Noche muy Larga

770 Words
Golpeé la puerta en la pieza de Pao y entré cuando ella me dio permiso para hacerlo. Odiaba tener que pedir permiso para moverme en mi propia casa, pero no quería ocasionar otra discusión. Ella estaba sentada frente a la computadora, mirando un video de YouTube. ―Si te vas a poner a jugar a la Play, no pongas el volumen muy alto. ―No, quiero leer ―le dije. Me miró como si yo fuera un marciano. ―No entiendo por qué te gusta tanto leer. ―Y yo no entiendo por qué no te gusta. Deberías intentarlo algún día… y ahora estás sin trabajo, podrías aprovechar el tiempo libre. Tengo muchos libros, si te interesa alguno, te lo presto. ―No sé, no creo ―se puso sus grandes auriculares y volvió a concentrarse en la pantalla. Me acosté en la cama, con el libro de Dolores Claiborne en la mano, y a pesar de que está muy bueno, y me intriga saber por qué esta mujer asesinó a su marido, no pude concentrarme. Mi mente vagaba sin rumbo fijo; pero siempre aparecía la imagen de Milagros llorando. Ella debía sentirse realmente mal. Nadie le había preguntado cómo le afectaba todo esto. Recordé las palabras de Camila: “A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situación”. Si alguien estaba pasando una mala situación, y tenía un gran problema, esa era Milagros. Dejé el libro en la mesita de luz y salí. El dormitorio de Mila está justo al lado del de Priscila, y comunican con el baño, por un pasillo. Golpeé suavemente la puerta del cuarto de Mila, y desde adentro me llegó una voz tenue preguntando: ―¿Quién es? ―Soy Mateo, Mila. ¿Puedo pasar? La respuesta tardó unos segundos, pero al fin dijo: ―Dale, pasá. Abrí la puerta y me sorprendí mucho, al parecer a ninguna de las mujeres de esta familia le gustaba usar pantalones. Milagros tenía puesta una bombacha rosada y me dio la impresión de que no le molestaba que yo la viera, ya que no hizo ningún intento por cubrirse. Estaba acostada en su cama, con los ojos hinchados por tanto llorar. ―¿Que querés? ―Preguntó, sin ganas. Milagros es la que le sigue en edad a Camila, es una de las mayores; pero la vi tan frágil que sentí como si ella se hubiera convertido en mi hermana menor. Entré y cerré la puerta despacito. ―¿No te molesta si esta noche duermo acá? ―Pregunté con timidez. Ella se sentó en la cama y me miró confundida. ―¿No te da miedo contagiarte? ―Me da igual, vivimos todos en la misma casa. Si vos tenés el virus, entonces lo tenemos todos. Ya da lo mismo. ―Puede ser… ¿y por qué querés dormir acá? ¿Te peleaste otra vez con Paola? ―No, con Pao está todo bien. Ni siquiera discutimos. ―Eso sí es raro. ―Solamente quiero que no estés sola. Seguramente estarás muy preocupada, y no me parece bien que mamá te mande a quedarte en tu cuarto, sin hablar con nadie. Creo que lo que vos necesitás es hablar con alguien. Me mostró una sonrisa triste. ―Vení ―me dijo, con un gesto de la mano. Me senté en el borde de la cama, ella me abrazó y me dio un beso en la mejilla―. De verdad me haría muy bien hablar con alguien. Esta noche no voy a poder dormir nada. ―Yo tampoco, me levanté re tarde. Entonces, ¿me puedo quedar? ―Sí, claro. Ponete cómodo. ―Me senté en la cama, apoyando la espalda sobre una almohada, ella se acomodó a mi lado―. Pero sacate el pantalón, nene. ―¿Qué? ¿De verdad? ¿No te molesta? ―Mirá cómo estoy yo ―señaló su bombacha―, y decime si me puede molestar. Sos mi hermano, Mateo. No pasa nada. ―Bueno, sí, en eso tenés razón. Me quité el pantalón, quedando en bóxer. Mis ojos recorrieron toda la anatomía de Milagros, puede que ella no sea la más tetona de la familia, pero sus piernas son espectaculares. Noté que mi v***a daba un pequeño saltito involuntario, y recé a dios (si es que existe), para que no se me pusiera dura. Mila separó levemente las piernas, y pude notar cómo la bombacha le marcaba los gajos de la concha. Diario de cuarentena: Ésta va a ser una noche muy larga.
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