El día de la entrevista llegué a las instalaciones de “C-Style”, que era para el momento, nada más y nada menos que la mayor compañía de ventas de ropa y accesorios por internet del país. Me detuve en el estacionamiento y contemplé maravillada aquel imponente edificio.
Solo había estado frente al edificio Emmet un par de veces, ambas durante mis jornadas de reconocimiento los primeros meses que le siguieron a mi mudanza a Nueva York, nunca entendí por qué la gente hablaba tanto de la Avenida Madison… no era de mis favoritas, pero reconocía que la idea de trabajar ahí me entusiasmaba.
«No puedo creer que venga a dar una entrevista… Vistiendo un traje de segunda mano», me dije en una oleada de inseguridad, mientras caminaba cruzaba la calle, y ya estando frente a la entrada… quise darle una última revisada a mi apariencia, y decidí hacerlo en la ventanilla de uno de los autos estacionados frente a la edificación.
Mi cabello liso, como siempre, estaba un poco esponjado por la humedad, y mi blusa tenía ligeras arrugas, pero nada que pudiera considerarse inapropiado, y era poco probable que alguien se diera cuenta que vestía un traje de segunda, de hecho, consideré que me veía incluso bonita. Miré con más atención mi maquillaje, notando que el labial se me había corrido un poco.
Saqué una servilleta de mi cartera y empecé a limpiarla, y justo cuando estaba terminando la labor… La ventanilla empezó a bajar y un par de grandes y perfectos ojos grisáceos me miraron con impaciencia, dando inicio a uno de los momentos más vergonzosos de mi vida.
—¡Mierda!
—Buen día, te ves estupenda, cariño; pero necesito bajar del auto ahora —dijo el hombre al volante.
—¡Ay, Dios! Por supuesto, disculpa —dije dando un par de pasos atrás y dejando que abriera la puerta.
Los ojos se me abrieron de par en par cuando vi al pecado de carne y hueso que salía del vehículo, un pastel de doble chocolate después del gimnasio no llegaba a verse tan apetitoso como ese ser.
El hombre era alto y de espalda ancha, de piel pálida y cabello castaño de corte varonil, llevaba el típico outfit de otoño: un ligero suéter de punto, bajo un largo abrigo semi impermeable, jeans y mocasines, llevaba la bufanda en una mano y en la otra un bolso de gimnasio, porque obvio que se ejercitaba... Y qué bien le sentaba.
No podía verlo, pero sabía, lo sabía como que el sol salía cada mañana por el este, que debía tener un majestuoso abdomen de lavadero, y debajo de la tela podía apreciar que tenía brazos fuertes y musculosos, un absoluto delirio de hombre.
Yo seguía mirándolo embelesada mientras él se echaba la bufanda al hombro y sacaba una pesada carpeta del interior del auto, quedando así con las manos ocupadas, por lo que me apresure y le ayudé a cerrar la puerta, mirándolo de reojo con nerviosismo, me sacaba prácticamente una cabeza.
—Gracias —respondió con una sonrisa de lado que de seguro dejó a algunos osos polares sin hogar en ese instante.
—De nada, y de verdad lamento lo de hace un momento, es que… estoy muy nerviosa, tengo una entrevista de trabajo y me estaba asegurando de verme bien.
Sonreí apenada sin saber realmente por qué le decía eso a un desconocido, pero otra de las cosas que deben saber de mí, además de que soy una perdedora, es que no sé cuándo dejar de hablar… y lo hago con cualquiera.
—Oh, un día importante entonces. —Sonrió nuevamente mientras me indicaba con un movimiento de cabeza que era hora de avanzar.
—Sí, lo es… es la oportunidad de mi vida, no puedo arruinarla.
—¿Y dónde es la entrevista? ¿Qué empresa te llamó?
—Nadie me llamó, en realidad vengo porque alguien más me avisó de la vacante… Es en C-Styles. —El hombre hizo un gesto de reconocimiento al escucharme y sonrió una vez más.
—Eso es genial, en C-Style necesitamos gente nueva que aporte una visión más fresca.
—¡Oh! ¿También trabajas ahí? ¡Qué suerte! —exclamé aliviada mientras atravesábamos el lobby de camino a los elevadores—. ¿Y qué tal es trabajar ahí? ¿Alguien me dijo una vez que mientras más fantástica es la imagen de una empresa para el mundo… más infernal es trabajar en ella.
—Bueno… —Siguió encendiendo mi corazón con esa sonrisa—. Trabajamos en un gran edificio en pleno Manhattan… Obviamente no es fácil, pero me gusta pensar que tenemos un estupendo ambiente laboral.
—¿Sí? He oído que el señor Clark es un imbécil s*x!sta… Eso me tiene un poco nerviosa, porque se me da muy mal lidiar con imbéciles. —Me mordí el labio con nerviosismo al tiempo que se abrían las puertas del elevador—. Verás… soy una chica de Rhode Island, pero tengo el temperamento de un anciano de Texas, ¿entiendes?
El hombre soltó una carcajada que hizo que varias de las personas ahí lo miraran extrañados, pero a él no pareció importarle.
—Bueno… sexista no es, eso te lo aseguro. En C-Styles todos tienen las mismas oportunidades de crecer y nadie es mejor que nadie. Y con respecto a lo de imbécil, pues… no lo sé, supongo que todos tenemos nuestros momentos, solo es algo franco al decir las cosas, pero yo diría que es un buen tipo.
—¿Has trabajado con él directamente?
—Seguido, sí. Te aseguro que estarás bien —respondió con una sonrisa.
—Eso espero, en serio necesito el trabajo, aunque espero que no sea él quien me haga la entrevista, siento que voy a estar predispuesta, ¿sabes? Temo decir algo inapropiado —hableé haciendo una mueca que le hizo gracia.
—Claro, tiene sentido. Pero… ¿Para cuál puesto te postulas?
—Para el equipo de Publicidad, llevo un par de años trabajando en imprentas y empresas de diseño, creo que puedo… hacer algo acá. —Una nueva oleada de inseguridad me golpeó.
Había estado trabajando para imprentas y revistas de segunda en Queens, ¿de verdad me creía capacitada para dar un salto tan grande? El “sí” y el “no” luchaban a muerte en mi interior, tratando de obtener una respuesta pero solo había caos y más nervios.
—Sí, ahí necesitamos sangre nueva, pero descuida… La entrevista te la hará Recursos Humanos.
—Genial, eso me tranquiliza un poco. —Respiré profundo y cuando el último hombre que quedaba con nosotros bajó del elevador, me giré hacia él una vez más—. Oye... ¿Y sí te pagan bien? Es que no quiero preguntar en plena entrevista y parecer desesperada, pero lo cierto es que… —di un profundo suspiro—. Estoy desesperada, ¿te da para vivir con lo que ganas aquí?
Él volvió a sonreír, y yo no podía dejar de pensar en lo jodidamente sexi que era, sus rasgos eran tan varoniles pero no amedrentadores, lucía como un hipster cualquier de Nueva York, pero tenía la sonrisa del motociclista tatuado que tu mamá rezaba todos los días para que no se cruzaraen tu camino… porque sabía que huirías con él.
—Ahm… Pues, yo no me quejo, mis finanzas están bien. —Rió en un resoplido mudo—. La verdad es que pagan muy bien, descuida. Y dan bonos por productividad también, así que si haces tu trabajo… obtendrás tu recompensa.
—Ok, ok… no se diga más entonces, tengo que conseguir este empleo a toda costa —dije más para mí que para él, pero luego lo miré—. En serio muchas gracias por toda tu ayuda, no sé ni siquiera como te llamas, yo soy Savannah.
—Un placer conocerte, Savannah… Yo soy Alexander.
Al oír su nombre algo sucedió, fue como si de pronto apagaran la calefacción del planeta y todo mi cuerpo empezó a congelarse mientras una aterradora idea se plantaba en mi cabeza.
—¿Alexander?... ¿Alexander qué? —Él sonrió una vez más un segundo antes de que las puertas del elevador se abrieran en el piso de las oficinas de C-Styles… Él no tuvo que darme la respuesta.
—Buenos días, señor Clark —saludó un joven flacucho y asustadizo que corrió hacia él tan pronto como dio un paso fuera del elevador—. La imprenta llamó, y dijo que hay que cambiar la tipografía, estas son las opciones —dijo mostrándole algo en una tableta.
—Aquí está su café, señor Clark —murmuró otra chica.
Yo me quedé de piedra frente al elevador, sintiendo que mi respiración se aceleraba preocupantemente; él se detuvo y volteó hacia mí, sonriendo al ver el pánico en mi rostro y señaló hacia su derecha.
—Recursos Humanos queda hacia allá, buena suerte, Savannah.
Me dedicó un guiño y siguió su camino, dejándome ahí, deseando que se abriera un agujero bajo mis pies y me dejara caer los quince pisos hasta el suelo, había llamado “Imbécil s*x!sta” al que pretendía fuese mi futuro jefe.
—¡M!3rda! —gruñí mientras me encaminaba hacia Recursos Humanos, sabiendo que jamás obtendría el empleo.