El tiempo se volvió una palabra, el mundo pareció detenerse y mi cerebro reprodujo a viva voz la risa de ella como una dulce tortura.
Su boca demanda la mía, su lengua tersa enredándose con la mía tirando de esta a su cavidad bucal, era una guerra de dominio sobre el otro.
En pocas palabras un juego de poder.
Tal y como ha sido desde el principio.
Afianzó mis manos sobre su cadera deslizando una de ellas debajo de sus glúteos levantándola del suelo obligando a sus piernas a rodear mi cintura pegando más su espalda a la pared. Llevo la mano libre debajo de su vestido ascendiendo mi mano hasta una zona en específico.
Me muevo hasta su cuello con una sonrisa perversa de satisfacción pura. Escuchando los sonidos que suelta elevando el calor de la habitación y con ello nuestra propia lujuria
Sus ojos se encuentran con los míos en ese lapso de lucidez que nos aborda, en un segundo ella tiene un cuchillo contra mi cuello y yo un arma en su vientre.
Nos sonreímos sardónicos, llevo una de sus piernas al suelo.
—Que maravillosa jugada, ha ejecutado señorita Kutzenova —halago, con mirada ávida, sin subyacer la verdadera necesidad de ello.
—Gracias — acepta orgullosa llevando ahora la cuchilla hasta mi pecho. Alzó un ceja.
No tiene intención de matarme. No aún
—Entenderá que debo deshacerme de mis posibles amenazas.
Agarrándola del cuello apretando el agarre, susurró cerca en su oído
—Por algo son posibles, señorita Kutzenova —contraataco provocando su ira.
Rápido y fluido la elevo de la garganta sobre la pared.
El aire lucha por entrar en sus pulmones y lo poco que llega seguramente debe arder por el esfuerzo, presionó con mis dos manos su garganta, parpadea intentando enfocar. Su cuerpo se retuerce debajo de mi.
El tiempo se le acaba.
Pese a su posición se atreve a soltar una carcajada burlona.
La suelto provocando que caiga en el suelo en un ruido sordo.
Lleva una de sus manos a su garganta sobándola al mismo tiempo que se pone de pie dedicándome una mirada ardiente.
—No me contendré —afirma colocando en posición de ataque.
—Yo tampoco.
Siento algo escurrir de mi cuello, llevo mis dedos encontrando para mí maravillosa sorpresa un hilo de sangre.
Volvemos a mirarnos y entonces empieza el verdadero combate cuerpo a cuerpo
Una demostración de nuestras habilidades en combate ..
-lapso –
El aire frío de la calle me recibió como una vieja amiga a mi cálida piel acostumbrada a climas templados y calientes, cerré los ojos un segundo e inhale tan profundo como mis pulmones me lo permitieron. Notando entonces para este momento la costilla posiblemente rota que debía ser atendida.
Los ojos de Nial me recorren de arriba a bajo con sospecha, esta recostado sobre la puerta del auto con los brazos cruzados.
—Curioso—la palabra escapa de sus labios sin pensarlo. Pronto me encuentro bajo la atención de una analítica mirada, decido acortar la distancia que nos separa, sacando las llaves del auto desbloqueando las puertas —No voy a preguntar. Aún.
Sus ojos parecen taladrar, quemar con una sola mirada, pero ante tal ataque me mantengo estoico sin mover ni cambiar nada en mí.
Siento el latido de mi corazón en todo mi cuerpo y el sabor de mi propia sangre en mi boca y nariz. Inhaló hondo.
Encendiendo por fin el motor del coche, la puerta del copiloto se abre y cierra con Nial dentro me pongo en marcha.
La noche ha terminado.
Las puertas del averno han de abrirse como debe ser y gustoso seré yo quien envie a las almas a recibir su merecida condena a el.
La duda está allí. Esperando como un depredador a qué su presa caiga por sus propias decisiones. Satírico momento de emoción dónde todo puede ocurrir, un paso en falso acabaría siendo ¿Premio o castigo?
¿Pero por cuánto tiempo mantendría la cuestión dentro de su boca sellada?
¿Cuándo empezarían las preguntas?
—Salgamos de aquí— enunció terminando de cruzar las grandes puertas.
Mi atención es captada por la figura en el balcón principal, devuelvo la vista al frente.
El camino se torna en una silencio que a medida que se prolonga encuentro en el cierta satisfacción, los eventos de esta noche se que están lejos de quedarse como eso, se van a repetir, me encontré de nuevo con aquella enigmática chica que por primera vez logro lo que ya nadie podía acercarse lo suficiente a mi espacio personal para efectuar el golpe adecuado.
Apenas detengo el auto frente a la mansión que ocupo varios de mis hombres salieron de inmediato. Algo salió mal.
Bajo del auto ajustando los guantes y mi saco.
Para los negocios la noche apenas empieza.
—Capo, tengo que informarle algo—inicia Anatoli firme sin dar un paso atrás y mucho menos dudar —Ha surgido un problema
Aprieto la mandíbula con fuerza, cuento mentalmente porque se que lo que estoy a punto de escuchar no será nada de mi jodido agrado.
—¿Qué carajos ha sucedido? —ordeno saber.
—Son los rusos —informa, elevo una ceja
—¿Ahora que han hecho esos hijos de puta?
—Nos han robado mercancía
En pocas palabras nos han declarado la guerra. ¡Que situación más perfecta! Sonrió provocando que todos mis hombres se estremezcan más no retroceden recordando su entrenamiento.
—Nial —ladro, el Consigliere dirige su atención atento a mis siguientes órdenes. La felicidad enfermiza brilla en sus ojos, sabe lo que le diré, lo antecede antes de que lo diga en voz alta—Tienes luz verde.
Sin esperar más tiempo Nial hace un ademán a los hombres que lo siguen sin dudar.
—Vamos —ordeno al resto de los hombres, subo a la camioneta que está destinada a esto, junto a varios de ellos con otro auto con el resto de los hombres siguiéndome. Eran cuatro autos.
Si los rusos querían una guerra, les daría el honor de conocer el poder de la mafia italiana.
Detuve el auto al llegar a un almacén abandonado, a simple vista parecía que no tenía nada que robar. Era perfecto.
Baje del auto cargando conmigo una pequeña cantidad de dinamita y las armas.
Mis hombres me siguieron sin dudarlo, protegiendo mis espaldas
—Ábrela —ordene, la enorme puerta de metal cedió tras un chirrido, encendiendo la linterna nos adentramos al final en un costado estaba lo que tanto estaba buscando, armas y mercancía de buena calidad.
—Llévense todo, no dejen ni un rastro —ladre observando cómo acataban mis órdenes sin rechistar, moviéndose con rapidez cargando todo en las camionetas.
Mientras ellos sacaban todo cuánto podían me encargue de colocar las cargas de dinamita en los pilares del lugar, haría añicos este almacén, tanto que no quedaría nada al final que recuperar.
A estas alturas ya me encontraba afuera como un fiel espectador de la obra de arte que yo mismo estaba creando. Esperando el momento idóneo para abrir el telón y que todos observen como temor o admiración.
—Ya está Adriano — anuncio Máximo, mi amigo y hermano. Estaba tan loco o más que yo, la diferencia era que Máximo no tenía botón de alto, era todo o nada con él y eso muchas veces podía salirse de control.
—¡Hazlo pedazos! ¡Que nos escuchen en el infierno!
Con una sonrisa desquiciada al mismo tiempo Máximo y yo oprimimos el botón y todo el lugar explotó. Su carcajada resonó por encima de la explosión.
Nos subimos en la camioneta saliendo del lugar en el momento que vemos cinco camionetas conduciendo veloz hacía las los restos del almacén y no solo eso los policías no encuentran muy lejos.
“Espero que les guste mucho el presente”
Piensa con malicia.
Pero hay algo más allí removiéndose en la superficie, sin intención de ser notada, aún no.
El celular suena con una llamada entrante, y el remitente es aquel que había esperado y sabe con certeza que ha aceptado la oferta.