No lo hice por ser servicial, sino porque quería tener alguna excusa para permanecer de pie. Mi intuición femenina me advirtió que los ojos de los amigos de mi novio estaban clavados en mi culo. Cuando agarré el vaso y volví, comprobé que era cierto. Incluso Juan Carlos había girado mucho su cuello, porque la cocina estaba a su espalda. —Te vas a quebrar el cuello —le dije entre risas. —Es que esas nalgas son como un imán para los ojos —esta vez fue Mauro el que se animó a hablar, noté que se había tomado todo su vaso de cerveza, tal vez eso lo envalentonó. —¡Qué tarado! —exclamé, entre risas; sus palabras me hicieron sentir realmente bien. Ni siquiera sentí pena por mi novio—. Voy a llevar otra cerveza, porque a esa no le queda más. Saqué otra botella de la heladera y volví a la mesa