mano derecha y hombre de mayor confianza entra por la puerta.
Lleva el traje perfectamente adecuado a su cuerpo, los tatuajes sin poder ocultarse del todo, indicando ante todos quién y a donde pertenece, el cabello n***o peinado hacia atrás, sus ojos grises, aquellos que guardan un infierno en ellos la miran atentos esperando paciente a la siguiente orden. Sus manos permanecen detrás de su espalda, esas que están manchadas de sangres para protegerla a ella y su dinastía.
—Procede.
Es una orden acatada a tiempo.