Su concha parecía una boca lamiendo todo el largo de mi v***a, estaba tan mojada que realmente daba la sensación de que la estuvieran lamiendo… aunque mejor. Mi corazón se aceleró y noté como mi m*****o se ponía más ancho. ―No hace falta ―dije―. Habrás dejado a la pobre Brenda sola, debe estar esperando a que vuelvas. ―Ah, ¿así que es eso? ¿Eh? Picarón ―Ella sonrió de forma muy libidinosa y aumentó el ritmo del meneo de sus caderas―. ¿Querés a Brenda también? ―No, yo no… ―No hace falta que lo disimules, Mateo. Te entiendo perfectamente. Tenés dieciocho años, te pasás el día con la pija dura ―y así la tenía ahora, y se sentía de maravilla tenerla atrapada entre esos tibios y húmedos labios vaginales, el peso del cuerpo de mi hermana también acompañaba muy bien―. ¿Pasaste un buen momento