Los problemas continuaron con el desayuno. Tamara le preguntó a su madre qué tal había dormido, ella dijo: ―Dormí bien, pero hoy a la mañana me llevé una sorpresa muy desagradable ―todos la miramos fijamente con la taza de café con leche a centímetros de nuestras bocas. ―¿Qué sorpresa? ―Preguntó mi mamá―. Milagros es muy pulcra, así que no creo que su pieza haya estado desordenada. ―No, no… después hablaré con ella sobre este asunto. ―No hace falta que lo dejes para después, abuela. Si tenés algo que decir, podés hacerlo frente a todos. Yo no tengo nada que esconder. ― ¿Estás segura, chiquita? Porque no quiero avergonzarte frente a mi familia. ―Se ve que no me conocés mucho, abuela. No tengo motivos para avergonzarme a mi familia. Podés decirle a todos lo que encontraste. ―Em… este…