CAPÍTULO IX Victoria entró en la sala con timidez. Había pasado despierta buena parte de la noche pensando cómo se enfrentaría a Lynke, ahora que él sabía que era una mujer y ella que lo amaba. Lynke levantó la vista de la mesa del desayuno. Dos lacayos, resplandecientes en su uniforme real, lo estaban atendiendo. Simón esperaba cerca, por si sus servicios eran necesarios. —Buenos días, Mi. La voz de Victoria era apenas un murmullo y se le oprimió el corazón al ver la expresión que había en el rostro de Lynke. —Buenos días. La inclinación de cabeza que hizo fue breve y su voz cortante. Victoria ocupó su lugar en la mesa. Los lacayos se apresuraron a ofrecerle los platillos; pero ella rechazó todo y sólo comió un poco de fruta y una rebanada de pan con miel. Terminaron de desayunar