***Narrador omnisciente***
—¡Señorita! —exclama una voz familiar, llevándose las manos a la boca—. Iré por ayuda, no se mueva.
Ksenia asiente de firma leve, esperando que alguien me ayude.
El dolor en el abdomen, se intensifica, pero ya no puede mantenerse despierta. En lo que menos espera todo se vuelve n***o.
Alessia se acerca hasta donde está su sobrina.
—¡Ksenia! —grita horrorizada—. ¡Ksenia dime algo! y
—Señora, por favor trate de calmarse —la voz de uno de sus hombres se hace presente—. Trate de no moverla, de lo contrario le podría producir una lesión o una hemorragia.
—¡Qué alguien llame a emergencias! —ordena, entre sollozos—. Estarás bien, cariño. —susurra, acariciando sus cabellos.
El tiempo transcurre, cuando llegan los paramédicos que la ayudan a subir a la ambulancia. Al parecer la herida es un poco profunda, por lo que ha perdido mucha sangre y tendrá que ser intervenida de emergencia. Se quedaría unos días en el hospital hasta lograr una severa recuperación. Por lo que Alessia decidió reforzar la seguridad dentro del nosocomio.
Fueron largas horas las que Ksenia estuvo luchando en el quirófano, la herida fue más complicada de lo que se pensó. Incluso, la tuvieron que transfundir por perder demasiada sangre.
Su tía estaba desesperada, sin saber el desenlace de su sobrina. No sabía si sobreviviría o no. Pero, no perdía las esperanzas.
En ese momento dejó de importarle los negocios para concentrarse en su sobrina. Había hecho una promesa con su hermano que la cuidaría como se lo merecía, pero hay cosas de las cuales no podía protegerla.
***
Adriano se encamina por la entrada del hospital en compañía de Nial, un recinto de estilo rústico ubicado en el centro de la ciudad.
Se dirige a la recepción preguntando por Ksenia Kuznetsova.
—Iré a verla, espérame aquí —le comenta a Nial, y este asiente con un movimiento de cabeza.
Adriano camina por un largo pasillo, dejando a un lado varias habitaciones en compañía de una enfermera que le sirve de guía.
Se giran a la izquierda antes de que finalice el corredor, deteniéndose frente a una habitación pequeña custodiada por dos hombres robustos.
Le ceden el paso a Adriano, y él se adentra en el lugar.
Ksenia se encuentra desayuno sin ánimos, y cuando ella divisa la vista hacia la puerta creyendo que se trata de su tía, pero su mandíbula cae cuando se topa con los ojos ámbar de Adriano.
—¿Adriano? —Frunce el entrecejo.
Él se aclara la garganta, dándole un mirándola con ojo crítico.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, tratando de lucir interesado—. Intenté verte después del incidente, pero los doctores me lo prohibieron, no estaba en buenas condiciones.
—Gracias por la preocupación, pero ya me siento mejor —murmura, intentando formar una sonrisa que se convierte en una mueca—. Ojalá me den de alta pronto, estar en este lugar es como si estuviera en la prisión.
—Esperemos que así sea —dice Adriano, sentando en una silla cerca de la cama—. Sé que no es el momento para hablar de ello. —Suelta un suspiro—. Pero, debo decirte algo de suma importancia.
Ella asiente, esperando qué le dirá.
—Te escucho —murmura, tomando un sorbo de jugo.
—Se trata del matrimonio —acota, entrelazando sus manos—. Verás esta noticia me impresionó mucho, y de verdad, me molestó en que mi madre haya tomado decisiones sin consultarme. —puntualiza—. No te culpo, porque sé que tampoco tenías ideas de lo que planeaban esas dos. Sin embargo, te tengo una propuesta.
—¿De qué se trata? —pregunta Ksenia, mostrando un semblante de malicia.
—Nos casaremos —expresa Adriano, ella hace una gesto de sorpresa—, pero será un matrimonio por contrato. Nuestros intereses están primero. Así que luego de exterminar a esos rebeldes cada uno tomará su rumbo. ¿Entiendes?
Ella afirma.
—Será como una especie de matrimonio normal, pero con algunas excepciones —esclarece, colocando los labios en una fina línea—. ¿Aceptas?
Ksenia se queda pensando por un momento.
—Acepto —afirma en definitiva—. Notifícame que debo hacer y con gusto me encargaré de ello.
—Perfecto. —Adriano, muestra una sonrisa de satisfacción en su rostro—. Te dejo para descanses, estamos en contacto.
—Por supuesto.
Adriano sale de la habitación, con su mente sumida en sus pensamientos. Ksenia había sido muy ingenua al caer en esa trampa. Pero había sido un progreso, no se casaría por amor, aunque sí por interés. E iba a destruir ese imperio ruso que el padre de Ksenia había construido con éxito alguno.
Cuando llega a la sala de espera, Nial se levanta del asiento de golpe.
—¿Qué te dijo? —inquiere, con una mirada de suspicacia.
—Este no es un buen sitio para hablar —responde mirando hacia todos lados—. Las paredes tienen oídos, mejor en la casa.
—Está bien —accede sin rechistar.
—Vámonos —le exige a Nial.
Y ambos abandonan el hospital.
***
Cuando llega a la mansión, es recibido con una saludo de reverencia por parte de sus hombres.
Sin embargo, uno de sus matones se le acerca susurrándole algo al oído.
—Capo, el señor Kiev lo está esperando.
La sangre le hierve al escuchar aquello.
—¿Quién mierdas dejó entrar a ese imbécil? —espeta furioso—. La próxima vez que dejen entrar a un bastardo sin mi autorización, colgaré sus restos en el Canal de Venecia.
—Amo, lo sentimos —se disculpa—. Además, le recuerdo que su madre también influye en las decisiones...
—¡Cállate! No he pedido sermones —sisea, mirándolo con una expresión de enojo—. Este tema no quedará aquí. ¿Capisci?
Un hombre mayor se levanta del asiento al visualizar la imagen de Adriano. El Capo trata de mantener la compostura y no terminar dándole un balazo entre las cejas.
—Saludos Di Marco, ¿Cómo has estado? —hace reverencia el hombre.
Adriano le dedica una mueca sin responder a su pregunta, sabiendo lo incómodo que se siente ante su presencia.
—Ve al grano, ¿a qué has venido? —recalca, haciendo énfasis en cada palabra—. Nosotros no tenemos ningún tipo de relación.
—Lo sé, pero vine a felicitarte por tu compromiso —aclara, levantando una ceja—. Me enteré que te vas a casar con tu... Enemiga.
En ese instante, siente la necesidad de agarrarlo por el cuello de la camisa.
—Vaya, veo como los chismes corren como pólvora. —Aplaude—. ¿Hay algún problema con eso?
El hombre muestra un semblante de palidez.
—Disculpa, no quise incomodarte con mis amigas preguntas —dice en señal de rendición.
—¿A qué viniste? —demanda saber—. ¿A enterarte de los chismes?
—Solo vine a negociar contigo —comenta.
—¿Me estás jodiendo? —bufa Adriano—. ¿Por qué tengo que hacerlo?
—Di Marco es...
—Te lo diré una vez —amenaza perdiendo la poca paciencia que le queda—. Lárgate de mi casa en este instante. No estoy de humor, así que si no quieres que desquite mi ira contigo. Piénsalo bien.
El hombre lo mira con horror, deseando en su mente que Adriano no extraiga un arma y lo asesine.
—Volveré cuando esté más calmado. —Se marcha.
—No volverás imbécil —susurra por lo bajo.
Me marcha a su oficina echo un añicos, tirando la puerta de un golpe.