Durante el camino a mi departamento tuve que escuchar las peores canciones infantiles que tenía la estación de radio y Charlotte las gritaba justo detrás de mi asiento. No recordaba que cuando yo era niña las canciones fueran tan malas.
Las cosas sólo empeoraron cuando llegamos a mi casa cargados de cosas y me di cuenta que no tenía ninguno de los ingredientes para su comida. ¡Qué digo tener! ¡Ni siquiera sabía qué debía darles de comer! Todas las veces que había cuidado a mis sobrinos habían sido fines de semana o vacaciones, donde no importaba qué comían, pero algo me decía que sí importaba ahora.
Los dejé sentados en la sala viendo una caricatura que ellos eligieron, mientras me metí al baño (dejé la puerta abierta para no perderlos de vista esta vez) y marqué el número de la única persona con la que estaba dispuesta a admitir mi temprano fracaso.
— ¿Hola?
— ¿Qué se le da de comer a dos niños? —pregunté con apuro.
— ¿De qué rayos hablas? —preguntó Aria.
— ¿Qué se le da de comer a dos niños? —repetí—. Elena me dejó cuidar a sus hijos y no sé qué debo darles de comer. Debe ser algo sano ¿Cierto?
— ¿Por qué estás cuidado a los hijos de tu hermana? —preguntó, como si la idea le causara risa.
—Es como una prueba, luego te cuento. Sólo dime. ¡Vamos, date prisa! Leo ya se cayó una vez y no quiero que vuelva a ocurrir —en serio me ponía nerviosa, no despegué mi vista de ellos ni un segundo mientras hablaba por teléfono.
— ¿Está bien?
— ¿Quién? —pregunté, distraída.
— ¡LEO! ¿Quién más?
—Ah, sí, sí. Está bien, sólo tiene hambre… así que si te das prisa…
—No lo sé —admitió. Y ya podía imaginar su mano debajo de su barbilla como siempre hacía cuando pensaba.
— ¿Qué? ¡Hace meses estás leyendo libros sobre maternidad! —le reclamé; sentí que me iba a desmayar porque Aria debía ser mi salvación—. ¡Cómo no vas a saber!
— ¡Puedes darles papilla porque eso es lo que dicen mis libros!
—Aria, por nuestra amistad, tienes que ayudarme. ¡No puedo llamar a mi hermana!
— ¡Tía, Livvy! ¡Tengo sed! —gritó Leo. Y luego, lo secundó Charlotte.
— ¡Ya voy, ya voy! —grite.
—Corre a darles agua, llamaré a mi madre para preguntarle —dijo Aria—. Te marco en cinco minutos.
Salí del baño y les serví agua a los niños, pero luego Leo me dijo que su mama no los deja tomar agua en vasos de cristal porque los pueden tirar y ocasionar un accidente; entonces tuve que buscar vasos de plástico, pero… nada en mi departamento era de plástico. Los niños se rehusaron contundentemente a beber en vasos de cristal, así que tuve que sostener el vaso con agua mientras ellos bebían tranquilamente. Y a Charlotte le gustaba el agua de frutas, no de otras.
Aria llamó unos minutos después y dijo que su mamá le dijo que era demasiado tarde para preparar una buena comida, sobre todo si no tenía ingredientes, así que mi mejor opción eran los palitos de pollo congelados y unas verduras de lata.
Hice lo que era obvio para mí, busqué apoyo en Masón.
—Tú me amas ¿Cierto? —pregunté cuando lo llamé por teléfono.
—Claro —dijo, arrastrando esa única palabra.
—Bueno, necesito que vayas al supermercado y me traigas un par de cosas ¿Si? —usé la voz más dulce que tenía.
—Querida, tengo cosas que hacer…
—Yo nunca te pido nada —reproché—. Los hijos de Elena están en mi casa y necesito darles de comer. Así que ve a comprar esas cosas, date prisa y trae tu trasero aquí cuanto antes. Si no… no más sexo.
—Livvy… —Mason suspiró y yo mantuve mi silencio— está bien, mándame la lista de lo que quieres.
—Gracias —dije con voz canturrona.
Mientras esperábamos, tuve que poner a los niños a hacer sus tareas, lo cual pensé que sería un consuelo porque así estarían ocupados y me dejarían acomodar las cosas que empacaron y poner algo en orden. Pronto descubrí que estaba muy equivocada, de nuevo. Los niños necesitaban ayuda en sus tareas, sobre todo Charlotte que aún no coordinaba bien su escritura y necesitaba apoyo.
Mason llegó a los veinte minutos y jamás me alegré tanto de verlo, pero también noté su reserva al ver a mis sobrinos en la casa.
—Hola, tío Mason —dijo Charlotte al verlo.
Ella sólo lo hizo por educación y porque sabía que Mason era mi novio, no podía distinguir entre etiquetas, pero a él no pareció hacerle mucha gracia, de hecho, creo que se asustó; sonrió incómodo, arqueó ambas cejas y evitó mirarme.
—Hola, niños —saludó. Luego me hizo señas para ir a la cocina y lo seguí—. Traje las cosas que pediste, también el helado de fresa. Pero… ¿No eras alérgica? No estoy seguro de si lo soñé.
—Los niños lo pidieron —me encogí de hombros. Me acerqué a él y lo abracé por la cintura, también él me abrazó y sonrió. Mason era sin duda alguna muy guapo, nadie podría decir lo contrario, no tenía rasgos muy característicos, pero había algo en toda su estructura y su rostro que lo hacía muy atractivo—. Gracias por ayudarme —le di un beso lento y sabía que le gustaba—. De hecho, podrías quedarte hoy y ayudarme a cuidar a los niños.
No terminé de decir la frase entera y Mason ya se estaba alejando de mí.
—Tengo asuntos que atender, Livvy.
—Mason…
—Ya vine con las cosas que pediste, no puedo hacer nada más —me dio un beso en la frente y puso distancia entre nosotros—. Pero el sábado te llevaré a cenar a un buen restaurante y luego tendremos toda la noche para nosotros. Será un buen cumpleaños para ti. Ahora me tengo que ir —caminó hacia la salida—. Nos vemos, niños.
Me volví a quedar sola con mis sobrinos y decidí no darle demasiada importancia a la actitud de Mason, más que nada porque tenía que preparar la comida (o cena) y no quería ponerme triste al ser consciente de que Mason tenía muy alejada la idea de tener una familia conmigo.
Al menos los niños pudieron cenar tranquilos y lo devoraron todo muy rápido, sobre todo el helado que tanto habían estado esperando. Tomaron una ducha por turnos y creo que arruiné mis zapatos de trescientos dólares cuando los bañé. Los juguetes parecían salir por arte de magia de todos los lugares posibles de la casa, el sonido de la televisión estaba demasiado alto y Leo no dejaba de molestar a Charlotte por más que yo se lo pedía.
Eran las once de la noche y ninguno de los dos quería irse a la cama, hasta que los obligué a ponerse los pijamas y dormirse.
—Yo no quiero dormir con Charlotte —se quejó Leo; porque yo sólo tenía una cama extra en la otra habitación—. Ella duerme con su muñeca.
— ¡Y tú te echas gases! —le gritó su hermana, pero los ojos los tenía llenos de lágrimas.
—Charlotte, cariño, tú y yo dormiremos juntas. Será como una pijamada de chicas —le guiñé el ojo y le di un beso en la mejilla—. Ve a mi habitación, en un minuto te alcanzo —ella asintió y se fue con la Princesa Sofía entre sus brazos. Leo se metió a la cama y fingió cerrar los ojos y dormir al instante—. Leo… Leo… —insistí. Él abrió los ojos—. No está bien que le hables así a tu hermana, ella es más pequeña que tú y le gustan otras cosas.
—Son cosas tontas.
—No, son cosas nada más. ¿A ti te gustaría que los niños más grandes se burlaran de ti porque eres fanático de las tortugas ninja? —él no dijo nada. Lo cubrí bien con las mantas y dejé un beso en su frente—. Duérmete ya, mañana hay que levantarse temprano para ir a la escuela.
Salí de la habitación de huéspedes y fui a la mía; Charlotte ya estaba acostada en la cama y abrazaba su muñeca. Me acosté a su lado y ella se acurrucó en mi costado.
— ¿Tía Livvy, me cuentas un cuento?
—Claro… sólo tengo que pensar en uno muy bueno… —yo no recordaba nada, mi mente estaba en blanco—. Veamos… había una vez… una princesa muy, muy hermosa… —y le conté la versión de la cenicienta mezclada con la bella durmiente, pero no creo que ella lo haya notado porque le gustó bastante—. ¿Aún no tienes sueño? —ella negó.
—Me gusta estar contigo, tía Livvy —se acurrucó y dejó de abrazar a su muñeca por abrazarme a mí. Mi corazón empezó a latir muy rápido porque se sentía como si Charlotte fuera mi propia hija, juré que nunca le pasaría nada y siempre la cuidaría—. Te quiero mucho, tía Livvy.
—Y yo te quiero de aquí a la Luna, Charlotte.
La abracé contra mí y no quería soltarla jamás. Se fue durmiendo poco a poco entre mis brazos hasta que cayó rendida justo antes de que su hermano entrara de puntitas por la puerta.
—Tía Livvy… —tenía los ojos más hermosos de todos apuntado hacia mí directamente— ¿Puedo dormir con ustedes? Me da miedo dormir solo —admitió— y mamá me deja dormir con ella y papá, pero Charlotte… ella no lo sabe.
—Ven —susurré para no despertar a Charlotte. Leo se subió a la cama con nosotras y yo quedé a la orilla—. No tienes que avergonzarte, Leo. Y siempre puedes contar con tu hermana, y conmigo, claro.
— ¿Tía Livvy? —susurró antes de cerrar los ojos—. Me gusta estar contigo y me gusta cuando vas a nuestra casa.
—Y a mí me gusta estar con ustedes, mi amor. Dulces sueños.
Leo poco a poco fue quedándose dormido hasta que terminó junto a su hermana y se durmieron con las cabezas al lado del otro. Eran la imagen más bella que yo jamás había visto. Me levanté de la cama porque tenía que recoger la casa y todas sus cosas que habían llevado, estaba agotada, no creí que cuidar de dos niños fuera tan difícil y cansado, pero al verlos dormir y recordar lo último que me habían dicho me di cuenta de que no me importaba trabajar todo el día por ellos, porque eran el amor más sincero que había en la tierra y yo quería eso para mí.
Me dormí hasta muy tarde y luego, por la mañana, no escuché la alarma a tiempo y los niños y yo tuvimos que correr para que llegaran a tiempo a la escuela; les di de desayunar sobras y no pude prepararles el almuerzo, pero creo que se fueron contentos con lo que compré en la tienda para ellos. Cuando los dejé en la escuela y me quedé sola en el auto, pude respirar al fin.
---------------
—Me preguntaba a qué hora vendrías —dijo Elena cuando llegué a su consultorio y me acosté sobre la camilla de exploración.
Quería dormirme allí mismo y no despertar hasta que mis problemas se solucionaran. Además, más tarde tenía que ir a la florería de Mont-Tremblant para firma el contrato de alquiler y era conducir durante horas.
— ¿Cómo es que no me llamaste en ningún momento? ¿No querías saber cómo estaban tus hijos o no estabas preocupada?
Se acercó a mí y le quité su estetoscopio para oír mi propio corazón.
—Era tu prueba, Livvy —me acomodó el estetoscopio en el punto correcto de mi tórax—. Además, confío en ti, Livvy. Sabía que los cuidarías bien —resoplé y me reí porque recordé el golpe que tenía Leo en la cabeza—. Ahora sí, cuéntame ¿Cómo sobreviviste a dos niños?
Me senté en la orilla de la camilla y Elena permaneció en la silla de los pacientes. Yo amaba a mi hermana, era mi guía en todo momento y siempre me aclaraba la mente; también me dejaba hacer lo que yo quería, como tomar sus instrumentos.
— ¿Me preguntas como la mamá de esos dos niños o como mi hermana? Porque si me preguntas como su mamá puede que omita algunas cosas, en cambio, si me preguntas como mi hermana puedo contarte todo y así tú me das una retroalimentación sin enojarte —sonreí.
Elena llevó los ojos al techo.
—Como tu hermana.
—En ese caso… —le conté todo lo que había sucedido desde que llegué por los niños a la escuela. Cuando le conté la parte en la que Leo se había golpeado la cabeza no se molestó, sólo preguntó si estaba bien. Le conté sobre la comida, los juguetes, la ducha, y sobre el retardo que les pusieron en la escuela y aun así Elena no se molestó—. Y eso es todo. Dime ¿Crees que sería una buena madre?
—Me sigues preguntando eso y yo no lo sé, Livvy —se sentó junto a mí en la camilla—. Nadie nace sabiendo las cosas, todos cometemos errores y vamos aprendido de ellos. Mira… no debiste darles helado tan tarde y tampoco llevarlos al trabajo, ya sé que no había otra solución, pero entonces hubieras pedido ayuda. Y Leo te manejó desde el inicio, hermanita. Lo siento por eso. A los niños no debes darles todo lo que quieren, sino lo que necesitan.
—Entonces… no seré una buena madre. Es pregunta —insistí.
Ella puso cara de exasperación.
—Si tanto quieres una respuesta… creo que serías una buena madre. Te dejé a mis hijos sin pensarlo, Livvy, porque sé que los amas y no dejarías que les pasara nada… a propósito. Aquí la verdadera pregunta es… ¿Aún después de ayer quieres ser mamá? Porque yo te di a mis hijos para que vieras que no es nada sencillo cuidarlos.
No pensé mucho mi respuesta.
—Sé que no es sencillo, me siento cansada aún y los pies me matan, tampoco dormí demasiado, pero… sí —aún podía sentir los brazos de Charlotte sobre mí mientras se dormía, y el beso de Leo al despedirse esta mañana—. Esos niños… me hacen feliz, creo que vale la pena todo el esfuerzo si por las noches me dicen que me acueste con ellos.
Elena sonrió y me abrazó por los hombros, se venía un sermón.
—Me alegra que quieras ser mamá, Livvy, pero… no sólo basta el deseo —se bajó de la camilla y se fue a sentar en su silla detrás del escritorio—. Tienes una pareja estable y esta no es una decisión que puedas tomar sola de la noche a la mañana. Necesitas hablarlo con Mason.
—Ya te conté cómo actuó ayer ¡Imagínate lo que me va a decir si le digo que quiero un bebé!
—Por eso mismo debes hablar con él —me señaló con su pluma; no era precisamente una orden, pero sí era su última palabra—. Y no deberías dejar pasar mucho tiempo si sabes lo que quieres. Ahora… no es que te corra, pero tengo una consulta en cinco minutos y necesito mi estetoscopio de vuelta.
Me bajé y colgué el estetoscopio en el cuello de Elena, luego tomé su pluma y dibujé una rápida rosa en su recetario.
—Recuerda que el domingo vamos a ir a comer a la casa de los abuelos, no llegues tarde.
Asentí y seguí caminando a la puerta, me detuve justo antes de salir por completo y miré a mi hermana, la que prácticamente me había enseñado todo.
—Lena… gracias. Te amo.