Se puso de pie, buscó la computadora que estaba sobre el escritorio y la colocó sobre la cama. Levantó la pantalla y me di cuenta de que estaba decida a llamar a Sabrina. ―Che, ¿te diste cuenta que estás desnuda, cierto? ―Ah, sí. Ya lo sé. No soy tan pelotuda. ―¿Y no pensás vestirte? ―No, ¿para qué? Ya le expliqué a Sabrina mi afición por el nudismo. ―¿Qué tanto le contaste? ―Lo suficiente para que entendiera la complejidad de la situación. ―Eso me da miedo. ―No te preocupes, Mateo. Sabrina podrá ser una psicóloga excéntrica; pero también es una profesional. Sabe guardar secretos. ―Eso espero. ―¿Listo para la videollamada? ―No ―dije, guardando mi v***a erecta en el pantalón―. Dame un minuto. Milagros presionó el botón de “Llamar”, sin siquiera esperar a mi respuesta. En la