No había llevado ninguna estola de noche, porque no la tenía. Sin embargo, sin que ella tuviera que decir nada, el Conde sacó un mantón chino, exquisitamente bordado, que era una de las cosas que había llevado al Castillo con él. Minerva pensó que probablemente lo había traído con la idea de colocarlo sobre un sofá. O, tal vez, de exhibirlo en algún otro lugar especial donde no pudiera dañarse. Lo puso sobre sus hombros y, cuando llegaron a la Casa de las Viudas, Minerva dijo: —Gracias por una velada maravillosa. Y, ahora, debe usted llevarse este precioso mantón que me prestó. —¡Es un regalo para ti!— dijo el Conde. —¡Oh, no! ¡Claro que no!— dijo Minerva—. ¿Cómo voy a poder aceptar algo tan valioso? —¡Me sentiría muy ofendido, y hasta tal vez enfadado, si no lo aceptaras!— contest