¡La Odio!

1131 Words
Terminé mi merienda y fui hasta mi cuarto a buscar un libro para leer, aún tengo varios de Stephen King pendientes. La puerta estaba entreabierta, y pasé diciendo “Hola”, bajito. Me sentí un tarado por estar pidiendo permiso para entrar a mi propio cuarto; pero ahora lo habitaba ese monstruo despreciable que mi familia suele llamar “Jessica”. ―Quiero buscar un libro ―dije, mientras abría lentamente la puerta. ―Está bien ―me respondió mi prima. Cuando la vi me quedé paralizado. Ella estaba tendida en mi cama, boca abajo, leyendo una de esas revistas de moda que tanto le gustan a mi tía. El largo pelo rubio de Jessica caía por su espalda, formando bucles. Tenía puesta una remera roja, bastante cortita. No llevaba puesto un pantalón, ni una pollera, nada. Lo único que tenía era una tanga negra. Su redondo culo resaltaba como una montaña en el centro de mi cama. Casi se me cae la mandíbula. “Tranquilo, Mateo ―me dije a mí mismo―. Ya la viste en bikini varias veces, ésto es más o menos lo mismo”. Pero no era lo mismo. A pesar de que la tanga no transparentaba nada, sabía que eso no era un bikini. Además se le había metido una buena parte entre las nalgas, y su vulva sobresalía en la parte de abajo, apretada por la tela. Ella siguió concentrada en su revista, como si yo no existiera. La odio, sí… sí que la odio. ¡Pero cómo me gusta su culo! Bueno, sus tetas también. ¿Por qué, Dios; por qué tuviste que darle un culo tan hermoso a mi archienemiga? Es injusto. Otro gran problema que tuve siempre con ella es que me cuesta hacerle ver a la gente que Jessica es un monstruo. Para casi todo el mundo ella es un dulce angelito… y sí que lo parece. Da la apariencia de ser la chica más buena del planeta, con sus grandes ojos azules, su carita redonda, sus mejillas regordetas. Es muy hermosa y ella sabe que parece inofensiva, usa eso para engañar al mundo. Suele jugar el rol de “niña buena” con casi todos; pero conmigo ni se molesta. Me trata para la mierda. Más de una vez, en alguna playa o una pileta, Jessica me sorprendió mirándole el culo, y siempre me hizo comentarios socarrones como: “Se nota que te gusta mirarme el orto”. “¿Tanto te cuesta alejar los ojos de mi culo?”; “¿Qué pasa, pendejo? ¿Me querés tocar el culo?”. Ella hacía eso porque sabía que me dejaba en clara desventaja. No sabía qué responderle cuando adoptaba esa actitud de pendeja forra. Tampoco podía negar que le estuviera mirando el culo, porque era muy obvio. Incluso, cuando discutimos, a veces se agacha para mostrarme el culo, o el escote, así me lo puede reprochar. “Tengo los ojos en la cara, pendejo… no entre las tetas” ¡La odio! Caminé hasta mi biblioteca e intenté concentrarme en los títulos de los libros. Descarté los que ya había leído y me puse a hojear uno que titulado “Dolores Claiborne”. Aún no lo había leído y era bastante corto. En plena cuarentena podía terminarlo en pocos días. Giré la cabeza, en un acto involuntario, y mis ojos fueron a parar directamente sobre el culo de Jessica, más específicamente en la vulva que destacaba como una boca vertical. Ella miró hacia donde yo estaba y me sorprendió infraganti. ―¿Otra vez mirándome el orto, pendejo? Me daba mucha rabia que me dijera “pendejo”, como si ella fuera mucho más grande que yo. Jessica tiene diecinueve años, apenas uno más que yo. ―¿Y qué querés que haga? ―Me defendí―. Si estás con el orto entangado en plena cama… MI cama. No importa dónde mire, lo que más destaca de toda la pieza es tu culo. En ese momento se abrió la puerta y entró mi tía Tamara. ―¡Che, nena! ¿Qué hacés en tanga? ¿No ves que está tu primo? ―Justamente ―dijo la rubia―, es mi primo. ¿Qué importa si estoy en tanga? Si le molesta, que se vaya bien a la mierda. Hubo una época en la que creí que Jessica era igual de maldita que Paola; pero no. Jessica es mucho más cruel. Infinitamente más harpía. ―Acá sos una invitada ―agregó mi tía―. Tenés que comportarte. ―Mirá, mamá ―Jessica se dio vuelta, para ver a su madre. Como yo estaba en el lado contrario, pude ver todo su culo, apuntando hacia mí. Diario de Cuarentena: *¡Dios, cómo muerden trapo esas nalgas!* ―Yo no quiero estar acá ―continuó diciendo mi prima―. Te dije que quería quedarme en la casa de John. Si me voy a bancar toda la puta cuarentena encerrada en esta casa, al menos quiero estar cómoda. ―Te dije que no podíamos quedarnos en lo de John, yo ya no siento nada por él. No quería seguir estirando más una relación que ya estaba muerta. ―Pero al menos ahí teníamos espacio para nosotras, yo tenía mi propia pieza. Además John me cae bien… ¡La vez que uno de tus novios me cae bien, vos lo dejás! ―¿Vos querés que yo tenga un novio solo porque a vos te cae bien? La discusión ya había pasado a un área a la que a mí no me correspondía. Quise salir de la pieza, pero mi tía estaba parada justo frente a la puerta, gritándole a su hija, con la cara tan roja como su pelo. Me daba miedo acercarme, lo más probable era que me mordiera… o que me mandara a la mierda por interrumpir. Me tuve que quedar ahí… entreteniendo mi vista con la tanga de Jessica. Ahora yo estaba justo frente a la cama, y ella había separado un poco las piernas. Pude ver su pubis cubierto por la tanga, y una línea recta que se dibujaba en el centro de su vulva. Mi tía se dio cuenta de que yo quería salir… o tal vez le molestó la forma en la que yo estaba mirando a su hija; de ser así, me daría mucha vergüenza. Ella dio un paso hacia adelante, dejándome libre el camino hacia la puerta. Salí de allí tan rápido como pude. Lo último que escuché fue a mi prima diciendo: ―Si supieras elegir pareja, no tendríamos este problema. Lo que pasa es que siempre elegís mal, y la vez que elegís bien, ni siquiera te das cuenta…
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