La tía se pone a prueba.

3561 Words
El miércoles por la tarde, después de dejar todo en orden en la florería fui al hospital con la cabeza más fría a pedirle consejo a alguien que pensaría en cada posibilidad, buena y mala, y no me dejaría morir sola: mi hermana mayor. Yo aún quería un bebé, una boda y todo lo que implicaba, pero… no estaba segura de qué debía o no hacer. Los consejos de Aria me parecían poco funcionales, me decía lo que me gustaba y me apoyaba con los ojos cerrados, pero eran poco reales y Mason no iba a caer; de hecho, el domingo de lo único que hablé fue del baby shower de Brianna y todos los hijos de mis amigas y Mason… no creo que me haya escuchado ni la mitad. En la recepción del hospital me dejaron pasar sin problemas, así que subí hasta el séptimo piso y entré al consultorio dos tocando una sola vez, ya que Elena me había dicho que tenía toda la tarde libre. Ella estaba sentada tecleando algo en su computadora, pero en cuanto me vio se puso de pie y fue a saludarme; me abracé a ella, sin importar lo patética o desesperada que podría verme. —Me encanta tu amor hacía mí, pero eso significa una cosa ¿Qué quieres? —En este momento lo que quiero es sentarme en tu silla —respondí con una sonrisa y fui del otro lado del escritorio. —Quítate de ahí, ése es mi lugar —intentó levantarme por el brazo, pero me resistí. Suspiró y se sentó del otro lado, como si fuera una paciente más—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? Di un giro en su silla y luego me incliné al frente para verla mejor ¿Cuál era la mejor manera de hablar con mi hermana sin que sonara una locura? No, no había ninguna. —Quiero un bebé —solté. —Compra una muñeca. —No, en serio. Quiero un bebé, mío y… de Mason —insistí. No sé cuál era mi expresión, pero la de mi hermana era de total confusión ¿Por qué era tan difícil de comprender? Seguro ella sabía todas las respuestas. —Muy bien, primero: abre el último cajón del lado derecho y saca los vasos —hice lo que me pidió y luego encontré unos vasos tequileros que hicieron que abriera mi boca con completa sorpresa. — ¿Vamos a beber? —pregunté, con mucho más respeto por mi hermana que dos minutos atrás. —Ahora abre el último cajón del lado izquierdo —lo abrí con emoción y luego… encontré una botella de agua común y corriente. Elena se rió muy fuerte—. ¿Creíste que iba a emborracharme en mi trabajo? ¿Un hospital? —se rió más y yo olí el agua con esperanza de que fuera un poco de licor disfrazado. No, nada—. Los vasos fueron un regalo de un paciente hace unas semanas. Anda, sírveme un poco de agua y cuéntame desde el inicio. Serví el agua, imaginando que era tequila. —Es simple… quiero un bebé —pero no era simple—. Es que… todas mis amigas están casadas y ya tienen hijos o van a tenerlos, y yo… sigo igual que siempre. Las salidas con ellas no son como antes y siento que ya no pertenezco a ese mundo, que me estoy quedando sola. Y no me veas así, también quiero eso, no sólo es un capricho. Yo… quiero una familia, un esposo, un hijo y una casa donde todos seamos felices. Como nosotras con papá y mamá antes de ese accidente. Quiero un felices por siempre. — ¿Y qué dice Mason? —preguntó. —Él… no dice nada —me bebí el trago de agua de un sorbo y mi hermana me sirvió más como una broma—. Nada, absolutamente nada. Nunca lo hemos hablando en realidad. Aria me dijo que empezara a meter la idea en su mente y que así cedería eventualmente, pero el domingo que estuvimos juntos creo que mencioné la palabra bebé unas cien veces y él jamás dijo nada. ¿Qué debo hacer? —Basta, Livvy —dijo muy seria, aunque no me regañó—. Lo que no tienes que hacer es jugar con su mente como dijo Aria. Sólo tienes que hablar claramente y decirle lo que quieres para el futuro y, sobre todo, preguntar qué es lo que quiere él. ¿Te has puesto a pensar que quizá él no…? — ¿…quiere un hijo? —terminé por ella—. Sí, lo he hecho. Y me da miedo preguntarle por esa razón. ¿Qué voy a hacer si me dice que no quiere tener hijos ni ahora ni nunca? —No sé qué es lo que vayas a hacer, pero sí sé que es mejor saberlo ahora y no en cinco años cuando tengas un hijo que él no deseaba —respondió. Recargué mi barbilla en mi mano y nos quedamos en silencio, aunque Elena no me quitó la vista de encima—. ¿Estás segura de que eso es lo que quieres, Livvy? Tener un hijo es… una gran decisión. —Lo quiero. Y no sólo ahora, siempre lo he querido —confesé. Elena lo sabía; desde que perdimos a nuestros padres lo único que había querido más que nada era formar una familia para ser aburridos y normales. Mi hermana ya tenía eso y me alegraba por ella, pero yo también lo deseaba—. ¿Tú crees que pueda ser una buena madre? — ¿Cómo podría saber eso? —Tú lo sabes todo, Lena. Tú… —suspiré— tú fuiste mi madre desde los catorce años. Yo sólo tenía siete y tú… me llevaste sobre tus hombros y me enseñaste todo lo que sabías, y lo que no sabías lo investigabas para enseñármelo después. Extendió su mano hacia mí y tomó la mía para darle un apretón cariñoso. Éramos dos polos apuestos, yo nunca podría tener su compostura y Elena era mucho mejor que yo; ella era castaña, aunque con tonos color miel a la luz del Sol y mi cabello cien por ciento castaño oscuro, Lena era mucho más alta, aunque nuestros ojos eran idénticas motas de café con un toque de verde. —Que la abuela no te oiga decir eso porque para ella… nosotras somos creación suya —bromeó—. Dame un minuto, haré una llamada. — ¡Dijiste que tenías la tarde libre! —de nada sirvió mi queja porque ella ya se había puesto de pie y caminaba hacia la puerta—. ¡Estoy en crisis, no me abandones! La puerta se cerró tras ella. Giré de nuevo en mi silla y me quedé viendo por la ventana la vista de Montreal, pensando en la conversación que tendría con Mason. Sin duda, Elena tenía razón, era mejor saber lo que él quería antes de hacer o desear más cosas enormes como un bebé. Tocaron la puerta y yo, distraídamente, dejé que entraran. Mi silla giró una vez más. —Doctora White, necesito… ah… perdón, no… creo que me equivoqué de consultorio. —No, no —negué al apuesto doctor que había entrado. Tenía el cabello de un rubio muy oscuro al igual que su barba, vestía un pijama quirúrgico perfecto para él, pero sus ojos… vaya que eran atrayentes. No eran azules simplemente, parecía el reflejo del agua del río más limpio de Canadá—. No te equivocaste, este es el consultorio de la doctora White… yo no soy ella, pero soy su hermana. Ella salió, pero no tarda. ¿Quieres… esperarla o que le dé un mensaje? —Ah… Él me miraba, con esos hermosos ojos miraba mi rostro con mucha determinación. —Quédate… si quieres —agregué para no parecer tan desesperada—. Quiero decir que no va a tardar y yo no tengo problema… o si quieres le doy el mensaje. —Puedo esperar —respondió y se sentó en donde antes estaba mi hermana. También miró los vasos tequileros llenos de agua y alzó las cejas discretamente. —Es agua —me apresuré a decir—. En serio —le mostré la botella—. Hasta podrías tomar para comprobarlo tú mismo, no creas que mi hermana es una borracha. Ya estaba lamentando invitarlo a quedarse, pero él sólo sonrió con diversión contenida. —Te creo —dijo. Estiró su mano hacia mí—. Soy Hunter. Trabajo aquí recientemente, soy anestesiólogo. —Soy Olivia, pero todo mundo me dice Livvy, así que puedes llamarme así. Y no trabajo aquí. — ¿Y vienes a consulta con tu hermana? —preguntó curioso. —Algo así. Más como una consulta a una hermana mayor —confesé. —En ese caso, ojalá esa botella no fuera de agua —me reí y él también—. No quiero incomodarte, pero siento que tengo que decirte algo… Comencé a tocarme toda la cara. — ¿Tengo algo raro en mí? —No, nada de eso. Pero tú risa es… — ¿Muy extraña? Lo sé, ya me han dicho que… —Muy linda —me interrumpió—. Tu risa es muy linda —abrí la boca para decir algo, pero las palabras no salieron y sólo sentí el rubor subir hasta mi frente—. Lo siento si es demasiado… —No, no, no —el balbuceo en mí cuando me ponía nerviosa era muy característico—. Eh… gracias… —Listo, tengo todo resuelto —dijo Elena, entrando de nuevo a la habitación. Se detuvo al ver a Hunter—. Doctor Lavoie… ¿Puedo ayudarle en algo? —Es Hunter —dije, sin entender aún. —Es el doctor Lavoie —corrigió Elena. Hunter se puso de pie y sonrió con cortesía, todo en él era cortesía—. ¿Está todo bien? —Sí, todo bien. Sólo venía a pedirle el expediente del señor Hollan, su colecistectomía es mañana y el expediente no estaba completo. —Una disculpa, te lo mando enseguida. Livvy... —asentí y me levanté de su silla. —Siento interrumpir la charla con tu hermana —me dijo Hunter. —No te preocupes, tu asunto suena más serio que el mío. —Yo no menospreciaría el tuyo. Hunter tenía una linda sonrisa. —Está hecho, doctor Lavoie. El expediente está en su computadora. —Gracias, doctora White. Las dejo para que terminen su plática de hermanas. Fue un placer conocerte, Livvy. Espero verte por aquí —Hunter se despidió con la mano y salió de la habitación. — ¿Todos los doctores aquí son así de guapos? —le pregunté a mi hermana. —Desafortunadamente, no. Pero oye, concéntrate en tu problema porque tengo una idea. — ¿Amenazarás a Mason para que tenga un hijo conmigo? Porque creo que podrías hacerlo. —Cuidarás a mis hijos —dijo en cambio. — ¿Qué hay con eso? Ya los he cuidado otras veces. —Sí, en vacaciones o fines de semana en mi casa, con mis cosas y mis reglas. Hoy es día de escuela así que los recogerás, irás a mi casa por un cambio de ropa para ellos y luego los llevarás a tu casa y tú te harás cargo de ellos. Ah, mañana en la mañana tienes que llevarlos a la escuela, la entrada es a las nueve. — ¿Y esa es mi prueba? —pregunté sin creerlo, porque no sonaba nada difícil—. Marcus está de acuerdo ¿Cierto? —Salí al pasillo a hablar con él —sonreí y me senté—. Hey, date prisa, mis hijos salen de la escuela en media hora. —Oh, sí, sí —me levanté de nuevo y le sonreí más porque ella definitivamente confiaba en mí para cuidar de sus hijos.            --------------- — ¿Qué haces aquí, tía Livvy? —preguntó Leo. —Hoy dormirán en mi casa y mañana los traeré a la escuela. ¿Dónde está tu hermana? No debes despegarte de Charlotte, Leo, ella es más pequeña que tú. —Ella va en preescolar —respondió él—. Y yo estoy en el primer grado. Pero siempre espera en una banca fuera del salón. Tomó mi mano y yo ya sentía que un niño de ocho años sabía más que yo, como que me estaba poniendo nerviosa ante ser su madre por un día. Resultó que Charlotte estaba sentada esperando por Elena, pero cuando me vio me abrazó de la cintura y dijo que estaba feliz de verme y esa… era la razón por la que quería mis hijos, un amor sincero sin condiciones y complicaciones. —Yo también me alegro de verte, Charlotte. Vamos, ambos suban al auto porque tenemos que ir por su ropa limpia para mañana. — ¿Podemos comer helado, tía Livvy? —preguntó Charlotte. —Eh… sí, pero después de ir por su ropa… ¡y después de comer! —agregué, orgullosa de recordar una regla esencial. Me aseguré de que mis dos sobrinos subieran a la parte trasera del auto y se pusieran los cinturones de seguridad, manejé con calma respetando los señalamientos y con una estación de radio con música infantil. Todo iba muy bien hasta que Charlotte dijo que quería recoger todas sus muñecas y Leo se burló de ella diciendo que no eran necesarias porque sólo se quedarían una noche conmigo, y ellos… empezaron a pelear. ¿Cómo se inicia una pelea por muñecas? —Niños, no pasa nada —dije, con la mirada entre el camino y el retrovisor—. Charlotte puede tomar los juguetes que quiera. Tú también Leo. El maletero puede ir lleno si eso es lo que quieren. Charlotte le sacó la lengua a Leo y él la acusó conmigo, pero lo único que pude decir ante eso fue: — ¡Llegamos! Bajen con cuidado y tomen lo que quieran, yo buscaré algo de ropa para ustedes. Tenía llave de la casa de Elena así que eso no me preocupó, cuando entré… todo lucía como una familia normal y común. Había fotografías de los niños colgadas en las paredes, Marcus y Elena el día de su boda, mi hermana y yo juntas y luego con los abuelos, todo era… familiar. Alejé mis pensamientos cuando ruidos en la parte de arriba me obligaron a concentrarme en los niños que estaban a mi cuidado porque ellos dos, de nuevo, estaban peleando. — ¿Qué pasa ahora? —Leo se burló de mí porque no puedo dormir sin la Princesa Sofía —dijo Charlotte con lágrimas en los ojos. Leo miraba a su hermana con una defensa en la punta de la lengua, pero lo detuve. —Leo, ve a tu cuarto y toma lo que quieras llevar ¿De acuerdo? Luego iremos a comprar el helado. Abracé a Charlotte y esperé a que su hermano saliera de la recámara, mi sobrina tenía la nariz roja por contener sus lágrimas. —Puedes llevar a la princesa Sofía y toda su corte —le dije—. Además, yo dormía con una sirena de peluche hasta los nueve años. Vamos, date prisa si quieres comer helado. Buscaré tu ropa. Fui a su closet y saqué todo lo que podría necesitar o al menos lo que recordé. Luego fui al cuarto de Leo para ver sus avances, pero él sólo había empacado calcetines para toda una semana y tuve que buscar sus cosas mientras Leo remarcaba lo hambriento que estaba. Intenté darme prisa porque Charlotte también tenía hambre, pero ella había tomado literal lo que dije de la corte de princesas y di varios viajes hasta guardar todo lo que quería en la cajuela. Una parada que creí sería de veinte minutos, se convirtió en cuarenta y los niños se querían ir desde los primeros quince. Las cosas no acabaron ahí porque una llamada de Emma entró a mi celular y, aunque al inicio no quería responder, terminé contestando. De lo cual… me arrepentí. —Tienes que venir, Livvy. Uno de los proveedores nos quiere dejar cincuenta macetas con girasoles, pero ya le dije que el pedido sólo era de veinte. Además, la mitad de ellos tienen el tallo a la mitad y las hojas marchitas. Dice que no se irá hasta que le paguemos y yo le dije que no le pienso pagar por eso. ¿Qué hacemos? Tenía dos niños en la parte de atrás, dos niños hambrientos y que además no me dejaban olvidar la promesa de comer helado, pero la florería pagaba mis cuentas y pagaría el helado que yo iba a comprar. —Voy para allá, no le des dinero hasta que yo lo solucione. — ¿Ya vamos a comer, tía? —Ya casi —le respondí a Leo—. Sólo haremos una parada muy pequeñita y luego comeremos. Pero no fue una pequeña parada, porque tuve que dar un viaje de media hora hasta llegar a la florería y los niños no dejaban de hablar del helado que les había prometido. Ambos bajaron conmigo a la florería, pero los dos tenían cara de aburrimiento y no dejaban de hablar. No sabía qué tenía que hacer para mantenerlos contentos. Emma estaba en la recepción de la florería, peleando con nuestro proveedor. — ¿Cuál es el problema? —pregunté al llegar. —El problema es que no me han pagado —se adelantó a contestar el proveedor. —No, el problema es que nos están dando un pedido erróneo —lo contradijo Emma. —-Tía, tengo hambre —dijo Charlotte al mismo tiempo. — ¿Puedo ir a jugar a tus invernaderos, tía Livvy? —preguntó su hermano. —Señora, yo ya me tengo que ir —volvió a decir el proveedor. Ay, Dios. ¿Cómo le iba a hacer para complacer a esos niños y resolver el problema con el pedido de las flores? Cuando hablé, y actué al mismo tiempo, sentí que lo hice a una velocidad impresionante y que no podía concentrarme del todo. —No puedes ir a los invernaderos, Leo, porque no te puedo cuidar allá. Ya nos vamos a ir y comeremos algo muy rico. Miren, aquí hay hojas y lápices para que dibujen lo que quieran ¿Si? No me tardo. A ver… nosotras hicimos un pedido de veinte macetas, no cincuenta, y, por si fuera poco, nos las entregan en malas condiciones. Hace un mes nos querían hacer lo mismo. No pueden esperar a que les paguemos. —Ustedes pidieron cincuenta… — ¿Emma, dónde está el reporte del pedido? Todo lo que tenemos en el sistema. —Justo ya se lo enseñé —respondió ella. Me pasó el iPad de la florería y estaba revisando el pedido cuando un sonido de algo cayendo me aceleró el corazón. No, no algo, sino alguien. Leo estaba en el suelo, llorando y presionando el sitio de su frente que había impactado. Corrí a abrazarlo y ver qué le había pasado; entre sollozos, él dijo que había subido al mostrador porque no alcanzaba la pluma azul y se cayó en el intento. Su frente estaba roja y Leo no paraba de llorar, pero al menos no había sangre y eso ya era algo. Aunque la hinchazón comenzó de inmediato. —Señora, ya tengo que irme —volvió a decirme el proveedor. Obviamente, él no era mi prioridad mientras sostenía a mi sobrino de ocho años en brazos. También pensaba en lo que me diría Elena cuando viera que su hijo no pasó ni veinticuatro horas conmigo y ya tenía un gran golpe en la cabeza. —No vamos a pagarle nada —aseguré—, así que llévate todo porque desde este momento cancelo mi asociación con ustedes. —Señora, no… —No soy señora. Y no hay vuelta atrás. Charlotte, agárrate de mi blusa, nos vamos a la casa. Leo, chiquito, no te pasó nada, sólo fue un golpe, estás bien —cargué a Leo en mis brazos. —No creo que sea para tanto. Seguro podemos llegar a un acuerdo. — ¿Sabes a quién contratan los organizadores de fiestas cuando quieren flores? —pregunté sin paciencia, a punto de un colapso mental—. A mí. Todo Montreal me busca para sus grandes eventos, como yo lo veo… ustedes salen perdiendo. ¿Sabes qué? Emma, págale lo que quiera y después cancela cualquier trato que tengamos con ellos. Salí de mi negocio, preocupada porque Leo seguía llorando y Charlotte diciendo que tenía hambre. Cuando los dejé en el asiento trasero del auto… sólo quería llamar a Elena para devolverle a sus hijos y que me dijera qué tenía que hacer, porque no tenía idea de nada. Manejé sólo pensando en qué tenía que hacer con el golpe de Leo y con el hambre feroz de su hermana. ¡Ah! Y el maldito helado que les prometí, porque cuando Leo dejó de llorar no tardó en recordarme mi promesa. 
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