¡Hola!
Mi nombre es Savannah Miller, y soy una completa perdedora.
Crecí en Jamestown, que es un diminuto pueblo en el pequeño estado de Rhode Island, cuyos datos más resaltantes son poseer la biblioteca más antigua de Estados Unidos, o la taverna con mayor tiempo en funcionamiento del país… Y también porque es el hogar de los poderosísimos “Providence Bruins”, nuestro único equipo profesional… que juegan en segunda división y no ganan un estúpido campeonato desde el noventa y nueve.
¿En conclusión? Soy una perdedora en parte porque me tocó nacer en un pueblo sin gracia… Nadie que nazca ahí está destinado a la grandeza, eso todos lo saben. Pero la idea siempre me frustró, y desde pequeña quise escapar de aquel aburrido y pacífico infierno donde nada jamás pasaba. Quería conocer el mundo y ser exitosa, que cuando la gente dijera mi nombre… pensara en poder y en estilo, ¿por qué no?
Me gustaba la moda y a eso quería dedicarme, solo que yo no era alta ni agraciada como para ser una de las modelos que veía en las revistas, tampoco sabía coser ni diseñar, así que crear atuendos ni de chiste; pero sí me gustaba organizar cosas… hacerme cargo de ellas. Como m*****o del comité estudiantil propuse la creación de una revista semanal dedicada a la moda escolar juvenil y me fue de maravilla, me hizo descubrir que ese mar era el que quería navegar.
“Somos gente sencilla, con aspiraciones sencillas” fueron las palabras de mamá cuando cumplí catorce y le anuncié que quería estudiar periodismo de moda. Me decía, en palabras elocuentes, que me dejara de tonterías y pusiera los pies sobre la tierra.
No podía culparla por pensar que estaba delirando… ¿Una famosa editora de moda de Rhode Island? Ni en una película de ciencia ficción, había tanta ambición irrealista. Yo era la mayor de cuatro hijos, lo que significaba que con cada hermano que nacía… se reducían un poco más mis fondos universitarios. Pedirle a mis padres que me mandaran a estudiar a Nueva York era como pedirles un Ferrari al cumplir los dulces dieciséis, debí agradecer que no rieran en mi cara.
Pero no me quedé con esa respuesta, si algo bueno tengo es que encuentro cualquier fallo en las cosas, mamá había puesto el asunto del dinero como único punto en contra para que yo pudiera cumplir mis sueños, así que procuré hacerme cargo del asunto y los siguiente tres años me dediqué a trabajar como una esclava en una venta de perritos calientes, de niñera y paseadora de perros ocasional, guardando cada centavo que ganaba, y para cuando acabé la preparatoria... No tenía suficiente, la vida adolescente es dura.
Al final terminé retrasándolo todo un año y medio más, y terminé trabajando en ese antiguo bar del que les hablé, hasta que finalmente pude reunir suficiente… y entonces logré salir de aquel terrible lugar que mataba mi espíritu día a día y poder así empezar a vivir mis sueños.
Nueva York resultó ser muy diferente a lo que me imaginé, pero claro… Yo soñaba con despertar viendo el amanecer en Central Park y el anochecer en Time Square, no con un cuchitril en Brooklyn, justo frente a las vías del tren, pero aprendí a tomar los tragos amargos de la vida como iban llegando.
Me acostumbré a despertar con el estruendo del primer tren de la mañana, aprendí a invertir buen dinero en mantas y pijamas largas y ahorrarme unos cientos al año en calefacción, aprendí a pelear con las personas en el subterráneo y ahorrarme dinero en taxis, y sobre todo, recordé lo que ya sabía… Nadie de Rhode Island llega a triunfar en Nueva York.
Los años pasaron, en la universidad me fue bien, pero acabó pronto, no conseguía los trabajos que quería y en cambio tuve que quedarme con unas ofertas de porquería, dos chicos consecutivos me fueron infieles y uno de ellos me obligaba a salir con su madre cada sábado; yo intentaba crear lazos duraderos con la pobre anciana mientras él tenía sexo desenfrenado con la chica de la fotocopiadora de su oficina; y así, poco a poco se fue apagando mi llama, hasta que un día perdí mi empleo, ellos simplemente llamaron y dijeron “no vengas más”. Devastador... La vida adulta es una mierda.
Tuve meses duros emocionalmente, meses en los que no supe lo que era un cepillo, o una ropa planchada, aparentemente perdí tanto el rumbo que un día salí y me senté en la plaza y un hombre pasó y me lanzó una moneda sin decirme nada, y ni siquiera una buena, solo un mísero centavo; ese día comprendí que estaba peor de lo que pensaba y cuando caí en cuenta de que solo me quedaba volver a casa como una idiota desempleada y solterona… finalmente reaccioné.
Con los pocos fondos que me quedaban imprimí una tanda de currículos que envié a todas las revistas cuya sede se ubicaba en el estado, claro que no me llamaron la primera semana… ni la segunda. Tuve que aceptar trabajar en una pequeña imprenta de Queens, donde un día tuve que realizar los folletos de un pequeño evento gastronómico y el organizador quedó encantado con mi trabajo, me elogió más de lo necesario y luego se fue, pero un par de días después regresó y me dijo que sabía de una oferta fantástica para alguien como yo, me dió una dirección, un nombre y una fecha.
Recuerdo que palidecí al ver el nombre de la empresa esa noche en el buscador de mi computadora, una de las empresas más importantes en el país en cuanto a crecimiento anual, buscaban pasantes para las áreas de marketing y dirección.
Me sentí entusiasta, calificaba para los puestos que ofrecían, y me encontraba en el rango de edad… Jamás había trabajado para una organización tan grande, pero si lograba conseguir el empleo, estaría abriendo la puerta de una gran oportunidad para por fin avanzar en mi carrera.
Compré un conjunto formal en una tienda de segunda mano y fui al salón a arreglarme el cabello, no podía presentarme a la entrevista de mi vida luciendo como una indigente. Ese día brillaba el sol como nunca, la brisa acariciaba mi rostro como diciéndome “Ya lo tienes, nena… esto va a ser todo tuyo”, llegué a tiempo, tenía mi centavo de la suerte en el bolsillo, y todo parecía ir bien, pero… ¿Mencioné ya que soy una completa perdedora?... ¡Por supuesto que lo arruiné todo!