Adriano Di Marco
Cuatro años después
Las luces volvían a ser demasiado resplandeciente, el mundo demasiado ruidoso mientras yo yacía en el suelo en un charco de mi propia sangre, tenía una bala en el costado izquierdo, la pierna lesionada y el hombro dislocado.
Con esfuerzo me volví a poner de pie detallando la escena, ocho hombres me apuntaban con sus armas, la mitad de ellos hace mucho habían caído en combate.
No por nada era el mejor y el más temible tirador en el campo.
Solté una carcajada tenebrosa que detuvo todo ataque de parte contraria, clave mis oscuros ojos en el causante de mi estado actual.
Sin importarme lo más mínimo el dolor, ignorando cada herida, y la sangre que lentamente resbala por el costado de mi rostro.
—Datti por morto, maldito desgraciado — gruño dando un paso al frente alzando la Magnum sin fallar ningún tiro, avanzo con cada oponente caido con un tiró en la frente o en su defecto en el corazón.
Doy un disparo en ambas piernas haciendo que Rostislav Patrov caiga de rodillas sobre el pavimento, otro más a su hombro deleitándome con el dolor y el miedo que centella en sus ojos que rápidamente es suprimido por la furia.
—Ultime parole? Rostislav — indagó con sorna, la ironía remarcando cada facción, mis ojos destellando la oscuridad que me posee.
—Vete al infierno — escupe con los dientes manchados de sangre lo empujó con el pie de un solo golpe provocando el glorioso sonido de su cráneo impactando antes de cernirme sobre el con el arma apuntando a su frente.
—De ahí vengo.
La noche se traga el sonido del disparo, el viento se lleva consigo el aroma q muerte que poco a poco me envuelve por entero.
Dejo caer mi cabeza hacia atrás inhalando tan profundo como puedo, camino sin dificultad cubriendo mi herida. Pero primero tengo algo que hacer, saco el galón de gasolina del auto y lo esparzo por los cuerpos y el auto, saco el encendedor de mi pantalón prendiendo un cigarrillo me quedo observando la escena frente a mis ojos, satisfecho.
Saque el cigarrillo de mis labios mirándolo antes de arrojarlo a primer cuerpo, en segundos todo se prendió, desprendiendo un aroma que siempre guarda mi memoria.
No muy lejos puedo divisar el auto de Nial correr a toda velocidad seguido de cuatro autos que reconozco de inmediato.
Camino a su encuentro sin importarme que sigue en marcha, entonces cuando está a un kilómetro de mi lo veo frenar haciendo que las llantas derrapen, aún con el auto moviéndose jala de la palanca abriendo de inmediato la puerta del lado del copiloto entro en un movimiento fluido cerrando la puerta.
Nial vuelve a conducir dando la vuelta del coche en dirección a ja carretera, escucho los disparos impactar contra el vidrio anti balas. Abro la guantera levantándome la camisa.
—¡¿Qué carajos Adriano?! —exclama eufórico, con una mirada fugaz a las heridas.
¿Sería demasiado decirle que no siento el brazo?
Saco un arma del compartimento secreto del vehículo, la cargo y saco el seguro. Me acomodo y disparó, el primer vehículo sale de la carretera perdiendo el control estrellándose
Seguramente le di al conductor. A los otros tres les disparó en las ruedas.
Escucho maldiciones en español, son los hombres de Sandoval.
Vuelvo a acomodarme dentro del auto, haciendo acopio de mis conocimientos de medicina para buscar la causa de la hemorragia y suturar.
Limpio la sangre alrededor de la herida y la cubro con un vendaje, en un movimiento me vuelvo a colocar el hombro en su lugar, viendo la mueca de Nial, lanzo la camisa empapada de sangre de encima y la cambio por otra limpia, vuelvo a arreglar mi apariencia.
—¿Cuánto tiempo tenemos para llegar al aeropuerto? — inquiero tomando una pastilla de analgésicos.
—Dos horas —esgrime, con un tono neutro, dándome una mirada fugaz preocupado por la pérdida de sangre—Duerme.
No me permito dormir, pero si cerrar los ojos unos minutos intentando mantener lo más posible mi rostro neutral pese a los latigazos de dolor que me surcan el cuerpo entero, cierro el puño izquierdo el que no se encuentran a la vista de Nial.
En estas situaciones suele preocuparse demasiado al punto de amenazarme
Si, a mi a la cabeza de una de las mafias más temibles de Europa.
Siento como el auto se detiene, escucho el sonido de los aviones en la pista de aterrizaje. Todos mis sentidos se duplican más de lo normal.
Tengo que moverme rápido si quiero evitar lo que está por sucederme.
Abro los ojos y bajo del auto llevándome conmigo los lentes oscuros de repuesto que Nial guarda al lado del botiquín.
—¿Qué haces? —le pregunto frunciendo el entrecejo al verlo bajar del auto y asegurar las puertas. Me devuelve una mirada firme.
—Iré contigo, te guste o no, no te encuentras en condiciones de ir solo —decidio con voz demandante. Ruedo los ojos con fastidio.
Quizás se deba a los muchos años que hemos trabajado mano a mano, por muy jefe que sea cuando Nial decide algo lo hace sin importar nada.
No tengo ánimos de discutir con él, por lo que soltando una maldición le indico con un ademán de cabeza que se mueva.
Entonces doy el primer paso a la entrada del aeropuerto internacional de Italia, la Toscana Florence.
Apenas las puertas se abren, me veo envuelto en el bullicio apabullante de las personas, me provoca dolor de cabeza, molesto busco con la mirada a quien debo esperar para mi jodida suerte.
Alguien choca contra mi cuerpo, mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro y me veo atrapando a esa persona rodeando uno de mis brazos por su estrecha cintura. Deslizo mis ojos cubiertos por los lentes de sol hacía abajo donde un par de ojos negros que dan la impresión de parecer inocentes me devuelven la mirada, pero detrás de aquella primera barrera un mundo de emociones se desata, de pensamientos que van y vienen. Su cabello n***o lo mantiene atado en un coleta alta, lleva puestos uno pantalones de mezclilla con una camisa de botones de seda de color celeste
—Discúlpame — enunció con voz trémula, empieza a separarse del firme agarre que la sostiene contra mi pecho, le quitó los brazos de encima, ella sostiene una de mis manos entre las suyas.
Por alguna extraña razón siento que conozco a esa chica, los recuerdos no se evocan, más si las sensaciones que aún persisten allí donde su calor corporal traspaso las limitaciones de la tela.
—Discúlpame a mí —pronuncia sin desviar la mirada de los míos, como si pudiera ver a través de los lentes y de mi oscura alma —.No me fijé por dónde caminaba.
—Esta bien, preste atención la próxima vez —es todo lo que digo, nos quedamos quietos solos observandonos en silencio.
Nial se aclara la garganta detrás de mi, sacándonos a ambos de aquella ensoñación, rompo el contacto con nuestros dedos, anhelado volver a sostenerlos. ¿Por qué mierdas tiene que interferir?
—Por supuesto que lo haré, gracias —y dicho esto ambos seguimos nuestros caminos.
La sensación persiste.
¿Dónde he sentido esto? Ah, si, con ella.
—Te vez tan bien como siempre —notifica como saludo mientras su cabellera rubia se mueve con su perfecto caminar sobre los tacones, que deben medir más de cinco centímetros.
Ariadna sonríe más grande cuando frunzo el entrecejo en su dirección.
—Tan irritante como recuerdo, Ariadna— respondo tomando su maleta, se engancha a mi brazo, es solo una cabeza de diferencia comparado con mi monstruosa altura de metro noventa y cinco.