Estoy seguro de que todos los integrantes de mi casa pensaron que la primera disputa la ocasionaría yo, al discutir con Paola; pero nuestro pequeño roce no tuvo comparación con lo que ocurrió durante la segunda noche del aislamiento.
Estaba muy tranquilo, jugando con la PlayStation cuando escuché a mi madre elevando la voz. Por un momento pensé que patearía la puerta del cuarto de Pao, que era donde yo estaba, y me gritaría por algo. Sin embargo su problema era con otra persona. Salí del cuarto y me encontré a toda mi familia en el living comedor, lo que normalmente denominamos como “el área común”, donde nadie tiene más poder que los demás.
Selene, mi mamá, le estaba gritando a Priscila. Eso me extrañó mucho, ya que, de todas mis hermanas, Priscila y Camila son las que menos problemas suelen generar. Camila por ser la más responsable y Priscila porque casi nunca habla con nadie.
No entendía nada, me acerqué lentamente, procurando no hacer ruido; no quería que de pronto la atención de mi madre cayera sobre mí.
―¿Pero cómo se te ocurre? ―Preguntó Selene, apuntando a Priscila con un dedo amenazador―. ¡Con todos los problemas que hay en Italia y en España! ¿Acaso querés que acá también estemos igual?
―¡Ay, qué exagerada! ―Exclamó ella―. No es para tanto. La cuarentena recién empieza, era algo de una sola noche.
―¿Qué pasó? ―Me preguntó Milagros, en un susurro.
Ella era hábil, ni siquiera me di cuenta que estaba allí, hasta que habló. Me encogí de hombros, porque no sabía la respuesta. Ambos miramos a mi tía Tamara, que estaba al lado nuestro, ella parecía tener más información. Sin levantar la voz, nos dijo:
―Selene sorprendió a Priscila intentando salir de la casa, al parecer pensaba pasar toda la noche afuera.
―¿Priscila? ―Preguntó Milagros, incrédula―. Pero si ella nunca sale a ningún…
―¡Pero si vos nunca salís a ningún lado! ―Gritó mi mamá, como si las palabras de Milagros le hubieran recordado que Priscila suele pasarse el día encerrada en su cuarto―. ¿Justo ahora querés salir? ¿Para qué?
―Era para ver a unas amigas… como vamos a pasar tanto tiempo sin vernos… se nos ocurrió hacer una pequeña reunión.
―Muy tarde, la hubieran hecho cuando la cuarentena no era obligatoria. Tuvieron al menos una semana para verse.
―No pudimos…
―Ni van a poder. No hasta que se pase la cuarentena. En los noticieros están mostrando un montón de gente que fue detenida por andar violando el aislamiento… y no quiero que MI hija termine en los noticieros. ¿Qué excusa vas a poner si te para la policía?
―Pero…
―Mamá tiene razón ―intervino Camila―. Es muy arriesgado, no solo para vos, sino para toda la familia. Si bien es cierto que ninguno de nosotros se puede considerar como “persona de riesgo”, somos muchos viviendo bajo el mismo techo. Si vos salís, nos ponés en riesgo a todos.
Priscila la fusiló con la mirada, no recuerdo la última vez que la vi tan enojada. Ella suele estar siempre en su propio mundo, no jode a nadie; pero ahora todas las miradas acusadoras de la familia se centraban en ella.
―¡No vas a ir a ninguna parte! ―Sentenció mi mamá―. Si algún día levantan la cuarentena, van a poder salir ―dijo esto mirándonos a todos―. Pero hasta ese momento, se van a quedar acá adentro. Como bien dijo Camila, somos muchos; nos tenemos que cuidar entre nosotros. Si uno solo se contagia con esa mierda, nos jodemos todos.
―¿Te vas a quedar en casa? ―Preguntó Camila, ella era más pedagógica que mi madre.
―No sé por qué hacen tanto escándalo, era solo un rato… ni siquiera va a haber mucha gente.
―Porque vos no sabés con quién estuvo esa gente ―dijo mi mamá―. ¿Cómo sabés si alguna de tus amigas no tiene un conocido o un pariente que haya venido del extranjero? ¿Te pusiste a preguntarles eso?
―No…
―¡Se acabó! ―Exclamó mi madre―. Voy a guardar todas las llaves de la casa, de acá no sale nadie, hasta que la situación mejore.
―¿Qué? ¿Vamos a estar como presos, solo porque esta tarada se quiso ir? ―Se quejó Paola.
―Por una nos jodemos todos ―dijo mi mamá―. Somos una familia numerosa, viviendo bajo el mismo techo. Tienen que entender que si una sola de ustedes se manda una cagada, se perjudican todos. No confío en Priscila…
―Mamá, no digas eso ―dijo Camila, intentando traer un poco de paz.
―Priscila ―intervine, muerto de miedo. Sentí la mirada asesina de mi madre clavándose en mi cuello. Pero ya no quería que siguieran peleando―. ¿Vos prometés que no vas a intentar salir? Por más que todos nos vayamos a dormir.
Priscila me miró con sus grandes ojos marrones, se cruzó de brazos y no respondió. Eso fue un duro golpe para mí, estaba convencido de que ella lo prometería.
―Priscila, colaborá un poquito ―suplicó Camila; pero ella permaneció muda.
―Ahí lo tienen ―dijo mi madre―. Solamente piensa en ella, como siempre. Parece a propósito. Nunca sale a ningún lado, y ahora de pronto está desesperada por salir. Voy a guardar todas las llaves de la casa. Se acabó. Milagros, traeme todas las llaves.
―¿La mía también?
―Sí, la tuya también.
―¡Ufa, la puta madre! ―La que se quejó fue Paola―. Ya me estaba sintiendo como una prisionera, y ahora va a ser peor.
―Apenas llevamos dos días de cuarentena, no seas tan exagerada ―le dije.
―¡Por eso! Si al segundo día nos quitan las llaves, dentro de una semana nos van a estar pasando la comida por una ranura en la puerta de la pieza.
―A mí no me molesta ―dije, encogiendome de hombros―, siempre y cuando no me toque estar encerrado en el mismo cuarto que vos.
―Bueno, bueno ―Camila habló con tono maternal―. Ustedes dos dejen de pelear, al menos por un día. Vení, Mila, te ayudo con las llaves.
Por más que le hubiera dicho a Paola que no fuera tan exagerada, la verdad era que a mí también me molestaba bastante no tener acceso a la llave de la casa. No pensaba ir a ningún lado, pero por alguna razón, me jodía.
Diario de Cuarentena:
Estoy prisionero en mi propia casa, por culpa de Priscila. Estoy enojado con ella