Mauro y Juan Carlos trajeron más cervezas y continuamos tomando, charlando de cosas graciosas que nos ayudaban a romper un poco el hielo. Nos reíamos mucho e incluso Lorenzo parecía estar disfrutando, a pesar de que sus amigos me miraban mucho. De pronto César volvió a llevar el tema de conversación a terreno sinuoso. —Jess, ¿tenés alguna amiga que esté buena para presentarme? —me preguntó, mientras se tomaba el atrevimiento de acariciar mi vientre, muy cerca del inicio de la tanga. —Tengo una amiga que se llama Débora, la conocí en el gimnasio. Está muy buena, tiene un culo mejor que el mío… y hace maravillas con la lengua —le guiñé un ojo—. Por eso me la reservo solo para mí —todos comenzaron a reírse, menos mi novio. —Esa ya sería la última —dijo Lorenzo, con fingida resignación—.