Valeria se puso de pie, se estiró, se sacudió la arena del mono y miró su reloj de pulsera. Era la una y catorce de la mañana y había desenterrado con éxito el cuerpo en la arena. Estaba satisfecha con su trabajo, aunque admitía que estaba fatigada por las largas horas que pasó encorvada en una posición. No importaba cuántas horas pasara en el interrogatorio con Alejandro, o en el campo ayudándolo a perseguir a los criminales, nunca se sentiría tan satisfecha como después de una excavación, especialmente una exitosa como la de esta noche. Después de tediosas horas de remover cuidadosamente la arena capa por capa y luego pincelada por pincelada, había desenterrado cada hueso del cuerpo de la víctima. Ella y los técnicos habían fotografiado y anotado la ubicación de cada hueso y los habían