Capítulo siete, Mary.

3549 Words
Martes. Otro día más en la cafetería, pero al menos hoy había sido soportable. Hugh, por una vez, había mantenido su boca cerrada. Y, lo admito, me había tomado el tiempo de maquillarme un poco, de vestirme con más esmero. No por las propinas, sino por algo que no quería reconocer en voz alta: la posibilidad de que el padre Jensen entrara por esa puerta. Esa idea, la de verlo otra vez, había sido suficiente para mantenerme distraída de mis demonios habituales. Las pastillas seguían allí, en su sitio, pero no me pesaban tanto hoy. Mi madre, mi vida... todo parecía más lejano. El turno estaba por terminar. Dejé mi delantal manchado de café en la parte trasera y me alisé la falda con las manos. Estaba cansada, sí, pero había algo en mí que se sentía diferente, como una energía nerviosa que no había sentido en mucho tiempo. Y entonces lo vi. Justo al mirar hacia la puerta, él entró. No con su sotana o su aire solemne de sacerdote, sino con jeans, una camisa sencilla y un suéter gris que lo hacía parecer un hombre común. Pero no había nada común en él para mí. Mi corazón dio un vuelco. Era él. Jensen. Al verlo ahí, vestido tan casual, algo en mí se iluminó. No era la primera vez que habíamos quedado en vernos, pero esta vez era diferente. Sabía que lo habíamos llamado "un encuentro", pero en mi cabeza no podía dejar de pensar que era algo más. Algo que, en otro contexto, habría llamado "una cita". Aunque claro, eso sería ridículo... ¿verdad? Me acerqué a él con una sonrisa que no pude contener, tratando de parecer casual, aunque por dentro sentía un revoltijo de emociones. — Pensé que solo usaban túnicas y trajes —bromeé, señalando sus jeans y su suéter gris. La verdad, se veía... diferente. Terrenal. Atractivo, aunque no quería admitirlo ni para mí misma. Él sonrió, esa sonrisa tranquila que parecía calmarme el alma, pero también me llenaba de un nerviosismo extraño. No era una sonrisa cualquiera, al menos no para mí. Había algo en esa calma que me trastocaba, como si todo en mí quisiera perder el control solo porque él estaba ahí. — Si te soy sincero, a veces es más fácil vestir de negro.— Sus ojos verdes inspeccionándome — ¿Tienes tiempo para un café? —preguntó con esa voz grave que hacía que el mundo a mi alrededor se difuminara. Mi primera reacción fue reírme un poco, sin malicia. La idea de tomar café en esta cafetería me parecía una broma. — El café de aquí es horrible, padre, se lo digo en serio. —El sarcasmo en mi voz sonó ligero, como siempre, pero había algo más en mis palabras que le dio un peso diferente. — Conozco un lugar mejor. —Su respuesta fue rápida, como si ya lo hubiera planeado, y en el fondo, eso me emocionó más de lo que estaba dispuesta a admitir. — Perfecto. —Dije, sintiendo una oleada de alivio al poder salir de ese agujero. Lo miré con curiosidad, preguntándome adónde me llevaría. Jensen me hizo un gesto para que lo siguiera. Al salir de la cafetería, esperé que camináramos, pero él se detuvo junto a un coche n***o, impecable. Un Impala del 67, si mis escasos conocimientos sobre autos no me fallaban. Me detuve en seco, mirándolo con asombro. — ¿Este es tu coche? —pregunté, incrédula. No me esperaba algo así, y menos de un sacerdote. Supuse que lo había imaginado conduciendo algo mucho más modesto, un coche práctico, un sedán cualquiera... no un maldito clásico digno de una película. Jensen asintió, sin mostrar demasiado orgullo, pero con una pequeña sonrisa divertida, consciente de mi sorpresa. — Sí. Era de mi padre. —explicó, como si eso lo justificara todo, como si eso le quitara lo extraño al asunto. Pero no lo hacía. De hecho, lo hacía más intrigante. Me acerqué al coche, casi con reverencia, acariciando el borde de la puerta antes de que él la abriera para mí, con esa elegancia simple pero impactante. Me sentí extraña por un momento, pero no en el mal sentido. Era como si me estuviera transportando a otro mundo, un mundo que no tenía nada que ver con mi rutina diaria. — Gracias. —Le dije, subiendo al asiento de cuero impecable. Podía oler el aroma a limpio, a cuidado, como si este auto fuera más que un simple medio de transporte, como si tuviera algún valor sentimental más profundo. Pero antes de poder decir algo más, él rodeó el coche y se subió al asiento del conductor. Sentí un pequeño escalofrío cuando cerró la puerta. El mundo, de repente, se había vuelto más íntimo en ese pequeño espacio compartido. Él puso las manos en el volante y el silencio entre nosotros se volvió denso, pero no incómodo. Era como si estuviéramos en una burbuja, alejados del resto del mundo. Jensen me miró de reojo, con esa mirada que siempre parecía leer más de lo que decía. Sentí una oleada de nerviosismo, pero al mismo tiempo, de una extraña emoción. — ¿Lista? —preguntó, su voz rompiendo el silencio pero no la tensión que se había acumulado en el aire. Asentí sin decir una palabra, mi corazón latiendo con fuerza. No sabía si estaba lista para el café, para el lugar al que íbamos, o para lo que fuera que estaba empezando a sentir por él. Pero lo único que sabía era que no quería estar en ningún otro lugar en ese momento. El padre Jensen se movía por aquella cafetería como si fuese su propio hogar. Los meseros lo saludaban con una sonrisa y él respondía con una familiaridad que nunca lo había visto mostrar en otro lugar. Cuando volvió a la mesa conmigo, me miró con esa calma que siempre llevaba encima, como si estuviera más allá del caos del mundo. —Esta era la cafetería favorita de mi hermano —me dijo, mientras se acomodaba en la silla frente a mí. Yo me congelé un segundo, la pregunta en mi cabeza formando palabras antes de que pudiera detenerlas. —¿Eres muy unido a tu hermano? —le pregunté con una ligera sonrisa, sin saber el peso que esa pregunta podría cargar. El silencio que siguió fue tan denso que por un momento pensé que no había escuchado. Sus ojos, esos malditos ojos verdes, se oscurecieron levemente, y noté cómo su mandíbula se tensaba. Jensen respiró hondo, apoyando sus manos sobre la mesa. El eco de los platos y las conversaciones a nuestro alrededor parecía tan lejano en comparación con la tensión que flotaba entre nosotros. —Mi hermano se llamaba David. —Su voz fue baja, casi un susurro. Me quedé quieta, esperando que continuara—. Era un buen tipo, divertido, amable... Pero tenía sus demonios. Me sentí pequeña en ese instante, como si acabara de abrir una puerta a un lugar donde no debía entrar. Y sin embargo, no podía apartar mis ojos de él, ni podía evitar querer saber más. Su expresión era tan cerrada, tan cargada de algo que no lograba descifrar. —¿Demonios? —pregunté, manteniendo la voz baja, casi en un susurro, como si temiera romper algo más allá de nuestro momento. Él asintió, y por un segundo me pareció ver una chispa de dolor cruzar sus ojos. —El alcohol lo atrapó, Mary. Y no pude ayudarlo. —Hizo una pausa, mirando hacia la ventana como si la imagen de su hermano estuviera ahí, al otro lado del cristal—. Lo intenté, de verdad, pero... a veces el amor no es suficiente. Sentí un nudo formarse en mi garganta. No sabía qué decir. Mi boca se movía en busca de palabras que pudieran aliviar lo que acababa de revelarme, pero no había nada. —Lo siento —murmuré finalmente, sintiéndome tonta por lo vacío que sonaba. —No es tu culpa. —Sus ojos volvieron a mí, llenos de una tristeza tranquila—. Pero tal vez por eso estoy aquí, ahora, contigo. Porque fallé con él... Y no quiero fallar contigo. Mi corazón se aceleró. No podía evitarlo, la intensidad de sus palabras, la forma en que su mirada me atravesaba. Sentí como si estuviera completamente expuesta frente a él, como si viera a través de todas mis capas de autodefensa. Nos quedamos en silencio por un momento, aunque no era incómodo. Más bien, se sentía como si ambos estuviéramos tratando de asimilar todo lo que se había dicho, de procesar la carga emocional que ambos llevábamos a cuestas. Yo sabía que él intentaba ayudarme, pero también sentía que, de alguna manera, estábamos ayudándonos mutuamente, aunque ninguno de los dos quisiera admitirlo. Finalmente, Jensen habló, rompiendo la quietud. —Mary, no puedo ayudarte si no sé más sobre ti. Lo que te gusta, lo que te preocupa... —Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa—. Quiero entenderte mejor, saber qué te motiva, para poder hacer algo más que solo escucharte. Me mordí el labio, sintiendo una extraña mezcla de nerviosismo y emoción. No estaba acostumbrada a que alguien se interesara en mí de esta manera. De hecho, no recordaba la última vez que alguien lo había hecho. —Nadie se ha interesado en mí antes —admití en un susurro, mi voz casi ahogada por la sorpresa de escucharlo en voz alta. Miré hacia la ventana por un segundo, evitando su mirada directa, sintiendo que mi confesión era demasiado cruda. Pude sentirlo mirándome, estudiándome, pero no de una manera invasiva, sino más bien con esa misma preocupación genuina que siempre parecía rodearlo. —No puedo creer eso —respondió finalmente, con una suave sonrisa—. ¿Cómo es posible que nadie haya querido conocerte? Lo miré, sorprendida por la sinceridad de su comentario. Había algo en su tono, en la forma en que me hablaba, que hacía que mi corazón se acelerara de una manera que no entendía completamente. —Supongo que siempre me he escondido detrás de mis problemas —dije, encogiéndome de hombros—. Es más fácil mantener a la gente a distancia cuando creen que eres un desastre, ¿no? Él negó con la cabeza lentamente, como si no estuviera de acuerdo en lo más mínimo. —No eres un desastre, Mary —dijo, sus ojos serios mientras me miraba—. Eres... complicada, como todos. Y creo que eso es lo que te hace tan interesante. Sentí que un rubor subía por mi cuello. No estaba segura de cómo interpretar sus palabras. ¿Era solo su forma de ser amable? ¿O había algo más en su tono, en la forma en que me miraba, que insinuaba algo diferente? Era imposible saberlo, pero lo cierto es que me sentí vista, reconocida. —Gracias —dije suavemente, aún sintiendo mis mejillas arder—. No sé... no sé cómo responder a eso. Nadie me había dicho algo así antes. Él me sonrió, pero esta vez fue una sonrisa pequeña, casi tímida. —Solo estoy diciendo la verdad, Mary. No necesitas ocultarte de mí. El ambiente se sentía más denso ahora, como si hubiera algo no dicho flotando entre nosotros. Su mirada permanecía fija en mí, y aunque el contexto era completamente inocente, la intensidad de nuestros pensamientos y emociones hacía que el momento se sintiera más íntimo de lo que debería ser. Sabía que él estaba allí con un propósito claro: ayudarme, descubrir más sobre mí para poder guiarme. Pero al mismo tiempo, no podía evitar preguntarme si, bajo todo eso, había algo más creciendo entre nosotros. Algo que ambos sabíamos que no deberíamos estar sintiendo. —¿Qué te gustaría saber? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio. Jensen me observó por un segundo, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras antes de responder. —Todo. —Su respuesta fue directa, sin rodeos—. Quiero saber todo lo que estés dispuesta a contarme. Lo que te gusta, lo que te da miedo, lo que te hace feliz. Ese "lo que te hace feliz" resonó en mí de una forma extraña. Quería decirle que, en ese momento, él me hacía feliz, más de lo que debía. Pero no podía. No debía. —No sé por dónde empezar —dije, intentando desviar la conversación hacia algo más neutral—. No soy muy interesante, ¿sabes? Me gusta leer, aunque no lo hago mucho últimamente. Supongo que me he sentido algo perdida. Jensen asintió lentamente, como si estuviera absorbiendo cada palabra. —Todos nos sentimos perdidos alguna vez. Eso no te hace menos interesante —dijo, su tono calmado y lleno de comprensión—. Pero quiero ayudarte a que dejes de sentirte así. Sentí que algo se apretaba en mi pecho. No sabía por qué, pero las palabras de Jensen me afectaban más de lo que deberían. Tal vez era la sinceridad en su voz, o la forma en que me miraba, como si realmente creyera en lo que decía. —No entiendo por qué te importa tanto —admití finalmente, mirándolo directamente a los ojos—. Apenas me conoces. ¿Por qué te importa? Jensen respiró hondo antes de responder, su mirada intensa. —Porque creo que todos merecen ser escuchados, ser vistos. Y creo que, por alguna razón, la vida te ha llevado a este punto, a estar aquí... conmigo. Tal vez pueda hacer una diferencia, y tal vez tú también puedas hacer una para mí. Mi corazón dio un vuelco al escuchar eso. Había algo en sus palabras, en la forma en que se abría ante mí, que me hacía sentir que este encuentro, esta conexión, era más de lo que ambos queríamos admitir. Sabía que debía ser cuidadosa, que no debía leer demasiado en sus gestos o en sus palabras. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que, poco a poco, estábamos cruzando una línea. —Tú ya estás haciendo una diferencia —susurré, sin poder evitarlo. Jensen me miró fijamente, como si mis palabras lo hubieran tocado de una manera profunda. Y en ese momento, su mano, que estaba sobre la mesa, se movió ligeramente hacia la mía, hasta que los bordes de nuestros dedos se rozaron. No fue un contacto deliberado, pero el simple hecho de sentir su piel contra la mía, aunque fuera por un segundo, hizo que una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Era un gesto tan pequeño, tan inocente, pero en el contexto de lo que estaba sucediendo entre nosotros, se sentía como algo mucho más profundo. —Estudié administración por dos años —dije finalmente, viendo cómo sus ojos se iluminaban con curiosidad—. Era buena, me gustaba. Tenía todo planeado: iba a trabajar en una buena empresa, tener un salario que me permitiera ayudar a mi madre... Me imaginaba una vida sencilla pero estable, con una pareja que me hiciera sentir bien. No pedía mucho. Solo... tranquilidad. La palabra "tranquilidad" quedó suspendida en el aire entre nosotros. Él no me interrumpió, solo esperó, dándome el espacio necesario para seguir. —Pero luego mi madre se enfermó —continué, sintiendo que un nudo se formaba en mi garganta al recordar aquellos días—. Cáncer. Y de repente, todo lo que había planeado se desmoronó. No podía seguir estudiando, no podía concentrarme, así que abandoné. Cada día se volvió una lucha para intentar mantenerme a flote, para encontrar una manera de ayudarla. Pero al final... no pude hacer nada. Bajé la mirada, sintiendo cómo el peso de esas palabras caía sobre mí, pero sabiendo que, de alguna forma, necesitaba decirlas. —Soñé tan alto —dije con una sonrisa triste—. Pensé que podía lograrlo todo, que podría arreglarlo todo. Y lo único que conseguí fue una caída dolorosa. Después de que murió, me quedé... vacía. Y es como si desde entonces, hubiera dejado de soñar. Sentí su mirada fija en mí, intensa y llena de una especie de tristeza compartida. Era como si él comprendiera cada palabra, cada sentimiento que intentaba expresar. Sabía que había más detrás de esos ojos, algo que él mismo también había perdido. Aunque no lo dijera en voz alta, podía verlo. —Lo siento mucho, Mary —dijo finalmente, su voz suave, casi como un susurro—. No puedo imaginar lo duro que debió ser todo eso. Pero... no tienes que seguir cargando con todo el peso sola. Miré hacia la ventana por un momento, las palabras resonando en mi cabeza. No era algo que solía escuchar. No de esa forma, al menos. —Gracias —respondí, sin saber exactamente qué más decir. El ambiente entre nosotros se había vuelto más íntimo, más cercano, pero de una manera distinta. Aunque no estábamos tocándonos, aunque nuestras palabras parecían girar en torno a cosas tan cotidianas como el café y los sueños perdidos, había algo palpable en el aire. Algo que nos atraía el uno hacia el otro, a pesar de que ambos sabíamos que no debía ser así. Finalmente, terminamos nuestros cafés en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Sabía que ese momento, aunque tranquilo en la superficie, era una especie de umbral. Algo había cambiado, aunque no estábamos listos para admitirlo. —¿Te llevo a casa? —preguntó Jensen, su voz calmada pero con un leve temblor que delataba que también sentía lo mismo que yo. Asentí en silencio, agradecida de que él me ofreciera llevarme. La idea de regresar sola al pequeño y deprimente departamento que llamaba hogar era casi insoportable en ese momento. Nos levantamos y él, con un gesto tan caballeroso como inesperado, abrió la puerta para que yo pasara primero. Afuera, la tarde comenzaba a caer, y el aire fresco me hizo sentir un poco más ligera. Sin decir mucho, caminamos hacia su auto. Estacionamos frente a mi edificio, el motor del Impala ronroneando suavemente. La conversación había fluido con tanta naturalidad durante todo el camino que, al llegar, me sentí extrañamente nerviosa. No quería que la noche terminara. Mientras buscaba mis llaves en el bolso, me volví hacia él, las palabras saliendo de mi boca casi sin pensarlo. —¿Tienes un número? O algo donde pueda llamarte... por si necesito hablar. —Mi voz sonó casual, pero el nerviosismo estaba ahí, en cada sílaba. Jensen se quedó en silencio un segundo, como si estuviera midiendo las implicaciones de lo que le acababa de pedir. Lo vi dudar, sus ojos verdes desviándose ligeramente, la mandíbula tensándose. Estaba claro que no era algo que quisiera hacer. Quizás no debía. Pero entonces sonrió, esa sonrisa que hacía que mi corazón diera un vuelco. —Claro —dijo finalmente, sacando su celular del bolsillo. Mientras lo hacía, su risa suave rompió el aire—. Aunque no sé si la tecnología sea lo mío. No es algo que usen mucho los sacerdotes, ¿sabes? Me reí, aliviada de que hubiera cedido y de que mi pequeña broma hubiera roto un poco la tensión. Mientras me dictaba su número, no pude evitar mirarlo de reojo. Esa risa... Sus ojos verdes se achinaron ligeramente, iluminando su rostro. El cabello rubio oscuro le caía desordenado sobre la frente, y sus labios, gruesos y perfectos, se curvaron en una sonrisa despreocupada que me hizo suspirar. Era demasiado atractivo para ser un cura. Y mientras lo miraba, me di cuenta de algo que no había querido admitir hasta ahora. Se estaba perdiendo de demasiados placeres en esta vida. De pronto, lo imaginé. Imaginé cómo sería besarlo, lo suave que se verían esos labios presionados contra los míos, la calidez de su piel bajo mis manos. Pero no era solo eso. Quería tocarlo, no solo físicamente, sino desnudar su alma. Compartir un secreto que solo él y yo entenderíamos. Quería algo más que cualquier otra relación superficial que hubiera tenido antes. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, casi descontrolado, mientras la puerta de mi departamento se negaba a abrirse, como si el destino decidiera jugar conmigo. Intenté girar la llave una vez más, pero el maldito cerrojo se había atascado. —Déjame —dijo Jensen, interrumpiendo mis pensamientos. Su brazo se cruzó frente a mí, el calor de su cuerpo tan cerca del mío que apenas pude respirar. Con un rápido movimiento, giró la llave con la fuerza suficiente para abrir la puerta. Me reí suavemente, la situación había aligerado mis pensamientos. —Gracias. A veces me da la sensación de que la puerta está conspirando contra mí —dije, medio en broma, aunque la verdad era que mi propia mente era la verdadera conspiradora en ese momento. Jensen sonrió, su mirada serena pero intensa, y sentí que me desarmaba lentamente bajo su mirada. Estaba perdida. Estaba completamente enamorada del padre Jensen, y eso, lo sabía bien, me condenaría de todas las formas posibles. —Buenas noches, Mary —dijo desde su lugar, su voz suave pero firme. —Buenas noches, padre —murmuré, sintiendo un extraño nudo en la garganta mientras entraba y cerraba la puerta detrás de mí. El peso de lo que sentía por él me golpeó con la fuerza de una tormenta. No había marcha atrás.
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