Capítulo VIII: Pasión desenfrenada

1356 Words
Ryan subió a su alcoba, se sentía cansado, se desvistió y se puso su pijama, tomó el control remoto de la televisión, antes de dormir siempre miraba un documental de historia, así podía dormir, pero cuando encendió la pantalla se quedó perplejo, admiró una escena s****l y ardiente, era pornografía pura; una mujer de cabellos oscuros y un hombre tenían sexo duro ante la cámara, se quedó inmóvil, intentó cambiar de canal, aunque el sonido no era envolvente, no importaba que botón oprimiera, la imagen no cambiaba. Ryan no era tan tecnológico para intuir, que, la televisión había sido manipulada, y había una USB conectada que no respondía al control remoto en sus manos. El sudor perló su frente, el calor impregnó en su cuerpo, sintió su respiración rápida, reaccionaba a esas imágenes, no era un santo, y tenía demasiado tiempo sin tener relaciones sexuales, tragó saliva, observando las escenas ardientes, pero de pronto, esa actriz parecía tener el rostro de Ángela, su boca estaba seca, podía verla ahí, a su lado, en esa frenética entrega de placer lujurioso, Ryan se sintió demasiado excitado, negó con rapidez, antepuso sus principios, apagó el televisor, no podía hacerlo «¡Qué clase de hombre soy!» exclamó sintiéndose mal por su actuar, pensó en Emma ella estaba muriendo y él solo pensaba en sexo, ¿Acaso era tan infame? Se sintió asqueado, salió de prisa, bajó las escaleras necesitaba aire, paz. Cuando bajó observó la biblioteca encendida, se quedó preocupado, estaba seguro de que había cerrado el lugar y apagó las luces, entró despacio, y entonces la vio; Ángela estaba sentada en el suelo, con varios libros a su lado, mientras leía uno con paciencia, ni siquiera notó el ingreso de Ryan, que de pronto sintió una rabia, que lo consumía, sintió demasiada tensión y coraje, como si la culpara de ser una tentación difícil de olvidar —¡¿Qué demonios haces aquí?! Ángela pegó un brinco, asustada, miró sus ojos irresoluta, articuló unas palabras balbuceantes —Eh, yo… —¿Tú qué? Este lugar es también mi despacho privado ¡Cómo te atreves a invadir mi espacio personal! —exclamó en un grito desesperado y la chica enrojeció, sintió miedo, la imponente y alta figura del hombre la asustó, pero recuperó la compostura, ¡Oh, no! Nadie podía gritarle así, no a Ángela Collins —¡¿Por qué me grita?! La señora Emma me ha dado su permiso, puedo leer los libros, porque ella me lo autorizó. Ryan la miró con rabia —¿Quién te crees que eres? ¡¿Por qué carajos te crees con tan buena suerte de hacer lo que te plazca?! La joven no disimuló un mohín de burla, y sus ojos se afilaron a mirar a Ryan —Solo estoy leyendo, tampoco es que este contando su fortuna —esas palabras lo desquiciaron, era demasiado cínica, se acercó unos pasos más —¿Cuánto dinero quieres para largarte de esta casa? Ella se quedó perpleja, la tomó por sorpresa —¿Qué dice? —Sí, deja de hacerte la mustia, ambos sabemos que eras cómplice de Keira, y te arrepentiste de último momento. —¡Eso es una mentira vil! —¡Por favor, no lo niegues! Ella me lo dijo, cambiaste de parecer, ¿Qué buscas? —dijo Ryan admirando su rostro sorprendido, la respiración de la chica era intensa, y Ryan comenzó a sentirse poderoso, al notar el efecto que tenía sobre ella, había demasiada tensión entre ellos —Yo lo ayudé, de haber sabido que era solo un malagradecido, lo hubiese lanzado al viento para que lo destruyan —exclamó furiosa, Ryan se quedó sorprendido, sus palabras le calaron, y se acercó tomándola de los hombros —¡Háblame con respeto! Olvidas que soy tu jefe, soy quien paga tu sueldo, quien te da de comer. —¡Suélteme! Yo doy mi esfuerzo, no se crea tan importante —espetó alejando las manos, pero Ryan sujetó sus brazos, pegándola a su cuerpo, con tal fuerza que ella no pudo escapar, sintió calor, y su mirada parecía devorarla, Ángela tuvo miedo, por un instante no supo que sentía, tenía temor, pero también temblaba, no podía respirar, su corazón latía como loco, y sus ojos estaban desbordantes. Ryan apretó con fuerza, pero no la lastimaba, sentirla cerca le pareció una tortura infame, y placentera —¿Cuánto dinero quieres, pequeña malcriada? ¡Déjame en paz! —dijo con los dientes apretados, acercándose más, sofocado, con el sudor mojando su cuerpo, su corazón inquieto, y ese maldito deseo, que despertó su hombría, humedeció sus labios, casi en forma sugerente, sin control pegó su frente a la de Ángela, respiró para recuperar la calma, sus manos recorrieron la suave piel de sus brazos, Ángela tuvo terror, todo su cuerpo era incontrolable, y se estremeció, no era tonta, supo que Ryan la deseaba como mujer, y supo que tenía dos caminos; uno donde cedía y se convertiría en la amante de ese hombre, podría asegurar su futuro, obtener dinero y cumplir con facilidad sus sueños, y otro donde no lo hacía, y seguía esforzándose, Ángela no era una mujer que se dejaba guiar por sentimientos blandos, siempre prefería su inteligencia y lógica, no era compasiva, y era egoísta, lo suficiente para pensar solo en ella, eso lo había aprendido de su padre. Pero, cuando recordó a Mar y Brisa sobre los prados de Musselburgh, y después pensó en Emma, protegiéndola, no fue capaz, no podía ser esa mujer, no podía destruir ese dulce hogar, por primera vez sintió un golpe en su conciencia, no iba a hacerlo. Se alejó abrupta, empujándolo —¡Aléjese, por favor! —exclamó cuando Ryan intentó detenerla—. ¡Se lo suplico, no me haga esto! —espetó con ojos llorosos Ryan abrió ojos enormes, sus pupilas estaban dilatadas y oscurecidas, en ese momento supo de lo que ella hablaba, recuperó la compostura, aunque le costaba tanto, tragó saliva, pero su mirada se volvió severa —¡Lárgate de aquí, y no vuelvas a cruzarte en mi camino jamás! —gritó como loco, Ángela se asustó mucho y corrió fuera de ahí. Emma estaba sentada sobre la cama, eran las cuatro de la madrugada, miraba su reflejo en el espejo, lejos del maquillaje que usaba y la peluca sobre un maniquí, estaba calva, con el cuero cabelludo pálido, no era más la mujer hermosa que deslumbró a Ryan Kareman, delgada hasta los huesos, acabada, solo esperando la dulce muerte, recordó las palabras de Effie como si las escuchara ahora mismo: «Ella, la señorita Ángela, fue quien desistió primero, me temó, que, si ella no se hubiese negado, ahora mismo la historia sería distinta, nunca vi al señor Kareman tan descontrolado, tan arrasado por la pasión, era como otro hombre, lo siento, mi señora, estoy sorprendida…» Emma no pudo imaginarlo, no podía concebir la imagen de Ryan Kareman siendo un hombre apasionado e impulsivo, ¡No podía! No era el hombre que ella conocía. No. Emma solo conocía a un hombre dulce, tierno, romántico, que era tan suave al hacer el amor, como pétalos de rosas, no podía creer que fuera una llama ardiente y lascivia como lo había descrito Effie, ¿Qué tenía Ángela que lo incitaba así? Si ella misma, no lo consiguió ni en sus años más mozos y bellos. —Ángela pasó la primera prueba, no es una mujer capaz de ser la amante de un hombre casado, tiene buena conciencia y es capaz de resistir a la lujuria y la tentación — dijo en voz alta, Emma sintió algo de tranquilidad, pero aun la tristeza estaba en ella. Tuvo miedo, lágrimas corrieron por su piel, era lo que quería, pero era humana, el dolor del remplazo, la rabia de los celos, y de saber que otra mujer ocuparía su lugar, o que incluso ocuparía un mejor lugar que ella la hicieron enloquecer, no odiaba a Ángela, peor odiaba su suerte, su enfermedad, su destino, lloró mucho, mordiendo las sábanas para no liberar los sollozos que ahogaban su garganta, y su corazón también.
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