CAPÍTULO VIII

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CAPÍTULO VIII Victoria estaba cansada. El baile de la corte empezaba a resultarle interminable. Al principio le había emocionado ver aquella escena de cuento de hadas, con sus enormes candelabros, sus damas de vestidos suntuosos y joyas increíbles, sus resplandecientes cortesanos. Pero después de varias horas, de lo único que estaba consciente era de la expresión malévola y sombría de Don Carlos, que no parecía apartar los ojos de Lynke y Doña Alicia, que habían bailado y conversado durante toda la noche: así como de la expresión arrobada de Lynke cuando contemplaba a su compañera. «Se ha enamorado de ella», pensó Victoria, desconsolada. Se dijo que debía alegrarse de que Lynke se casara con la mujer amada; sin embargo, su instinto le decía que Doña Alicia era una mujer mala con la que é

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