Ángela observaba a su madre, no apartaba sus ojos de ella con reproche, quería saber todo sobre su «abuela» a quien no conocieron nunca
—Come, Ángela, la comida se enfría.
—¿No vas a decirnos nada sobre la abuela?
Sara palideció, luego enfureció y lanzó la cuchara en su plato con furia
—¡Tú no tienes abuelos! Lo he dicho hasta el cansancio.
—¿Por qué mientes? Esa mujer en el auto, es nuestra abuela, tenemos derecho…
—¡No tienes derecho a nada! ¿Sabes a lo único que tienes derecho? A permanecer callada y también tienes una obligación; cuidar a esas niñas bien para que ganes ese dinero y puedas ir a estudiar, para que luego vuelvas arrepentida, pero eso sí, supongo que cumplirás tu capricho de casarte con un hombre bien rico, y así tener la vida que tanto anhelas —Ángela la miró con i
