“El destino nos concede nuestros deseos, pero a su manera, para darnos em realidad algo más allá de nuestros deseos.”
Johann Wolfgang von Goethe
Marcos finalmente pudo dormir esa noche, el licor lo hizo caer sobre la cama y quedarse rendido. Despertó con la alarma del reloj, nuevamente la rutina; por suerte ya era el último día de la semana, aunque eso también significaba que Martina estaría de regreso.
Se dio un baño para terminar de despertarse, se vistió y salió hasta su oficina. Cómo todos los viernes, correspondía reunirse con todos los jefes de departamento y con los directivos, eso significaba que debían dejar todo planificado y organizado para la siguiente semana.
—Sr Farré, ya están todos esperando por usted en la sala de juntas.
—Gracias Danae, ya voy para allá. Por cierto, ¿mi madre está allí?
—Sí, señor. Ya está y el Sr Romanutti también.
Marcos se arregló la chaqueta, tomó su móvil y fue hasta la sala de juntas. Entró y el gesto en el rostro de su madre fue una señal de que algo no andaba bien.
—Buenos días, disculpen la tardanza, recibí una llamada justo cuando venía saliendo para acá. —Marcos se excusó con el resto de los jefes.
—Siéntate Marcos, no dilatemos más con excusas. —dijo en tono algo hostil el dueño de aquel emporio.— Estoy bastante preocupado con los últimos reportes financieros. No estamos vendiendo igual que meses atrás.
—Hemos mantenido la calidad del producto que se ofrece en cada una de las franquicias, pero creo que es un tema más de innovar. —refirió el CMO Bruno Oliveira el jefe del departamento de marketing.
—No tengo idea de lo que se deba hacer pero no pienso dejar caer mi emporio después de tantos años de trabajo. No son dos días que llevo en esto. —golpeó la mesa con el puño.
—Tranquilízate —murmuró Macarena, mientras deslizaba su mano sobre el muslo de Francesco, la mirada hacia ella fue fulminante.
—No puedo calmarme, quiero que todos trabajen hoy en una estrategia para la semana que viene. Si no logran resultados, todos están despedidos. —Se levantó y salió de la oficina.
Uno a uno los miembros fueron saliendo de la oficina, excepto Marcos, quien esperó quedar a solas con su madre. Ella se acercó hasta donde estaba sentado su hijo.
—¿Dónde estabas ayer? Te estuve llamando toda la noche para decirte sobre esto.
—Me quedé dormido temprano, mamá.
—No tengo que recordarte que eres el CEO de esta empresa y que todo el funcionamiento depende de ti, verdad.
—No, no tienes que recordarme absolutamente nada. Yo cumplo con mis funciones, pero no escojo al personal. No sé como piensan que Bruno pueda tener buenas ideas si es un hombre rígido y tradicionalista.
—Pues debes decírselo a tu padre, Francesco siempre ha escuchado tus propuestas, si no confiara en ti, no te habría dado este puesto.
—¿Estás segura de que fue por ello y no porque se lo exigiste?
—¿Qué insinúas, Marcos?
—Nada mamá, nada. —se dispuso a levantarse y salir de la oficina.
—¡Joder! Te estoy hablando. No me dejes con la palabra en la boca.
—Voy a trabajar, a ver que más puedo hacer por la empresa de Francesco.
—No hables así. Tú eres como un hijo para él.
—Exactamente madre, como un hijo. Pero no lo soy. ¿Te olvidas que tiene a su hija y que ella es la heredera de todo esto?
—Zoe nunca se ha ocupado de apoyar a su padre, es una niña caprichosa. En cambio tú, siempre has estado con él.
—Legalmente no soy dueño de nada de esto.
—Aún no. Pero yo me encargaré de que así sea.
—No quiero nada que no sea mío, que no me lo haya ganado.
—Ser la amante de Francesco por más de quince años debe garantizarme algunas cosas, entre ellas, tener parte de esta empresa.
Marcos hizo un gesto de desconcierto, a pesar de que estaba agradecido por todo lo que había hecho Francesco por él, no quería deberle nada.
Regresó a su oficina, y nuevamente los recuerdos volvieron a él. La chica del beso express lo seguía estremeciendo por dentro.
—¿Dónde estás metida muchachita? ¿Por qué no puedo olvidarte, por qué estás ganas locas de besarte y de hacerte mía? —murmuró entre dientes.
Necesitaba distraerse, cuando terminó de trabajar, llamó a Paulo, su mejor amigo de la universidad con el que aún mantenía contacto.
—Nos vemos en el bar en una hora.
—Claro, nos vemos allá. Llevo un par de amiguitas.
—Como quieras, sabes que lo que más se consigue es chicas con quien pasar el rato, de dinero y cero complicaciones.
—¡Joder tío! El sortudo eres tú, yo prefiero tener pájaro en mano.
Marcos finalizó la llamada y tomó su chaqueta, el maletín y las llaves de su auto. Cerró con llave y salió de la oficina. Antes de ir al bar, fue hasta la empresa de foodexpress para ver si lograba ver a la chica que le había robado la tranquilidad.
Mientras aguardaba, recibió una llamada, un número desconocido. Dudó en atender en el momento. El móvil repicó por tres veces, cuando quiso atender se cortó la llamada. Chasqueó la lengua y volvió a concentrarse en su objetivo. De pronto pensó ¿y si era ella, quien lo llamaba?
Desesperadamente buscó el registro de llamadas y comenzó a llamar. Zoe miró su móvil deseaba contestar, deseaba verlo nuevamente, más allá de su plan de venganza, ella tampoco dejaba de pensar en él. Justo en ese momento le dieron el pedido y ella salió a hacer su entrega, apenas unos segundos y lo que él tanto había esperado y deseado se esfumó de la nada.
Desconcertado por segunda vez, condujo hasta el bar. Bajó de su auto y entró al local donde Paulo lo esperaba en compañía de sus dos amigas.
—Buenas noches —dijo Marcos sorprendido al ver a la dos hermosas morenas.— ¿Las gemelas Ferrer?
—Sí, te dije que eran nuestras amiguitas.
—Hola, Marcos ¡Cuanto tiempo sin verte! —dijeron ambas a coro.
—Pues bien, igualmente sorprendido y encantado de verlas, Marla y Carla —las señaló sin tener claro cuál de ellas era una o la otra.
—Yo soy Carla y ella es Marla. —respondió la más extrovertida y sensualmente vestida.
Él se sentó junto a Marla, durante la universidad habían tenido un corto romance de dos horas en la oficina del profesor de estadísticas, por lo que prefirió conversar con ella y dejarle a la seductora Carla a su amigo. La noche estuvo bastante entretenida, rieron, bailaron y tomaron lo suficiente como para terminar en una noche de pasión. Aún así, Marcos veía ansiosamente su móvil, deseando recibir esa llamada nuevamente. Algo le decía que era ella. No acostumbraba a darle su número a ninguna persona, excepto a ella.
Finalmente llegó la hora de seguir con la rutina, Carla y Paulo se besaban apasionadamente, mientras él y Marla parecían indecisos. Era como si ninguno de los dos quisiera dar el siguiente paso. La pareja se fue sin despedirse y ellos dos se miraron:
—¿Nos vamos? —preguntó él. Ella asintió.
Subieron al auto de Marcos, él condujo hasta su casa, era la última noche que le quedaba antes de que Martina regresara. Era poco más de las 10:00 de la noche. Estacionó su carro, bajaron y entraron a la mansión.
—¿No te sientes a gusto? —preguntó él.
—Sí —dijo ella elevando los hombros, él intentó besarla, pero ella lo esquivó.— Tengo que contarte algo.
—Dime, ¿Tienes novio, no quieres engañarlo?
—No, no tengo novio. Pero después que estuvimos aquella vez, me di cuenta de que no me gustan los hombres —Marcos dejó escapar una carcajada.
—¡Jajajaja! Bueno no sé si me halaga saberlo, pero la verdad es que tampoco quería llegar hasta esto.
—Mejor, me pides un taxi y me voy.
—Sí, como desees.
—Eso sí, no le digas nada a Paulo. No quiero que mi hermana sepa.
—¿Por Dios que edad tienes? A estas alturas y en pleno siglo nadie se fija en ello.
—Veinticinco. Era menor de edad aquella vez. Pero es algo que no me atrevo a contarle aún.
—Mejor, yo te llevo a tu casa. Es cerca ¿no?
—Sí, a unos cinco minutos. ¿Pero no estás muy tomado?
—No, estoy bien. De hecho cuando tomo, manejo mejor.
Salieron nuevamente, Marcos no paraba de reír con las bromas de su amiga.
—Me encantó verte, Marla.
—A mí también, ex. —rió y bajó del auto.
Marcos condujo hasta su mansión, de pronto en un cruce una luz lo encandiló repentinamente, apenas frenó y sintió el golpe en el parachoques. Se bajó del auto enardecido:
—¿Imbécil no te das cuenta por donde manejas? —lo tomó por el cuello de la chaqueta.
La joven se quejó del golpe y se quitó el casco. Era ella, sí era ella. Desesperado se agachó para ayudarla a levantarla. Aún no sabía sI aquello era real o si era apenas una alucinación.