¡No me digas puta!

1046 Words
Aproveché que el cuarto de Paola estaba vacío, y me instalé allí a leer el libro de Stephen King. Supuse que Pao estaría mirando Netflix en la pieza de Milagros. Eso me daría algunas horas de paz y tranquilidad. Por desgracia esas horas no fueron más que unos pocos minutos. Treinta o cuarenta, como mucho. Y no fue Pao la que perturbó mi paz, sino la propia Milagros. La escuché gritar, como si estuviera discutiendo con alguien. Dejé el libro en la mesita de luz y salí a ver qué pasaba. Efectivamente, estaba en plena discusión… con mi madre. ¿Por qué no me sorprende? Bueno, lo raro es que mi mamá se pelee con cualquiera que no sea Pao o yo. Pero recordé que en el segundo día de cuarentena tuvo una fuerte discusión con Priscila, lo cual también era sumamente extraño. Al parecer este confinamiento estaría lleno de momentos atípicos. ―¿Cómo se te ocurre? ¿Estás loca? ―Gritó Selene, a viva voz. ―¡No te metas en mi vida, mamá! ―Le retrucó Milagros, señalándola con un dedo―. Ya veintitrés años, no podés decirme lo que puedo o no puedo hacer. ―¡Pero vivís bajo el mismo techo que yo, y tus hermanas! ―A mí ni siquiera me mencionó―. ¡Nos pusiste en riesgo a todos, por imprudente! ―¿Qué pasa? ―Preguntó Camila, que recién se unía a la escena. De a poco todos los demás miembros de la casa se nos fueron uniendo. ―Tu hermana ―dijo mi mamá, señalando a Milagros―. ¡Se comportó como una puta! Priscila asomó la cabeza desde el pasillo que daba a su dormitorio. ―¡No me digas puta, porque se va a armar! Tamara y Jessica salieron de mi dormitorio, cuya puerta comunica directamente con el living comedor. Siempre me molestó eso, porque se escuchan los ruidos de afuera, y seguramente esta discusión no podía pasar desapercibida para mi tía y mi prima. ―¿Pero qué fue lo que hizo? ―Volvió a preguntar Camila, un tanto asustada. ―Preguntale… dale, nena… deciles lo que hiciste… para que todos vean cómo nos pusiste en riesgo, por puta. ¡Yo sabía que ibas a terminar siendo una puta! ―¡Mamá, no le digas así! ―Camila abrió mucho los ojos, ella odia las discusiones, y le cuesta mucho lidiar con el carácter de mierda que tiene mi mamá. ―Contanos, Mila ―dijo Tamara, intentando traer un poco de paz―. No podemos opinar si no sabemos qué pasó. Milagros estaba roja de rabia, tenía su largo cabello n***o atado en una cola de caballo, y a pesar de estar llorando, aún lucía muy bonita. Sus ojos azules generaban un gran contraste con el rubor. Miraba al piso, como si quisiera ocultar su rostro. ―Dale, Mila… contales o les cuento yo ―amenazó mi madre. ―Lo que pasó es que ―cuando Milagros empezó a hablar, todos contuvimos el aliento―. Estuve saliendo con un hombre… uno de mis profesores de la universidad. ―¿Qué? ―Como siempre, la última en interesarse en los problemas familiares fue Pao, que recién salía de la pieza de Milagros―. ¿Violaste la cuarentena por ir a coger con tu profesor? ―¡No, tarada! ―Se defendió Mila―. Esto pasó antes de la cuarentena. ―¿Entonces cuál es el problema? ―Preguntó mi tía―. Ella ya es grande, sabrá lo que hace… ―Es que eso no es todo ―dijo mi mamá, con los dientes apretados―. Hoy el bendito profesor de Milagros salió en las noticias. No teníamos casos de Covid por la zona; pero parece que el señor dio positivo… y esta pelotuda se estuvo revolcando con él. Todos nos pusimos pálidos, yo también. Aunque no pude ver mi cara, sentí cómo la sangre se me enfriaba. Hasta Jessica cambió su semblante cargado de seguridad, se la veía tan aterrada como al resto de nosotros. Estoy seguro de que todos pensamos lo mismo a la vez… ―Si Milagros tiene Covid ―dijo Priscila―, entonces ya estamos todos contagiados. ―¿Ves lo que estoy diciendo? ―Selene estaba llena de rabia―. Esta pelotuda, por andar de putita, nos metió el virus en la casa. Se hizo un silencio sepulcral tan profundo que pude escuchar mi propio corazón, que latía como si quisiera abandonar mi pecho. Estar enfermo no era lo que me preocupaba, sino que sentí pena por Milagros, ya que todos la señalarían como la única culpable. ―¡Ah, no te lo puedo creer! ―Exclamó Priscila, con su potente voz de locutora―. A mí no me dejaron salir para no “contagiarme”, y esta pelotuda ya nos había contagiado a todos de entrada. ―Si te hubiéramos dejado salir ―dijo Camila, que parecía estar sobreponiéndose a su miedo―, entonces hubieras contagiado a otras personas. La pobre Milagros lloraba copiosamente, había pequeños espasmos en su respiración. ―¿Y ahora qué vamos a hacer? ―Preguntó Pao, con genuino miedo. ―Lo que vamos a hacer ―dijo Selene― es encerrar a esta boluda en su pieza, hasta que podamos llamar a un médico. Tal vez tuvimos suerte y no todos nos contagiamos. ―¡Ay no! ―Exclamó Pao, creí que se quejaría de la postura dictatorial de mi mamá; pero me equivoqué al pensar que mi hermana tenía corazón―. ¡Yo estuve ahí un montón de horas… en esa pieza! ¡Seguramente me contagié! ¡Y vos dormiste conmigo! ―Me señaló―. Así que ya estás en la misma. Noté que mi prima Jessica se alejaba de mí, a pesar de que ya estaba a más de dos metros de distancia. Maldita hija de… ―No ganamos nada encerrando a Milagros. ―Dejá, Cami. No te gastes ―dijo la aludida―. No tengo ganas de hablar con nadie, mejor me quedo dentro de la pieza. Caminó con la cabeza gacha hasta su dormitorio, y se encerró allí. Una vez más reinó el silencio.
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