Capítulo II: Una señal para Emma

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Ryan se alejó abrupto, mientras la joven volvía a perder el conocimiento, la tomó entre sus brazos, apenas bajó, su mayordomo fue a socorrerlo, entraron a la casa y llevaron a la chica a una habitación en el ala izquierda, donde correspondía al personal de servicio, la llevó a una alcoba, la depositó en una cama. —Por favor, llama al médico y busca a la señora Effie, que venga a ayudar —ordenó Ryan cubrió a la chica con una manta, se veía tan vulnerable y pálida, se sintió compasivo, intentó tocar su frente para verificar si tenía fiebre, pero la puerta se abrió y Effie entró, sus ojos se abrieron enormes al mirar a esa mujer en la cama —Señor, ¿Qué pasó? —Intentaron lastimarla, la traje para ayudarla. Ella asintió, fue por el botiquín de primeros auxilios, tomó vendas y alcohol para curar heridas. Effie tuvo que ir a buscar más alcohol, pues se había terminado. Ryan se quedó apacible, observando a la joven, entonces ella comenzó a reaccionar, Ryan sintió ansiedad, estaba nervioso sin saber por qué. Su mirada se clavó en la joven, que abrió sus ojos y miró abrupta alrededor —¡¿Dónde…? ¿Dónde estoy? —exclamó con voz temblorosa, —Calma, estás bien —dijo Ryan Ella se levantó asustada, levantó la manta, observó su ropa maltrecha, tuvo terror, lloró, creyó que habían abusado de su cuerpo, y lanzó manotazos a Ryan, creyendo que él era uno de los malhechores. Effie volvió justo a tiempo —¡Tranquila, niñita! ¿No te das cuenta de quien es él? Ella frunció los ojos, dudosas —No lo sé. —Es mi señor, Ryan Kareman. —¿Y eso a mí qué? —exclamó molesta, arrugando la nariz furiosa. Ese gesto casi provocaba la risa de Ryan, quien detuvo el impulso, impidiéndolo salir —¡Pequeña malcriada! —espetó la mujer madura con coraje—. ¡Te ha salvado la vida! Si no fuera por él, unos rufianes hubiesen abusado de ti, y te hubiesen lanzado muerta al mar del norte. Las palabras provocaron escalofríos, y Ángela se sintió temblorosa —Lo siento… yo… Gracias —dijo con voz débil, Ryan asintió levemente. El rechinido de la puerta sonó y se abrió, Ryan se quedó perplejo al mirarla —¡Emma! ¿Qué haces aquí? No debes estar despierta a esta hora. —¿Qué sucede? —dijo con voz suave, Emma clavó la vista en la muchachita recostada, la miró bien, con el rostro dudoso, por un instante, Ryan se sintió temeroso, no quería un malentendido, era raro, ellos nunca habían tenido uno —Emma… salí a caminar, y encontré a esta joven, casi la asaltan, y la rescaté —la mujer se mostró sorpresiva, observó el golpe en su rostro y se preocupó, pero Ryan le dijo que estaría bien —¿Estás bien? —preguntó Emma con voz cálida. Ángela asintió con la cara roja de vergüenza. Emma sonrió, de pronto le pareció una chica dulce y buena, aun no sabía mucho, pero creyó que un aura de bondad la cubría, se sentó sobre la cama —Tranquila, ¿Cómo te llamas? Ella levantó la vista, esa mujer era diferente a las del pueblo, era hermosa, de piel clarísima, cabellos rubios como el oro, y ojos azules como porcelana de muñeca. Esa mujer le transmitió confianza y paz —Ángela, señora. Emma asintió y sonrió, ese nombre le gustó, parecía perfecto para su hermoso rostro, repleto de belleza e inocencia. —Ryan, ¿Puedes traerle a Ángela un vestido de mi clóset? Te sentirás más cómoda —dijo cuando evidenció su ropa desgarrada. Ryan se quedó perplejo, pero pasada la conmoción obedeció. Emma sonrió suave, puso su mano al hombro de Ángela, mientras la observaba con dolor —¿Te lastimaron? —preguntó compasiva, sabía que alguien se había querido pasar con ella, era notable en su ropa. Ángela tembló al recordar a esos hombres, tocando su cuerpo, sintió pavor, náuseas de aberración y humillación, comenzó a llorar y Emma la abrazó con fuerza, podía sentir su genuino dolor, quería consolarla, sintió que esa joven era más buena de lo que ella misma intuía. Cuando Ryan volvió las vio así, se quedó confuso. Emma sonrió y tomó el vestido, se sorprendió al verlo, había creído que Ryan traería el primer vestido de su guardarropa, pero ese vestido era uno de sus mejores, uno azul claro, asintió despacio, y lo puso en una silla —El médico no va a poder asistir, está fuera de Roshyn Du, volverá mañana. —Estoy bien, puedo cambiarme e irme, en mi casa deben buscarme. —No puedes irte tan débil, asustarás a tus padres. Dinos donde podemos informarles —dijo Emma —Mi madre vive muy cerca de la playa, y trabaja en los cafetales… —una idea cruzó su cabeza, se quedó estupefacta, y miró a Ryan con estupor, ahora que lo recordaba su madre trabajaba en los cafetales Kareman, se sintió tan tonta —Entonces, tu madre trabaja aquí, no te preocupes, dame su nombre, la buscaremos e informaremos —dijo Ryan. Emma aprobó —Sara, se llama Sara Collins. Ryan asintió —Bien, descansa ahora, Ángela, lo necesitas, mañana te llevarán casa. Ella asintió, su herida estaba curada, pero se sentía mareada, necesitaba dormir. Emma y Ryan salieron de ahí. —Emma te ves cansada, debes dormir, vamos, quiero dormir a tu lado —dijo Ryan, llegaron a la puerta de la habitación —No, Ryan, duerme en tu habitación, me siento cansada —dijo con voz dulce, Ryan asintió, no se sintió defraudado, fue a su alcoba, Emma entró en su recámara, no mentía se sentía cansada, demasiado. Apenas pudo abrir su armario, observó sus vestidos movidos. Sí Ryan hubiese elegido cualquier vestido, hubiese llevado el rosa que colgaba primero, pero había escogido el azul celeste que estaba hasta el fondo. «Escogió el vestido» pensó con sorpresa. Una tristeza nostálgica la invadió, pero se calmó. No era su vestido favorito, pero sabía que era el color que más le gustaba a su marido. Se habían casado hace seis años, tenían dos hijas gemelas; Brisa y Mar. Eran felices, hasta que recibieron la noticia de su enfermedad, un terrible cáncer de estómago, desde hace un año, lucharon con fuerzas, pero el último diagnóstico fue desalentador, Emma esperaba su muerte, lo sabía, los doctores se dieron por vencidos y su dolor era cada día menos soportable. Se sentó en la cama, recordó los pensamientos que la habían mantenido despierta, antes de esa interrupción. «Ella abrió la puerta del balcón, no podía respirar, una terrible tos la había inundado, tosió sobre su pañuelo, y un puñado de sangre brotó por su boca, se asustó, era más sangre de la usual, sintió temor. Las lágrimas bañaron su rostro, miró al cielo, pensó en su vida, lo feliz que había sido; siempre privilegiada con amor, riqueza y belleza, y ahora, nada tenía sentido —¡Dios mío! Puedo ir a tu encuentro con la fe de mi amor, pero sufro por quien se queda, mis amadas hijas son demasiado jóvenes para perder el amor de una madre, mi dulce esposo sufrirá la soledad y la culpa. No deseo ninguna cura, o esperanza, la muerte es inevitable, mientras me lleve a ti, no temo nada, podría merecer un milagro, un rayo de fe que ilumine mi partida. Cualquier voluntad, la aceptaré, quiero el consuelo de saber que, tras mi muerte, mis hijas tendrán a alguien que las amé como yo, y mi amado Ryan, tendrá un amor que le hará recordarme con alegría. Un sonido la hizo observar el jardín, entre las penumbras observó a su marido, sosteniendo un cuerpo entre sus manos, se quedó perpleja»  —¿Acaso está es la señal que te pedí mi Dios? ¿Este es el milagro que me has concedido? —preguntó con los ojos nublados, el corazón tierno, y la esperanza embriagando su interior.
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