¿Qué estamos haciendo?
Era tarde.
El agente especial Alejandro Vitale reprimió un bostezo mientras conducía su SUV en dirección al apartamento de su compañera.
—Si estás cansado, Alejandro, siempre puedo llevarnos el resto del camino— ofreció la Dra. Valeria Brown desde el asiento del pasajero.
—No, gracias, Vale— negó con la cabeza— Solo faltan unos minutos, puedo hacerlo.
Se acomodó en su asiento e hicieron el resto del viaje en silencio.
—¿Te gustaría subir a tomar una copa?— preguntó cuando él se detuvo en el estacionamiento del complejo— Me sobró un poco de cerveza de la última vez que mi padre visitó.
—Claro, Vale, gracias— respondió.
Él la habría acompañado a su puerta de todos modos y esto le dio una excusa para hacerlo sin que ella lo regañara por ser sobreprotector. Por la cantidad de veces que la vida de la científica había sido amenazada en su propio edificio de apartamentos durante los últimos cuatro años, cualquiera pensaría que ella apreciaría su gesto.
—Estabas planeando acompañarme de todos modos— se encogió de hombros mientras se dirigían al edificio; no era una pregunta, estaba afirmando un hecho— Así que decidí que también puedo ofrecerte un refrigerio por tu problema.
Él sonrió
—Mi compañía no es tan mala, ¿verdad?
—En absoluto— respondió ella— Aunque comunicas tus intenciones muy claramente, ¿sabes?
—¿Cómo es eso?
—Alejandro— suspiró, girando la llave en el cerrojo y encendiendo las luces— No puedo pensar en una sola vez en los últimos cuatro años que no me hayas acompañado hasta la puerta de mi apartamento. Tu lenguaje corporal no fue diferente esta noche de lo que ha sido cualquier otra noche, así que asumí que tenías la intención de acompañarme a mi puerta como de costumbre.
—De nuevo, ¿eso es tan malo?— él aceptó una cerveza de ella y se sentaron en extremos opuestos de su sofá.
—No particularmente— ella le sonrió burlonamente.
—Piensa en ello como si yo cumpliera tus deseos— inclinó la botella en su dirección— siguiendo tu nuevo credo, por así decirlo.
Ella lo miró con curiosidad
—¿A qué diablos te refieres, Alejandro?
—Siempre nadando con un amigo
—No estamos nadando— señaló.
—No— echó la cabeza hacia atrás y se rió— No, no lo estamos.
Cada uno se acomodó en el sofá, tomando sus cervezas.
—Ahora— Alejandro se puso de pie, se estiró y se acercó al estéreo— Pongamos algunas canciones.
—¿Que significa eso?— Valeria le preguntó.
—Significa que si bien te las has arreglado para entrar en el siglo XXI y comprar un televisor, no tienes cable y no creo que esté dispuesto a ver ninguno de tus documentales o películas para chicas a esta hora, lo único que queda por hacer es escuchar música.
—Difícilmente podrías llamar a Orgullo y prejuicio una película para chicas, Alejandro— se burló ella mientras hojeaba su colección de CD.
—Vale— le dio una mirada de complicidad— No hay una sola mujer que haya conocido a la que no le guste esa película y los chicos a los que les gusta son pocos y distantes entre sí.
—Es una presentación en pantalla de una novela clásica— protestó— prácticamente la única escena que falta en el libro es el epílogo. Casi todas las demás escenas se transcriben palabra por palabra
—Libro de chicas convertido en una película de chicas— la despidió, encendiendo el estéreo y sacando un CD que había encontrado. —Ahora aquí hay un clásico— sonrió mientras los acordes de "Wonderful World" de Sam Cooke se filtraban a través de los parlantes. Presionó el botón de 'repetir' para que sonara varias veces.
Él la levantó del sofá y la tomó en sus brazos con un movimiento suave y comenzó a balancearse con la música.
—Alejandro— ella lo miró, riendo levemente— ¿Estás ebrio?
—No— dijo, tarareando la música— Pero tienes que vivir un poco, Valeria.
Él la hizo girar en un círculo cerrado con una mano y luego la volvió a abrazar. Ella se rió y continuaron bailando alrededor de la habitación.
No puedo creer que me deje hacer esto. Hace dos años me habría abofeteado y me habría enviado al infierno. Incluso el año pasado no estoy seguro de haber podido salirme con la mía. Supongo que hablaba en serio sobre lo de la 'relación de alquiler'.
Inhaló profundamente, absorbiendo la fragancia de su perfume, su champú y su jabón, todo mezclado en uno. Era un aroma que lo consolaba después de todos sus años juntos: varias marcas conocidas que se combinaron para producir un aroma que era únicamente 'Valeria'.
—Esta canción no podría aplicarse a mí en absoluto, Alejandro— su voz suave cortó su ensoñación.
Él la miró con una sonrisa y continuaron alrededor de la habitación.
—¿A que te refieres con eso, Valeria?
—Bueno— ella ladeó la cabeza y él supo que le esperaba un mini sermón— Sé bastante sobre biología y libros de ciencia, ¿sabes? Y recuerdo bastante del francés que estudié mientras estuve trabajando como pasante en Montreal.
—¿Qué pasa con la historia?— dijo mientras la canción comenzaba de nuevo.
—Por supuesto— ella lo siguió paso a paso, apenas notando que la canción se había reiniciado— La antropología no es más que el estudio del comportamiento humano a lo largo de la historia.
—¿Y asumo que siempre fuiste una estudiante sobresaliente?— comentó a la ligera, haciéndola girar de nuevo.
—No siempre— sacudió la cabeza— Mis calificaciones sufrieron un poco después de que mis padres me abandonaron.
—Rayos, Valeria— detuvo su baile y tomó su rostro entre sus manos— Lo siento.
—No fue tu culpa que se fueran— dijo rápidamente y se apartó de él.
—Lo sé— tomó sus manos de nuevo y reanudó el baile— Pero no quise mencionar eso y arruinar el momento.
Ella asintió en silencio y él la sintió moverse un poco más cerca de él.
—Entonces, ¿sabes para qué sirve una regla de cálculo?— preguntó.
—Sí— arrastró la palabra y levantó la vista como si le preguntara por qué quería saber.
—De la canción— inclinó la cabeza hacia el estéreo.
Cuando la canción se desvaneció por tercera vez, Alejandro se preguntó qué clase de mundo sería si ella lo amara. Supuso que lo dejaría pasar sus dedos por su hermoso cabello tanto como quisiera y capturar sus suaves labios en los suyos.
Se estremeció al recordar el único beso compartido. Su lengua instintivamente buscó la suya hasta el punto de que su chicle terminó en su boca.
Eran momentos como este, cuando ella estaba tan cerca y tan relajada con él, que se atrevía a soñar cómo sería volver a casa con ella todas las noches. Decidió que le gustaría mucho esa escena.
—Entonces, ¿Se aplica mas a ti?— ella cortó sus pensamientos una vez más.
—¿Qué?— sacudió la cabeza.
Había oído lo que ella había dicho, pero no creía que su mente estuviera yendo en la misma dirección que la suya.
—La canción— ella lo miró inocentemente— ¿Se aplica más a ti que a mí?
—Sí, supongo— se aclaró la garganta y sacó su mente de la cuneta— Quiero decir, no soy tonto, pero definitivamente no era un estudiante excelente. Era un estudiante bueno pero promedio, nunca uno sobresaliente a menos que fuera en deportes.
—Nunca pensé que fueras tonto— murmuró en voz tan baja que casi no la oyó.
—Gracias, Vale— le susurró al oído.— Pudo haber sido involuntario, pero la sintió temblar en sus brazos, y la temperatura de la habitacion subió repentinamente.
Se detuvieron a medio paso y se miraron el uno al otro. De fondo, Sam Cooke canturreaba que sabía que amaba a su chica. El tiempo se detuvo.
Orbes grises y marrones se encontraron, cada uno sondeando al otro. El cuello de Valeria se elevó mientras Alejandro descendía hasta que meros centímetros separaban sus labios.
—¿Alejandro?— podía oír el peso en su voz cuando su aliento pasó a través de sus labios abiertos.
—¿Sí, Vale?— regresó suavemente.
—¿Que estamos haciendo?
—Nada— podía sentir el anhelo en su mirada— Y todo.
Ella asintió lentamente y cerró el espacio entre sus labios.