El viernes, Mason llegó a mi departamento un poco antes de las doce de la noche con una botella de champaña y una mirada muy seductora, en realidad, era la mirada que siempre tenía.
Bebimos el licor frío y a las doce, al inicio de mi cumpleaños, Mason sacó de su chaqueta una caja de terciopelo rojo. Mi corazón se aceleró e inmediatamente comencé a sonreír creyendo que las pistas que había dejado habían sido efectivas.
Pues bien, estaba muy equivocada.
Mason me entregó la caja sin más, no se arrodilló y no soltó un discurso romántico que me recordara cuánto lo amaba, sólo la dejó en mi mano. La abrí, aun conservando una mínima esperanza, pero finalmente lo que encontré fueron un par de pendientes de plata.
—Vaya, Mason… —yo quería golpearlo— son… preciosos. Me encantan.
—Feliz cumpleaños, Livvy —dijo con una sonrisa. Bebió el resto de su copa y me besó con intensidad—. Y ahora… tengo otro regalo para ti.
Y entonces… hicimos lo de siempre. Ambos disfrutamos de un buen sexo, algo a lo que estábamos acostumbrados y en lo único que Mason era creativo, de eso no me puedo quejar en absoluto. Pero en los últimos días eso ya no se sentía suficiente, la rutina era esperada, habíamos caído en un bucle temporal y no podíamos avanzar en ninguna dirección. Y al cumplir treinta… entré más en crisis.
El día continuó y Mason fue a trabajar, yo tenía que ir a la florería así que no me importó quedarme sola. Mis empleadas, que en cierto modo eran mi otra familia, decoraron el lugar con mis flores favoritas y globos con luz led en la entrada. Me hicieron sentir muy feliz y especial, pero también me hicieron sentir muy vieja. Treinta años y yo ya estaba teniendo una crisis de edad.
Me arreglé en el salón de belleza más tarde porque quizá tenía treinta, pero nadie podría negar que mi cuerpo era espectacular y no iba a perder ocasión para lucirlo.
Cuando nos vi a Mason y a mí en el reflejo de la puerta del restaurante, me di cuenta de que éramos una pareja muy apuesta y seguro podríamos causar curiosidad entre las personas que nos observaban, sin embargo, fue como si una epifanía llegara mí y me hiciera percatarme de que los últimos tres años lo único que hicimos fue lucir bien.
Al principio no me molestó, de hecho, era algo que en ese tiempo no me importaba mucho porque me gustaba mi estilo de vida, pero ya era hora de madurar un poco y formalizar la relación. Creo que lo que más me aterraba de preguntarle a Mason sobre el futuro era darme cuenta de que él, muy probablemente, no quería uno conmigo y quedarme sola, no tener a alguien con quien acurrucarse después de un día cansado, no tener alguien con quien cenar o desayunar todos los días, no tener a alguien con quien compartir mis problemas.
Y luego, cuando íbamos de vuelta a mi departamento después de una cara cena, me pregunté ¿Yo realmente tenía a una persona con quien hacer todas esas cosas?
Bajé el volumen del estéreo del radio.
—Mason…
— ¿Mmm?
—Quiero que nos casemos —solté. Me miró de reojo y siguió conduciendo sin darme una respuesta—. Bueno, no ahora, pero sí… vivir juntos al menos.
—Livvy, no creo que quieras hablar de eso ahora.
—Ahora quiero hablar de eso —aseguré, firme en mis palabras—. Y los vamos a hablar directamente, Mason. Yo quiero casarme, quiero un bebé. Quiero una familia.
—Livvy, estamos bien así como estamos —dijo. Seguía sin mirarme y daba la impresión de que no me escuchaba realmente, sólo quería que dejara de hablar, pero no me iba a callar demasiado fácil—. Mira, ya vamos a llegar a tu departamento, no arruines la noche.
— ¿Te parece que hablar conmigo de lo que quiero es arruinar la noche? —me crucé de brazos y seguí mirándolo.
Mason suspiró y no dijo otra cosa, como si estuviera demasiado cansado para hablar conmigo. ¿Qué demonios había estado pasando en mi cabeza durante tres años que no noté que Mason no quería nada de mí? Nada que fuera importante.
Llegamos a mi edificio y él dejó el coche en el estacionamiento; azoté la puerta al salir y no dejé de hablar, maldita sea si lo hacía.
—Mason, no pienso jugar más contigo.
— ¿Estábamos jugando? —se burló. Presionó el botón del ascensor y no se dignó en verme a la cara o tomarme en serio.
— ¡Pues eso es lo que parece! ¡Tenemos sexo divertido y te vas por la mañana! ¡Llevamos tres años juntos y nunca hemos hablado de eso!
— ¿Por qué crees que sea? —preguntó igual de alterado que yo. El ascensor abrió en mi piso y continuamos caminando hasta mi departamento—. ¡Cielos, Livvy! ¿Aria te metió esas absurdas ideas? ¡Creí que lo entendías!
— ¿Entender qué? ¡Explícame! —busqué la llave mi puerta.
— ¡Tenemos algo bueno, Livvy! Nos divertimos y somos jóvenes, exitosos, geniales. ¿Crees que cuando seas mamá vas a ser algo de eso?
Abrí la puerta, pero estaba tan concentrada en Mason que no noté nada.
— ¡Claro que lo seré! —afirmé—. Quiero un bebé, quiero formalizar.
— ¡YO ODIO A LOS NIÑOS, OLIVIA! ¡Y ni siquiera quiero casarme!
— ¡Nunca dijiste nada de eso! ¡Después de tres años juntos!
— ¡Tú sacaste este maldito tema!
Sus ojos echaban chispas, jamás habíamos discutido de este modo, pero era como Elena había dicho: mejor saberlo ahora y no varios años después cuando tuviéramos un hijo que él no deseaba. Sabía lo que tenía que hacer y lo que era mejor para mí, pero aun así… dolió mucho cuando dije:
—Quizá no deberíamos perder más nuestro tiempo juntos. Es obvio que buscamos cosas diferentes.
Mason resopló, movió la cabeza como si no pudiera creer que yo lo estaba dejando y luego abrió la puerta junto a él y se fue de mi vida sin decir otra cosa.
Sentí que tres años de mi vida se habían ido demasiado rápido y por un momento, sólo un segundo, quería ir tras él y cambiar mis palabras, sólo por no tener ese sentimiento de soledad desconocida hasta el momento. Luego lo pensé mejor y di media vuelta en la dirección contraria a la puerta y encendí todas las luces de la casa.
Primero salió Aria detrás de la mesa con un cono de cumpleaños en la cabeza, le siguió Brianna detrás del muro de la cocina y, junto a ella, Addison me miraba con compasión y una pena mal disimulada, Mika y Jace también estaban ahí; algunos viejos amigos y Emma salieron de sus escondites y no dejaron de mirarme.
— ¿Sorpresa? —susurró Aria, también era la más cercana a mí. Tenía una expresión de culpa en el rostro, pero sin duda no era nada a comparación de lo que yo sentía en ese momento.
Había un letrero enorme con un “feliz cumpleaños” y dos globos en forma de tres y de un cero flotando en la parte de atrás. Las lágrimas empezaron a caer sin que me diera cuenta.
—Les dije que las fiestas sorpresas son una basura —dijo Mika.
Aria caminó hacia mí, pero yo no aguanté más y me eché a correr a mi habitación llorando como una niña y cerrando la puerta tras de mí. Me acosté en la cama a llorar sin detenerme; y qué bueno que mi rímel era a prueba de agua porque no quería manchar un edredón tan caro. Sin preguntar, Aria abrió la puerta y yo lloré más.
—Livvy, lo siento mucho. Era… una fiesta sorpresa yo no…
— ¿No sabías que… —lloré más, incluso hipé— iba a… romper con Mason? ¿O no sabías que… iba a humillarme frente a todos?
Solté un grito de frustración. Mi mejor amiga se acostó junto a mí con su prominente vientre hacia el techo.
—No fue tan humillante —la miré significativamente—. Pudo haber sido peor.
— ¿Cómo?
—Eh… —ella buscó algo que decir, hizo varias muecas y al final no encontró nada—. Muy bien, sigue llorando, me quedaré a tu lado.
Brianna y Addison entraron a la habitación tan rápido que no pude seguir llorando a gusto.
—Ya corrí a todos y les dije que si hablan de esto mi hermano me ayudará a demandarlos por difamación —dijo Addison; se sentó al pie de la cama y me sonrió con cariño.
—No vale la pena, amiga —aseguró Bri—. Ni siquiera llores por él, la verdad es un idiota y nunca me agradó. Y su caminar… parecía un simio… oye, no, pero no llores más. Mason no… oye, Livvy, no llores…
—Amiga, Mason era un idiota total… y digo, no fue el mejor momento, pero…
No podía parar de llorar y sé que ellas me querían ayudar, pero no me sentía mejor.
— ¡Tengo un regalo! —cantó Mika; se quedó en el marco de la puerta del cuarto y ocultó sus manos detrás de la espalda—. Tengo a dos amigos de la fiesta, uno es mexicano y el otro dice ser ruso. Ta-dah.
Nos mostró las botellas de alcohol que traía detrás de él.
— ¿Qué es eso? —preguntó Addison.
—Tequila y vodka ¿Qué más? Dijiste que buscara algo para que se calmara.
—Yo hablaba de algo como un té o algo de leche caliente.
— ¿Acaso tiene cuatro años? —Mika se sentó en la cama con nosotras y me pasó las botellas que yo ya le estaba pidiendo con apremio—. Lo que necesita Livvy ahora es beber.
—Sí, lo necesito.
—Livvy, no creo que sea buena idea.
—Estoy de acuerdo con Addi.
— ¡Pero qué aburridas son!
— ¡Livvy tiene la tolerancia de un bebé! No debe beber ahora.
— ¡Oigan, oigan! —los detuvo Aria—. Esta noche Livvy hará lo que ella quiera y si lo que quiere es tener una intoxicación alcohólica, nosotras la llevaremos al hospital.
—Por eso te amo —le dije a Aria—. ¿Nadie beberá conmigo? —lamenté viendo a mis amigas embarazadas o amamantando.
—Reacciona, para eso estoy yo, tonta —se quejó Mika. Me sirvió vodka en un vaso y lo bebí de un trago con él acompañándome; quemó mi garganta, pero al menos me sirvió para dejar de llorar por unos segundos—. Sí, punto para los que no podemos quedar embarazados.
Hice lo mismo con dos vasos más y luego combiné los licores.
—Livvy, no creo que debas hacer eso.
— ¿Pero saben qué es lo que más me molesta? Que pasé tres años con él y cuando le dije que termináramos ni siquiera lo pensó un poco.
—Siempre lo supe, es un idiota.
—Y lo peor, es que yo lo sabía. Soy una idiota que pasó tres años de su vida con alguien más idiota y lo arruinó. Sírveme más, Mika.
Seguí emborrachándome sin darme cuenta, un trago tras otro y otro, y otro, sin importar que al día siguiente probablemente tendría una gran resaca porque, como le había dicho Addi, yo tenía la tolerancia de un bebé. Mis amigas de la universidad y Mika, un amigo que encontré en el trabajo y que no soltaría nunca, me dieron la razón en todo momento y me hicieron comentarios que intentaban hacerme sentir mejor, me escucharon y me soportaron cuando estaba llorando.
—Livvy, me tengo que ir —dijo Addison antes de medianoche—. Los niños son muy inquietos y no puedo confiar en Carter para controlarlos él solo, pero… llámenme si te llevan al hospital.
—Oye ¿Me llevas a mi casa? —le pidió Brianna. Me abrazó con fuerza y creo que también hizo una mueca por mi aliento a alcohol, pero no estoy segura—. Tú nos tienes a todas nosotras, así que todo estará bien.
Ellas se fueron y yo seguí bebiendo con Mika, él sí que me seguía el paso y sin ningún motivo en especial.
— ¿Dónde está Jace? —le pregunté a Aria, riendo sin ningún motivo—. ¿No te tienes que ir?
—Ya lo mandé a casa, me quedaré contigo esta noche.
Mis lágrimas se salieron antes de poder detenerlas, y luego me di cuenta de que nunca había dejado de llorar. Me incliné sobre Aria y toqué su abultado vientre, sintiéndome más cerca de ellas.
—Ellas son mis favoritas, Mika. Aria y su bebita. Pero no le digas a Bri y Addi porque también las amo a ellas —me reí más fuerte—. A ti también te quiero, Mika.
—Eres muy graciosa cuando estás borracha —dijo él.
—Debiste haberla visto cuando íbamos a la universidad —le contó Aria. Me acarició el cabello y me dejó acostarme encima de ella—. Addison siempre la engañaba diciendo que el jugo era sólo jugo, pero siempre le ponía mucho alcohol porque Livvy siempre terminaba haciendo una locura.
Intenté reírme, pero terminé llorando.
—Mason me dejó —susurré; las lágrimas siguieron cayendo y yo seguí bebiendo—. Estuve con él tanto tiempo y… no sé cómo dejarlo ir. Quizá era un idiota, pero… estaba conmigo, me divertía con él en los buenos días. Pueden decir lo que quieran de él, pero estar con Mason era un seguro, me hacía sentir estable. Quizá estoy loca, probablemente lo esté, también ebria, pero… no sé qué voy a hacer ahora.
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Una maldita alarma. Una maldita alarma estaba perforando mis oídos.
—Apaguen esa cosa —pedí en un susurro.
—Es tu teléfono —dijo Aria.
Permanecí con los ojos cerrados, pero escuché los quejidos de Mika y pude imaginar cómo Aria buscaba a tiendas mi teléfono en algún lugar de la cama hasta que dejó de sonar.
—Hola, Elena. No, soy Aria —dijo. Me levanté con apremio, lo cual fue un grave error porque todo empezó a dar vueltas. Aria también estaba adormilada, apenas podía abrir los ojos—. ¿Que dónde está Livvy? —negué con la cabeza, mi hermana no tenía que enterarse tan pronto—. Ella… ella está durmiendo… Ah, iban a comer con tu abuela —me golpeé la frente. La abuela cocinaba maravilloso, pero no tanto como para ir sin Mason, admitir que habíamos terminado y luego escuchar el sermón de mi abuela sobre que ya iba siendo hora de que tuviera una familia. Así que le hice más señas negativas a Aria—. Ah, no, no creo que pueda ir. Es que… hace un rato se… cayó de las escaleras —ella era igual de terrible para mentir como yo—. No, no, está bien. Sólo le duele la espalda y se durmió. No es necesario, ya la vio otro doctor. Bueno, adiós.
Colgó abruptamente.
—Creo que no me creyó.
—Pues no, eres una terrible mentirosa —dijo Mika.
Hasta ese momento me di cuenta de que todos estábamos dormidos en la misma cama, Mika al pie de ésta y a todo lo ancho, no sé cómo no sé cayó, aunque parecía que se aferraba con fuerza a la botella vacía de tequila. Aria estaba a mi lado y a ella seguro que sí le dolía la espalda.
— ¿Te quedaste a dormir? —pregunté a Mika lo ya evidente—. No me acuerdo de ti.
—Soy Mika, mucho gusto. Gay y organizador de eventos.
Mi mente estaba muy confundida porque los recuerdos de la noche anterior no estaban demasiado claros. Además, el dolor de cabeza era horrible, aún podía sentir el sabor del alcohol en mi boca y mis oídos estaban hipersensibles a los ruidos.
—Me siento terrible —dije.
Algo me decía que alrededor de las cuatro de la mañana yo había estado haciendo el ridículo, porque tenía unas gafas de sol en la cabeza y un sombrero a mi lado.
—Te voy a preparar algo para que te sientas mejor.
— ¿Tu fórmula mágica? —pregunté a Aria.
Ella asintió y se levantó de la cama. Mika gateó hasta mi lado, levantó las cobijas y se puso cómodo para dormir mejor. Como Aria salió de la habitación, también decidí que era mejor dormir e imité a Mika.
Sólo que había un problema, él empezó a roncar con fuerza y, ahora que yo ya estaba despierta, no pude ignorar los fuertes sonidos que emitía. Lo moví para que se callara y no funcionó.
—Mika —me quejé en un susurro. Él siguió roncando, lo empujé más fuerte y lo tiré de la cama por accidente—. ¿Mika? —me asomé del lado contrario, él se sostenía la cabeza con una mano, pero sus ojos permanecieron cerrados y siguió roncando—. Lo siento por el golpe —dije, aunque sabía que él no me iba a responder.
Intenté cerrar los ojos y dormir por un par de minutos, pero el esfuerzo fue en vano y el dolor de cabeza sólo aumentó. Así que me levanté de la cama y fui a la cocina con Aria; ella ya buscaba en mi refrigerador para hacerme su mezcla asquerosa contra la resaca.
—Creí que dormirías más.
—Mika ronca demasiado —me senté en la silla frente a la barra y dejé mi cabeza colgando entre mis manos por varios segundos. Cuando volví a levantar la mirada me di cuenta de que Aria también estaba cansada, tenía ojeras y bolsas bajo los ojos, además cargaba otro ser humano dentro de ella—. Lo siento, Aria. Si quieres vete a tu casa. O yo te llevo, sólo déjame tomar una ducha para despertar.
—Tranquila, está bien —me pasó un vaso lleno del brebaje más horrendo de todos y luego se sentó a mi lado—. ¿Cómo te sientes?
Aún me dolía y no sólo físicamente, había un sentimiento aplastante dentro de mi pecho que amenazaba con salir a flote. Sólo pude encogerme de hombros y hacer una mueca.
—Estaré bien. Tendré que acostumbrarme a la idea de no tener una familia muy pronto, pero… estaré bien.
Santo Dios, vaya que la pócima mágica de Aria sabía asquerosa.
—Supongo que es mal momento para contarte que Bri me pidió ser la madrina de su bebé —dijo Aria.
No pude alegrarme sinceramente, lo cual me hizo sentir mucho peor. Pero es que siempre pensé que Aria sería la madrina de mi bebé, y aunque podría ser de ambos, se sentía como si otra puerta se cerrara para mí.
—Vaya, me alegro mucho.
—Le dije que no —aclaró con una sonrisa.
— ¿Por qué? —pregunté verdaderamente sorprendida.
—Porque seré la madrina de tu hijo (o hija) algún día, la verdad quiero concentrarme sólo en un ahijado —se encogió de hombros mientras yo sonreía y aguantaba las ganas de llorar, esta vez de felicidad al darme cuenta de la gran amiga que tenía conmigo—. Y por supuesto, tú vas a ser la madrina de mi hija.
Levanté los brazos victoriosa y sonreí de verdad; mi ahijada no había nacido aún y ya me estaba quitando la tristeza.
—Yo la llevaré a su primer tatuaje —dije—. Aria… nunca me dejes sola.
Aria me miró como lo que éramos: familia.
—No lo haré.