Capítulo 4

1747 Words
La alarma de mi compañera sonó muy pronto en la mañana del primer lunes de clase, tenía uno de esos despertadores antiguos que si los lanzabas seguro que te rompías tú antes que ese aparato. Me di la vuelta en la cama para taparme con la almohada y poder descansar algo más antes de tener que enfrentarme a las clases. Isabella se metió al baño y escuche como la ducha se abría. Me senté en la cama y pase mis manos por mi cara para intentar despertarme, pero aunque no me costaba levantarme pronto, tenía que volver a la rutina y eso si era algo que me mataba. Respire hondo. Me levanté de la cama y abrí el armario para ver que me podía poner, hasta que recordé que teníamos un uniforme horrible. Suspiré. Lo primero que hice fue echarme desodorante, soy de las que opinan que las duchas mañaneras no sirven de nada, a mi ducharme me da sueño por lo que es parte de mi ritual nocturno. Tras asegurarme que mi ropa interior estaba en condiciones, me puse la camisa blanca, y los pantalones color caqui, de normal debería usar falda pero gracias a muchas quejas se nos dio la libertad a las mujeres de usar pantalones, menos mal, las faldas en invierno me daban demasiado frío y no es que fuera una prenda que amara. Agarré el jersey del uniforme, uno de punto rojo con el escudo del internado en el lado derecho, me lo puse por el frío y me senté en la cama para atarme las zapatillas. En ese momento Isabella salió preparada del baño, en su caso llevaba la falda de tonos cafés y rojos bien colocada, la camisa, el jersey y la chaqueta color café, todo el uniforme reglamentario bien colocado. —Creo que debería disculparme por lo del primer día—comente. No habíamos hablado desde el viernes, que fue el primer día del internado, el fin de semana estuvo en sus cosas, evitando y yo no es que hiciera mucho por buscarla. —¿Crees?—me preguntó. La mire. No es que lo creyera, estaba claro que debería hacerlo pero no sabía muy bien cómo dirigirme a ella, era demasiado diferente a los adolescentes con los que normalmente estaba y se me complicaba saber como tener una relación con ella, al menos una de compañeras que deberíamos tener. —Dejalo—se limitó a decir para salir de la habitación. Suspiré. —Esta chica me va a volver loca, no la entiendo—me queje. Pero mis quejas no importaban en estos momentos, el abujero en mi estómago era mucho más grande e importante, por lo que me di prisa en poner mis zapatos en mis fríos pies con tres capas de calcetines e ir al comedor, agarre la bandeja y al ser de los primeros tuve el privilegio de poder decidir con más libertad lo que quería para desayunar, siempre era de las ultimas y me quedaba con las sobras pero hoy tenía todo el menu para mi. Me senté en mi mesa para ver a Matt con cara de dormido. —¿Qué haces aquí?—le pregunté. Por mucha hambre que tuviera, Matt era de los que preferían dormir a comer. —Mi estupido compañero lleva una hora despierto haciendo cosas y no me ha dejado dormir más—se quejó. Como siempre Matt llevaba el uniforme de gimnasia del colegio, odiaba las camisas, creo que no se las pondría por mucho que le pagaran, pero como estaba permitido, nadie le decía nada. —A mi también me ha despertado Isabella—comente. Matt me miró comiendo cereal. —Son tal para cual—se quejó. Mire al comedor, todo estaba demasiado bien definido, los grupos, todo organizado como si siempre hubiera sido así pero dudo que siempre hubiera sido así de gris. En las mesas centrales se sentaban los chicos del equipo de fútbol, eran el orgullo del colegio, las personas que los profesores más en alta estima tenían pero eran tan malos que hasta mi hermana con los ojos vendados les podría ganar. No se juntan con nadie que no sea del equipo, son altivos y prepotentes, se creen que son las estrellas del mundo cuando realmente nadie les respeta, les temen porque son chicos con cuerpos grandes, sin mencionar la envidia que da que puedan viajar libremente y perder clase porque si. Cerca de estos pero con separación para que nadie les confunda, están las animadoras, no entiendo porque están cerca de ellos, se que son como uña y carne, donde va el equipo, van ellas para animarles, tienen los mismos privilegios, perder clase y viajar pero con una gran diferencia, estas chicas se saben mover y son demasiado inteligentes, crearon las animadoras para tener un grupo de baile. Porque en mi internado, todo grupo, está p*******o, solo se permiten dos, y no tengo talento para ni uno. Siguiendo con la gente inteligente, están los que son listos pero no saben bailar o solo tienen talento en una materia concreta, aman el anime y las cosas raras de ese estilo, los frikis, y a quienes los futbolistas siempre molestan por la diferencia clara de intelecto y cuerpo. Estos son los que los profesores usan siempre como ejemplo o envían a las competiciones para conseguir premios pero sin poder formar un equipo. Cerca de ellos se sientan los solitarios, personas que se sientan juntas pero no hablan entre ellos, solo se sientan juntos para parecer más y que nadie les moleste, pura supervivencia. Hay muchos grupos pequeños pero la mayoría están ahí sobreviviendo, sin hacer nada especial pero hay dos más muy importantes. Isabella, y sus amigos son parte de un grupo que todos conocemos como los niños buenos o los tontos, son un grupo de genios, con inteligencia superior a la de muchos aquí que la usan para buenas causas, no les importan las notas como a otros, su cometido es ayudar a los demás, siempre están metidos en algo, el trimestre pasado, consiguieron recaudar dinero para una familia que perdió todo en un incendio, sin hablar de su colaboración en la reforestación o construcción de casas sociales. Y por último, los mejores, mi grupo, y no dijo que seamos los mejores por ser parte de este con mis amigos, sino porque todo el colegio sabe que lo somos. Muchos nos llaman los rebeldes por ser quienes nos saltamos las normas, luchamos contra injusticias, las normas que no nos gustan y los idiotas que hacen daño a los demás. Somos rebeldes por no seguir las normas de lo que deberíamos ser pero no me averguenzo de ser una luchadora. —No se en donde estas pero como no comas ya, te vas a quedar sin desayunar y a primera hora hay matemáticas—me aviso Matt y le mire. El genio que se le ocurrió poner matemáticas a primera hora, un lunes después de vacaciones era un psicópata que quería ver el sufrimiento de los alumnos. Me gustaban las matemáticas y el profesor, me gustaban sus clases pero no a primera hora un lunes. —Si puedo perder la clase, lo que sea—comente. Matt río. —Sabes que es capaz de venir y llevarnos de la oreja—aviso. Reí. Conociendo a nuestro profesor era capaz de venir a por nosotros a cualquier parte del internado y de la oreja a cada uno de los alumnos, para llevarlos a clase. Pero en este caso tenía ganas de ver lo que nos sorprendía, que loca idea se le había ocurrido a nuestro profesor de matemáticas estas navidades. Todos entramos en clase de matemáticas y nos sentamos en nuestros sitios, por suerte no nos habían cambiado de sitios, no nos harían tener que estar con alguien que nos cayera mal en las horas de clase porque eso ya era suficiente tortura. El profesor entró en clase, y como siempre que le veía me seguía impresionando, era un hombre gigante, medía dos metros mínimo y era muy ancho, casi como un armario, debería dar miedo respirar cerca de él pero todo se pasaba cuando escuchabas su apodo. —Chiqui—gritó Matt emocionado al ver a nuestro profesor más querido que nos daba matemáticas y gimnasia—Profesor favorito—añadió y tuve que aguantar la risa al ver las claras intenciones de Matt. Nuestro profesor miró a Matt. —Ni lo intentes—le avisó el profesor al chico que tenía sentado a mi lado. —Yo solo le iba a preguntar que tal sus vacaciones—habló Matt como un niño bueno pero todos sabíamos que sus intenciones eran perder clase. —Si claro, no me vas ha hacer perder un segundo de clase, te aviso—. Aunque lo dijera serio la mirada divertida de Chiqui lo delataban, estaba claro que si quería divertirse pero también quería dar clase porque entre los chistes de Matt y nuestra gran atención, creo que íbamos algo retrasados con las clases. —Había que intentarlo—comentó Matt. Me reí. —Eres imposible—le deje claro. Chiqui comenzó a dar la clase de lo más tranquilo, explicando lo último que vimos antes de las vacaciones para recordar que estuvimos viendo, no recordaba nada de lo que estaba explicando, los números se me hacían bola en la cabeza, de forma normal, las matemáticas se me daban bien, no me costaba atender pero hoy se me estaba haciendo imposible seguir la clase. Y creo que a todo el mundo le estaba pasando, porque estaban demasiado distraídos hablando con su compañeras de besa. —Estoy harto de vosotros—se quejó Chiqui lanzando una tiza al suelo—Os callais de una vez o os lanzo a todos por la ventana—aviso. —Me pido el último—grito Matt, levantando la mano y todos le miraron sorprendidos sin entender nada—Así caigo en blandito—aclaró como si fuera la cosa más lógica del mundo. Todos reímos, incluido el profesor por el comentario de Matt. —Ya está el graciosillo de la clase—dijo Chiqui con bastante humor. Con ese chiste, estaba claro que no íbamos a poder dar más clases, siempre es la misma historia, Chiqui intentaba dar clases, y las daba, pero cuando Matt se ponía en modo gracioso, las clases se quedaban en una charla de amigos como si estuviéramos en el parque. El timbre sonó, dándonos libertad.
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