Trató de levantarla, pero era muy pesada, y tan vieja, que debía llevar ya varios siglos allí.
La empujó hacia la puerta de la trampa, con la esperanza de que no fuera demasiado ancha y pasara por ella.
Se necesitó mucho esfuerzo; pero, con el Conde tirando de sus patas, lograron bajarla.
El Conde la situó en el suelo, mas, cuando se subió a ella, sólo su cabeza asomaba un poco por encima de la puerta.
Levantó la mano, pero no había nada a qué sujetarse.
Sin que él dijera nada, Minerva tuvo una clara conciencia de lo que se necesitaba.
Miró la habitación por todas partes, mas, en la semioscuridad, no fue capaz de encontrar ninguna cuerda.
Entonces, obedeciendo un impulso, se quitó los imperdibles y se desprendió de la chaqueta de Eton que llevaba puesta.
La deslizó alrededor de uno
