Halloween improvisado.

2931 Words
Evité a mi hermana durante dos días, un nuevo récord. Después de no contestar sus llamadas ni las de mis abuelos, se presentó en la florería a la hora de la comida y me miró como la vez que perdí su tortuga por soltarla en el vecindario. — ¿Ya me dirás qué pasó en verdad el domingo? —preguntó. —Me caí de las escaleras. Ella subió una ceja y no dejó de mirarme mientras yo ponía toda mi atención en el arreglo floral que estaba haciendo. — ¿Por qué usas lentes oscuros? —preguntó también. La respuesta sincera era porque tenía los ojos demasiado hinchados por llorar toda la noche. —Porque hay mucho sol. — ¿En Octubre? —Con el calentamiento global ya no se puede confiar en el clima natural de las estaciones del año. Mi hermana fue tan rápida que no lo vi venir. Su mano se fue contra mis lentes e intentó quitármelos a la primera oportunidad, pero los agarré justo antes de que los quitara por completo y volví a intentar ponérmelos correctamente, sólo que en el intento me piqué un ojo. — ¿Por qué has estado llorando? Y ya dime la verdad. Suspiré. Le hice señas para que me acompañara a sentarme en la pequeña mesa blanca que daba hacia la calle principal, en todo el local ese era mi lugar favorito. Claro, si dejamos fuera los invernaderos. Emma se ofreció para prepararnos café y nos dejó solas. —Terminé con Mason —algo que dijo que Elena sólo fingió la sorpresa en su rostro—. El día de mi cumpleaños tuvimos una pequeña discusión que terminó en una gran humillación frente a varios de mis amigos y algunos de mis empleados. Le conté desde el inicio de la historia, lo que le dije y lo que él respondió, el modo tan horrible en el que acabaron las cosas y cómo había pasado tres días seguidos comiendo en exceso y llorando por las noches. Incluso en ese momento fue inevitable soltar unas lágrimas. —Le estás llorando un completo imbécil, Livvy —me regañó—. Te enseñé mejor que eso. — ¡Ya lo sé! —me quejé, y me limpié mis lágrimas con furia—. Pero no es sencillo reconocer que tu relación más larga y la que creías que sería la última se ha acabado. —Te digo algo… creo que tú sola te convenciste de eso, Livvy, pero no significa que estuvieras en lo correcto —Emma nos llevó el café, y Elena no apartó la mirada de mí; sentí que debía ser más fuerte porque mi hermana me había dado el mejor ejemplo siempre—. Livvy, tu vida no se acaba aquí. Tienes treinta años, toda la vida entera por delante. —Lo sé. —Ay, Livvy… te prometo que todo estará bien, pero te enseñé a siempre ser fuerte e independiente. —Lo soy, Lena. Lo soy —miré la taza frente a mí, con coraje hacia mí misma por no estar siendo mi mejor versión—. Es que… duele. —También lo sé, pero tienes que ser capaz de sobreponerte al dolor y no dejar que éste interfiera. Quiero que seas fuerte e independiente, que no llores por nadie que no valga la pena. —Lo soy, Lena. Lo juro, pero… no sé si puedes entenderme en este momento. Elena buscó algo en su bolsa y luego sacó una pequeña cajita de cartón. —Sé que toda tu vida son flores y que esto no es innovador, pero lo vi en una tienda y creí que sería un buen regalo para tu colección —tomó mi muñeca, la que tenía mi brazalete con diferentes dijes agregados a lo largo del tiempo, cosas que me representaban o lugares que había visitado. Elena colgó un dije muy hermoso en forma de girasol—. No sé nada de flores más que lo que me has contado y recuerdo que una vez me dijiste que los girasoles giran en busca del Sol porque saben que lo necesitan. Tú eres así. Te mueves y buscas lo que necesitas para salir adelante. Pusiste tu propia tienda sola, aun cuando varios nos opusimos, y creciste tanto hasta convertirte en una de las empresas florales más grandes de Quebec, porque tú buscas el Sol para poder crecer y brillar, y lo encuentras sea donde sea. Observé mi brazalete y sonreí verdaderamente por primera vez en lo que se sentía una eternidad. —Gracias. Me encanta. La puerta de la tienda se abrió y Aria entró con una caja de zapatos forrada de color rosa. —Muy bien, traje un kit contra la depresión, es mi regalo para ti —dijo, pero enseguida vio a mi hermana y cambió sus palabras—. Hola, Elena. ¿No te contó Livvy que estoy deprimida? Esto del embarazo se vuelve más difícil cada día. Me reí. —Ya sabe todo —aclaré y mi hermana asintió. —Menos mal —se alegró Aria—, porque no puedo mentir nada bien. Dejó la caja sobre la mesita y luego se sentó, también le dio un sorbo a mi café y casi lo escupió cuando recordó que yo tomaba café sin azúcar. — ¿Cómo va el bebé? —le preguntó mi hermana. —Acabo de ir a ver al obstetra y dice que aún no le gusta la posición en que viene, creo que tendré que programar una cesárea. Mi mamá dice que es lo peor que podría hacerme, pero no creo tener muchas opciones. La verdad, me aterra y por ahora sólo me enfoco en Livvy y en mi baby shower. Irás ¿cierto? Es en dos semanas. —Sí, claro. Lo siento, olvidé llamarte para confirmar. —Perfecto. No olvides que es mixto, así que lleva a Marcus. —Ahí estaremos, no te preocupes. Bueno, tengo que regresar al trabajo así que las dejo para que disfruten de su kit de depresión. Recuerda lo que hablamos —dijo, señalándome. — ¿Qué te dijo tu hermana? —preguntó Aria a penas Elena dio un paso fuera del establecimiento. —Lo mismo de siempre, no es tan importante. Mejor enséñame que traes en la caja —la abrí llena de curiosidad y empecé revisar todo que lo Aria creía que podía hacerme sentir un poco menos triste. Pañuelos de color rosado, chocolates de varios sabores, unas pequeñas muestras de licor que no pensaba probar después de la última vez que tuve una resaca, un paquete de frutas frescas, una película romántica muy vieja y otras cosas por el estilo, pero había algo que llamaba mucho la atención—. ¿Para qué es esto? —Es para la mascarada de la oficina de Jace. ¿No es divina?  —era una máscara veneciana color negra que cubría la mitad superior de mi rostro, tenía un patrón de lentejuelas plateadas que la hacía muy hermosa y un poco de brillo en el contorno—. Irás a la fiesta del sábado con nosotros. —No estoy de humor para fiestas, Aria. —Por eso es que debes ir. Es una fiesta de recaudación para una casa hogar, pero como es Halloween se eligió la temática de mascarada. Habrá muchas ricas y elegantes personas, tú te pondrás ese vestido n***o tan sexy que tienes y que siempre he querido pedirte hasta que obtuve este cuerpo de barril, y te la pasarás muy bien. Déjamelo a mí.          --------------- Era viernes por la noche, había comprado un montón de comida chatarra para distraerme del hecho de que no tenía planes ni nadie con quien salir porque todas mis amigas estaban ocupadas con sus familias; el único soltero que me quedaba era Mika, pero cuando le llamé dijo que tenía una cita, así que verlo ya no era opción. Así que decidí (o me vi obligada) a quedarme en casa, lavar ropa y después comer mucho. Hasta que… tocaron mi puerta. Me levanté del sillón arrastrando los pies y fui a abrir. — ¿Qué haces aquí? —le pregunté a Elena. — ¿Qué haces vestida así? —preguntó ella; entró a mi departamento con ropa doblada en su brazo e inspeccionó mi patético estado—. ¿No dijimos que basta de sentirse miserable? —No lo recuerdo con esas palabras. —Basta, Livvy. Saldrás de este departamento e irás conmigo a la fiesta de Halloween del hospital —ordenó; luego me pasó la ropa que traía consigo. Era un uniforme del departamento de enfermería del hospital donde trabajaba, era verde, común y corriente y nada lindo. —Es horrible. Y hoy ni siquiera es Halloween, es mañana. —No encontré nada más, todas las tiendas ya están cerradas y esto es lo mejor que te conseguí. El hospital hace la fiesta hoy porque mañana muchos llevamos a nuestros hijos a pedir dulces. —No quiero ir. ¡Tú ni siquiera estás disfrazada! —me quejé. Elena abrió su abrigo y me mostró su atuendo de pirata—. ¿Dónde está tu parche? Las piratas necesitan un parche. —No pienso usarlo, es ridículo. Sólo me pondré el sombrero, lo tengo en el auto. —Este uniforme también es ridículo. No voy a ir contigo. —Irás —afirmó ella. —Nop —sonreí.        --------------- Tener una hermana mayor que te crio como una madre no dejaba mucho espacio para poder negarse cuando pedía algo, era como si ella hubiera aprendido a desarrollar un talento oculto para convencerme de hacer las cosas. La fiesta fue en el edificio cercano a su hospital, era como un restaurante que habían rentado, todo estaba oscuro y había calderas donde podías obtener un poco de agua de frutas. Helena estuvo conmigo a nuestra llegada, me presentó a algunos de sus colegas (que habían tenido casi tan poca imaginación con sus disfraces como mi hermana) y me contó un poco de las vidas de varios de ellos. No sé a qué clase de fiestas asistía mi hermana comúnmente, pero esa no era la más animada que yo recordara, aunque a Elena parecía venirle muy bien. —Marcus perdió el volado para ver quién cuidaba a los niños esta noche —me explicó cuando pregunté por su esposo—. No conseguimos una niñera, así que alguien tenía que cuidarlos. Elena me ofreció agua de frutas para beber, pero no acepté. Ella no sabía que había llevado una de las pequeñas botellas de alcohol que Aria me había dado en el kit de depresión y que no había usado hasta ese momento, pero es que de verdad no tenía ánimos para una fiesta. La única opción fue beber a escondidas y esperar que la noche fuera más llevadera. Ya empezaba a sentirme mareada con sólo dos tragos, pero al menos era soportable. Elena aún no lo notaba y se veía muy feliz bailando y riendo en la pista, incluso parecía más joven; lamenté un poco que la diferencia de edad entre nosotras fuera de siete años porque no pudimos salir mucho de fiesta juntas. —Tengo que ir al baño —dijo Elena. Le di luz verde para que fuera tranquila y yo fui a comer uno de esos cupcakes de fantasma que tenía en la mesa principal. Estaba muy tranquila comiendo y saboreando la crema batida cuando un hombre se me acercó con una tímida sonrisa. Pero no era un desconocido, era Hunter, el guapo anestesiólogo que había visto una vez en el consultorio de mi hermana. —Hola, Livvy. Qué gusto volver a verte ¿Me recuerdas? Tragué el bocado que tenía lo más rápido posible, porque no iba a humillarme de nuevo, era demasiado temprano para hacerlo y estaba sobria todavía. —Claro, eres el doctor Hunter. —Sólo Hunter, por favor —pidió con esa linda sonrisa y esos bellos ojos azules apuntando hacia mí—. No esperaba verte por aquí. —Elena insistió, fue algo de último momento como puedes ver —me señalé a mí misma y mi horrible disfraz. Más que nunca quería lucir algo lindo y sexy, quizá algo un poco aterrador también, porque era una mujer soltera a la que un guapo hombre le estaba coqueteando con la mirada, nada me detenía para hacer lo mismo—. Soy una enfermera falsa en medio de muchas enfermeras y doctores reales. —A mí me gusta, creo que te queda bien —puso su mano en el pliegue del cuello del uniforme y lo acomodó, pero no creo que estuviera desarreglado. — ¿Y tú por qué no vienes con disfraz? Vestía ropa de civil, le quedaba excelente, claro, pero ese no era el punto de la fiesta. —Vengo de una cirugía —me explicó; y diablos, eso sonaba interesante y sexy—. No tuve tiempo de buscar un disfraz y —se miró a sí mismo— supongo que vengo de paciente esta vez. —Eso suena lógico. Estamos intercambiando papeles —sonreí abiertamente. —Podrías ser mi enfermera personal. Nunca me había metido con nadie que no fuera mi novio en ese momento, o al menos que estuviera en camino de serlo, y tampoco había estado con nadie a parte de Mason en más de tres años, se sentía muy raro coquetear con alguien que apenas conocía y a sólo una semana de terminar con Mason. Pero… Hunter me miraba como si ya estuviera desnuda frente a él y eso me hacía sentir deseada, más sexy que nadie y ansiosa por saber si de verdad lo era. — ¿Y eres de los pacientes tranquilos o de los que nadie quiere? —pregunté sólo para ganar tiempo y jugar un poco más con él. —Eso depende de quién sea mi enfermera. Se acercó más a mí y pensé: al diablo. No sé qué me pasó o qué pasaría después de ese juego con el colega de mi hermana, pero decidí que lo necesitaba. —Quizá podríamos averiguarlo. Hunter sonrió. Recordé que la primera vez que lo vi pensé que era amable simplemente, pero en ese momento me di cuenta de que era una simple fachada para ser atractivo, él era un “cazador” y le sentaba bien serlo. Me dijo que si quería ir a platicar a un lugar con menos ruido y acepté. Fuimos hacia la escalera que llevaba al estacionamiento subterráneo y entramos. Sabía perfectamente lo que quería Hunter y yo también lo quería, y pensé que Elena tenía razón: yo era mucho mejor que estar llorando por un idiota; y también sería mucho mejor que dejar que Hunter creyera que él me estaba llevando a mí. Si íbamos a tener una sola noche, yo sería quien pusiera las reglas. Lo besé en medio de las escaleras y lo hice como si nos conociéramos de toda la vida y hubiera una familiaridad impresionante. Hunter me devolvió el beso con la misma intensidad, comenzó a tocarme las caderas y me puso contra la fría pared. — ¿Tu auto está aquí? —pregunté, agitada. — ¿Mi auto? —asentí, claro que no lo iba a llevar a mi departamento y no quería ir al suyo tampoco—. Sí ¿Quieres...? —Vamos. Tomé su mano y lo guie escaleras abajo en dirección al sótano, lo cual era tonto porque yo no sabía dónde estaba su auto, pero Hunter me fue guiando después. Fue una suerte que el estacionamiento estuviera vacío y oscuro, y más suerte aún que el auto de Hunter estuviera en la esquina más lejana del resto. Cuando llegamos a su auto lo volví a besar con la misma fuerza y busqué la manija trasera para que él entrara primero a la parte de atrás. Al entrar, cerró la puerta y puso la alarma con la llave, se sentó y yo lo hice encima de él, viéndonos directamente a la cara. Hunter sabía lo que quería y lo que yo estaba dispuesta a hacer, así que no perdió el tiempo con preguntas ni pausas; no nos conocíamos, no éramos amigos, no habría que preocuparnos por lo que pasaría después. Me quitó la filipina de enfermera y besó mi cuello y mis clavículas, sus manos ya estaban buscando el resorte de los pantalones y acariciando otras partes. —Déjalo puesto —dije cuando noté que quería desabrochar mi brasier. Se me hizo más fácil dejarlo por si había que vestirse muy rápido. Desabroché sus pantalones y sentí su erección creciente. — ¿Tienes protección? —En la guantera del frente —respondió. Claro que una persona como Hunter estaría preparada para cualquier momento. Me incliné a la parte delantera y busqué el condón, mientras Hunter besaba todo el largo de mi espalda. —No hay nada —me quejé después de buscar en la guantera. Hunter hizo una mueca, como si estuviera tratando de recordar, y luego cerró los ojos con frustración. —Se me acabaron. Maldita sea. Yo ya estaba lista y, por supuesto, no quería quedarme con las ganas. — ¿Tienes enfermedades de trasmisión s****l? —pregunté. —No. Me hago un examen cada año, te lo puedo enseñar si quieres. —Tampoco yo —confirmé—. Te tengo puesto un DIU. No formulé la pregunta, pero no hizo falta. Al diablo Mason, al diablo sentirse devastada. No esperaría por nadie y decidí tomar lo que me hacía feliz, o lo que me servía en ese momento.
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