***Ksenia***
Hace unas cuantas horas que habíamos llegado desde Moscú, hasta la Toscana, un lugar con aspecto campestre ideal para pasar unas cálidas vacaciones, alejadas del ajetreo de la sociedad y de la vida mafiosa.
Es el momento de conocer a los socios. Ruedo los ojos.
Mi tía escogió un vestido rojo pasión, lo que suponía que debía llamar la atención de todo el mundo. ¿Acaso quería venderme a esos cerdos?
¡Maldita sea!
Demasiado sensual para mí, me dan ganas de quitarlo y hacerlo añicos.
—¡Tía esto no me gusta! —chillo enfadada—. Me siento como una prostituta.
Mi tía me fulmina con la mirada. No entiendo el porqué. Ella va mejor vestida que yo. Desearía cambiar mi atuendo por algo más reservado.
—¡Qué cosas estás diciendo Ksenia Kuznetsova! —reprende.
Refunfuño por lo bajo.
—La verdad —contesto—. ¿Es una reunión de socios o una vendimia?
Mi tía parpadea ante mis respuestas.
—No malinterpretes la situación, niña. —Me señala con el dedo—. Así que te comportas.
Ni que fuera gran cosa, son mafiosos al fin. No entiendo porque tanto protocolo para esa estupidez.
—Está bien —afirmo a regañadientes.
—Ya casi estás lista —comenta, colocándome un broche en el cabello—. Recuerda lo que hemos hablado.
Asiento con la cabeza.
—Tía —susurro.
—Vamos, los socios están en el salón y te presentaré a tu socio mayor.
Salimos de la habitación, siento el corazón que se me sale por la boca, un manojo de nervios invade cada parte de mi cuerpo. Cada paso se hace eterno, quisiera salir corriendo de allí y ocultarme debajo de las rocas.
Cuando llegamos frente a la puerta, se escucha unos murmullos de las personas que están del otro lado. Trago saliva.
Sujeto la manija con fuerza, dándole vueltas en cámara lenta.
Al adentrarme a la habitación, mi mandíbula cae. Esos ojos color ámbar penetrantes, me resultan familiar. ¿Dónde los he visto antes? Mi mente divaga en los mínimos recuerdos, pero por más que trato no logro acordarme.
Intento apartar la mirada de sus atibos, aunque me resulta imposible.
Una sensación extraña me recorre el cuerpo. ¿Qué me está pasando?
No reconozco a nadie en este lugar, supongo que son conocidos de mi tía.
Y para el colmo de males, ella me dirigió hacia él. ¿No podía ser otra persona? ¿Tanta gente, y justo tiene que ser él?
—Adriano, ella es mi sobrina, Ksenia —me presenta ante ese intimidante hombre—. Ksenia, él es Adriano Di Marco.
Me extiende su mano y yo la tomo, sintiendo un escalofrío.
—Un gusto conocerlo —digo, ocultando a toda costa mi nerviosismo.
—Me gustaría proponerle un trato, señorita Kuznetsova.
—¿Qué tipo de trato intenta comprar conmigo, señor Di Marco?
—Uno que nos beneficiara a ambos
Antes se preguntar a qué se refería con eso mi tía sonó una copa captando la atención de todos los presentes, dando así por inconclusa la conversación con Adriano.
—Su atención, por favor. —La gente desvía la mirada hacia ella—. Tengo una importante noticia que darles.
Ya empieza mi tía con su discurso.
—Sabemos que los españoles se han revelado contra nosotros —comenta—. Sé que no estamos en buenos término, pero no podemos dejar todo a su suerte, esperando que ellos nos invadan.
La gente está atenta a sus palabras.
—Por lo que decidí reforzar las alianzas con Adriano, a través de esta fiesta de compromiso.
¿Escuché mal? ¿Acaso dijo boda? No estoy entendiendo ninguna palabra.
—Mi sobrina Ksenia contraerá nupcias con el Capo —aclara—. Será por el bien de nuestras familias.
Mi cerebro se niega a procesar toda esa información.
En este instante, siento que se abra un hueco en la tierra y me trague.
Entonces, me he di de cuenta que el vestido de novia no era para ninguna amiga, sino para mí.
Esperé que mi tía terminara el discurso y me levanté para hablar con ella.
—Tía —la llamo—. ¿Que es todo esto? No quiero casarme con ese tipo.
Mi tía muestra una expresión de molestia, es como si me hubiese revelado contra ella.
—Te casarás con Adriano, por nuestra familia —sentencia—. No hay marcha atrás, no podemos perder el negocio que por tantos años tú padre forjó.
Un sentimiento de rabia se apodera de mí.
—A ti solo te importa ese negocio de mierda —espeto apretando los puños—. Pero, yo no importo.
De pronto una discusión que aumenta a gritos llama la atención para luego ser relegada al olvido, se trata de dos hombres que siempre tienen este tipo de encontrazos.
Solo que está vez no acabaría en una simple discusión.
Uno de ellos abre fuego con el contrario quien cae muerto al instante, sus hombres sin dudarlo lo acribillan y entonces el caos se desata.
¿Quién mierdas son esos tipos?, me pregunto en mi me mente.
—Yo te cubro —le grito a mi tía, saco a relucir el arma que llevo escondida.
Empiezo a dispararles, y me oculto tras una columna.
Aprovecho la ocasión para dispararle en la frente, y de inmediato cae muerto al suelo.
La puntería no me falla, algo que había estado perfeccionando desde que entré en este mundo oscuro, día tras día de entrenamiento duro. Y no es que quiero alardear mis habilidades como mafiosa.
Maldita sea con estos imbéciles.
Agachándome lo más posible busco posibles vías de escape, la puerta principal no es una opción pues está abarrotada de gente que intenta salir. Dirijo mi atención a la planta alta de la casa.
Sin dudarlo corro hacía las escaleras lo más rápido posible, giro apenas la cabeza notando para mi mala suerte que uno de los guardias del equipo contrario me sigue los talones y no precisamente para salir de la casa campestre.
El desgraciado tiene otros planes y esos planes me incluyen a mi.
Entro en la primera puerta que tengo a la vista sin molestarme en cerrarla, apenas el hombre entra haciendo que la puerta impacte contra la pared no dudo en lanzar la daga que prendía de mi pierna directamente a su cuello.
Se queda quieto por un segundo, lleva la mano a dónde el arma descansa arrancándola sin miramientos.
Es exactamente eso lo que esperaba que hiciera.
La sangre chorea de la herida manchandome en el proceso, el cae al suelo en una muerte dolorosa y rápida.
No me doy cuenta que mis ojos alguien me ha seguido por lo que me apunta con el arma, mientras me acorrala a través del balcón.
—Solo tú y yo, pequeña niña —comenta el hombre, dedicándome una maliciosa sonrisa que me causa asco.
—¿Pequeña niña? —ironizo, rodando los ojos—. ¡No soy una pequeña! ¡Soy su peor pesadilla!
Una furia me invade, y antes de que apriete el gatillo, me le adelanto, llenándome de valor suficiente. Y disparo.
El hombre cae muerto frente a mis pies.
—¡Maldición! —exclamo, cuando deslizo mi mano por el abdomen, dándome cuenta de que me han herido.
Y para el colmo, a causa del dolor me olvido de la altura de la que estoy, y un mal movimiento hace que pierda el control y caiga desde el balcón.
Me golpeo contra el césped y unas plantas que le dan un aspecto elegante al jardín.
Parece que la suerte no está de tu lado hoy, Ksenia.
Me quedo inmóvil aguantando el dolor, no puedo levantarme ni siquiera puedo emitir un sonido. Siento que me he quebrado todos los huesos. Y estoy segura que aquí soy el blanco perfecto para que me asesinen o termine muerta por una hemorragia.