Miré el reloj de mi celular. ¡Me desperté tarde! Recordé que tenía que ir al club, a entrenar. Casi me caigo de la cama por intentar salir rápido, para vestirme. Abrí el ropero y lo encontré lleno de blusas de colores, polleras, minifaldas, tangas y corpiños. No entendía nada.
―¿Qué mierda estás haciendo? ―Preguntó una voz a mi espalda.
Di media vuelta, con el corazón en la garganta. Encontré a mi hermana Paola sentada frente a su computadora, y allí comprendí todo.
Los engranajes de mi cerebro se pusieron en marcha. Empecé a conectar toda la información que pude recopilar:
La cuarentena. No tengo que ir a entrenar. El club está cerrado. No puedo salir de casa. Este no es mi dormitorio; es el de mi hermana. Mi cuarto está ocupado por mi tía Tamara y mi prima Jessica. Si me pierdo, me llamo Mateo. Tengo dieciocho años. Vivo en Argentina. Planeta Tierra.
Y la cuarentena. La puta cuarentena por el Covid 19.
Mi hermana se rió de mi. Me sentí un imbécil.
―¿Creíste que llegabas tarde a entrenar? ―Preguntó ella, con tono burlón―. Sos un tarado.
―Es que vi la hora… y creí que…
―Ya llevamos una semana de cuarentena, deberías estar acostumbrado.
―No, todavía no me acostumbré. ―Respondí, con bronca―. Me voy a desayunar.
―Querrás decir a merendar, son las cuatro de la tarde.
―Lo que sea. No me jodas, Paola.
Ella me miró con odio, pero no respondió. Mejor, porque no tenía ganas de discutir con ella. Me puse un pantalón y unas chancletas. Salí del cuarto que tenía que compartir con mi hermana, añorando los tiempos en los que yo tenía algo llamado “Intimidad”.
―¿Te caíste de la cama? ―Me preguntó Camila, la mayor de mis hermanas.
A diferencia de Pao, ella me sonrió maternalmente.
―Creí que llegaba tarde al club… hasta que me acordé de la cuarentena.
Ella empezó a reírse y juntos fuimos hasta el comedor. Allí estaba mi mamá, tomando mates con su hermana Tamara. El pelo de mi tía me encandiló, el brillo del sol caía sobre él y estaba más rojo que nunca. Aún no me acostumbraba a ver a Tamara con ese color de pelo tan artificial. Es una mujer muy bonita, pero ese tono rojo intenso la hace ver como una puta barata, en mi opinión. Por supuesto no le diría eso a ella.
―¿Vas a comer algo? ―Me preguntó mi tía, ofreciéndome una bandeja con facturas. Manoteé una medialuna con dulce de leche y empecé a comerla.
―Ya te preparo una leche con chocolate ―dijo Camila.
―Tiene las bolas por el piso ¿y vos le seguís preparando la leche con chocolate? ―Dijo mi tía, riéndose.
―Para mí siempre va a ser mi hermanito chiquito ―Camila me pellizcó un cachete―. Sentate, Mateo, y guardame algunas medialunas saladas.
―Voy a hacer lo posible.
Me senté al lado de mi mamá, ella me miró de arriba abajo, como si fuera un escáner policial.
―¿Estuviste toda la noche despierto?
―Creo que sí ―di otro mordisco a la medialuna.
Selene, mi mamá, es una mujer que se cuida mucho. No aparenta los años que tiene, le encanta hacer ejercicio y su figura no es muy distinta a la de Pao, la más chica de mis hermanas, y ella sí que tiene un gran cuerpo. Esto suele engañar mucho a la gente. Ven a mi madre como una mujer joven, hermosa, aparentemente moderna, alegre y juvenil… pero tiene la mentalidad de una señora de noventa años.
Además en estos últimos días se hizo un cambio de look que la hacía parecer incluso más joven. Mi tía Tamara le tiñó el cabello de rubio, mi mamá siempre tuvo un tono castaño claro; pero hacía mucho que no la veía tan rubia. Tamara, haciendo uso de sus dotes para la peluquería, le hizo a mi madre un peinado bastante elaborado: más lacio arriba, con bucles cayendo sobre los hombros. Algo que parecía más propio para ir a una fiesta, que para estar tomando mates en tu casa. No dije nada sobre eso porque entendí que el peinado solo había servido para que Selene y Tamara se mantuvieran entretenidas por unas horas. No me extrañaría ver a todas mis hermanas con elaborados peinados, teniendo a una peluquera desocupada en casa.
―¿Te parece bien? ―Espetó―. Pasarte toda la noche despierto… seguramente jugando con la Aplesteishon.
―PlayStation ―la corregí. Tamara soltó una fuerte carcajada, y la risa de Camila nos llegó desde la cocina.
―Como sea. No es sano que pases tantas horas despierto, y que te levantes a las cuatro de la tarde.
―¿Por qué no? ―Pregunté, encogiéndome de hombros―. Si estamos en cuarentena, no tengo nada para hacer.
―Esa no es excusa. Si no tenés nada para hacer, entonces buscá algo.
―Selene ―intervino mi tía―. ¿No te parece que estás siendo muy estricta? Al fin y al cabo Mateo tiene razón, esta cuarentena nos tiene a todos mirando el techo, sin saber qué hacer. Al menos él tiene algo con qué entretenerse.
―Gracias ―dije, buscando algo más para comer entre las facturas. Esta vez elegí una con crema. Camila llegó justo a tiempo con un gran vaso de leche chocolatada, que me ayudó a bajar la comida.
―Es cierto, mamá ―dijo mi hermana―. Dejalo tranquilo.
―Es que no hace nada en todo el día ―se quejó ella―, y esto no tiene que ver con la cuarentena. No trabaja, no estudia…
―Juego al fútbol. Si el club no estuviera cerrado, ahora debería estar entrenando. Pero no puedo.
―El fútbol es una actividad recreativa. Eso no te da de comer ―insistió mi madre―. Si fueras jugador profesional, bueno… pero no lo sos.
―No lo soy porque nunca me dejaste ir al club a entrenar. Decías que yo tenía que estudiar. Bueno, ahora terminé la escuela, y quiero ir a entrenar… pero no puedo; por la cuarentena.
―Tendrías que buscarte un trabajo ―mi madre parecía no dar el brazo a torcer―. Ya te lo dije mil veces. ¿Acaso pensás que te voy a mantener toda tu vida?
―No, toda mi vida no… pero sí toda la tuya.
Tamara y Camila volvieron a reírse. A mi mamá no le hizo ninguna gracia.
―Mamá ―dijo Camila, interviniendo justo a tiempo, antes de que Selene tenga una de sus crisis nerviosas―. Entiendo lo que querés decir, yo también opino que Mateo debería buscarse un trabajo; pero ahora mismo estamos atravesando una situación mundial muy delicada. No podemos decirle que salga a buscar trabajo. Mientras tengamos para vivir, tenemos que compartir entre todos. Somos una familia.
―Sí, muy cierto ―dijo Tamara―. Por suerte yo tengo buenos ahorros, pensaba usarlos para que Jessica y yo nos pusiéramos una peluquería más grande. Pero de momento tendrá que ser nuestro “fondo de desempleo”. Vamos a estar bien, Selene ―agarró la mano de su hermana.
Mi madre se vio derrotada, y la conozco lo suficiente como para saber que eso no le gusta nada. Pudo seguir con la discusión, pero decidió ceder un poco.
―Está bien, pero en cuanto se termine la cuarentena, te ponés a buscar trabajo. No estamos en la mejor situación económica. Somos muchos y las cosas están cada vez más caras.
―Ok, está bien ―dije, a regañadientes, solo porque no quería seguir peleando.
Ahí fue cuando entendí por qué mi mamá no dudó ni un momento en sacarme de mi cuarto cuando Tamara y Jessica vinieron a vivir con nosotros. Ella me considera un estorbo en la casa. Todas mis hermanas trabajan o estudian; pero yo no. Lo que no entiendo es por qué castigó a Pao mandándome a su cuarto; imagino que alguna razón tiene que haber.