Finalmente, después de un trayecto interminable, que seguramente fueron menos de diez minutos, llegaron al hospital. Donato bajó corriendo; sin más, le quitó al niño de los brazos y entró como un huracán por las puertas del hospital, gritando órdenes a los empleados. Lo depositó con sumo cuidado en la camilla que desapareció por una puerta de doble hoja con el letrero de “solo personal autorizado”, más allá no pudo pasar. La espera fue un tormento, los minutos pasaban con lenta agonía. Jamás en su vida estuvo más asustada.
De pronto la puerta se abrió, el doctor se acercó a él y le dio el informe médico, ignorándola a ella por completo. Vio cuando la expresión de Donato cambiaba drásticamente, se notaba muy preocupado, pero al darse la vuelta y caminar en su dirección, la expresión había cambiado de nuevo. Se le veía enojado, tenso, incluso furioso. Avanzó lentamente hacia su presa, como un enorme depredador al acecho, un estremecimiento le recorrió la espalda y se le puso la piel chinita, sentía miedo de ese hombre, pero no iba a permitir que la intimidara, así que cuadro los hombros y lo encaró, era su hijo no el suyo.
__ ¿Cómo puedes ser tan tonta, tan negligente? —Helena lo miró atónita y abrió la boca, pero no le permitió decir nada— ¿Sabes que tiene tu hijo? ¿lo sabes? Un shock anafiláctico, es alérgico y no podía respirar bien, por eso perdió el sentido. No puedo creer que no te hubieras dado cuenta.
__ ¡Por supuesto que lo sé! Toma medicamentos muy suaves y el spray lo acababa de usar, debe haberse expuesto a algo más agresivo. Bueno, ahora dime como esta mi hijo; ya que, el doctor ni siquiera se digno a mírame. Yo soy la madre y tú, tú eres un simple desconocido —lo dijo con la voz cargada de desprecio y un dejó de desdén en el tono— ¿Se me permite pasar a ver a mi propio hijo?
__ Está en la habitación 110 —era imposible no notar el sarcasmo en su voz y todo lo demás que implicaba su tono. Ella tenía razón, él no era más que un simple desconocido.
__ Será mejor que te vayas. No tienes nada que hacer aquí —paso a su lado ignorándolo.
El también la ignoro. Camino hasta la recepcionista, intercambio algunas palabras, le entregó un documento y salió con paso resuelto del hospital, sin volver la vista atrás.
Una vez sentado en su jeep, reflexiono sobre el miedo terrible que le causó ese chiquillo al verlo inconsciente. Quizá el amor que sentía por Helena se hubiese extendido al hijo. ¡Maldita sea! Ese demonio de mujer lo trastornó cuando huyó del pueblo y ahora que regresó le estaba haciendo la vida imposible. Tal vez, muy en el fondo, llegó a desear que jamás regresará. Ya estaba acostumbrado a la vida vacía, sin amor, a ser el amo amargado de “Los Cascabeles”, incluso, estaba acostumbrado a todos los rumores y chismes que existían y cohabitaban con él. ¡Claro que tampoco era un santo! y no había hecho votos de castidad. Tenía sus necesidades y las satisfacía, no en el Pueblo y tampoco tomaba jóvenes inocentes por la fuerza, como lo hizo su padre alguna vez. Sus repentinos y fugaces viajes a la Ciudad tenían sus razones.
Las mujeres que le servían para aquel fin, sabían muy bien lo que podían esperar y lo que no, de él. Jamás prometió dar nada que no pudiera cumplir y entre muchas otras cosas, eso incluía: relaciones formales, matrimonio o concubinatos y ellas lo aceptaban de buen grado, jamás le exigían lo contrario. Ese tipo de relaciones le daban libertad y a ellas también, al no existir sentimientos de por medio se evitaban complicaciones tales como los celos. Se buscaban si estaban disponibles, pasaban un rato agradable y siempre despertaba solo en la cama, sin despedidas. A Donato era lo único que le atraía de la ciudad, las mujeres disponibles y la vida ligera, nadie se preocupaba por nadie, solo por sí mismos.
Esporádicamente había sentido el deseo de abandonarlo todo y largarse muy lejos, pero enseguida recordaba su pueblo, a su gente, a los trabajadores del rancho, a los niños de la escuela y del hospital. Todo había crecido favorablemente y en gran parte gracias a él y cuando lo recordaba, lo invadía una satisfacción inmensa. Si podía hacer algo para cambiar el mundo; por pequeño que fuese, valía la pena el esfuerzo. Y jamás lo hizo por el respeto, la admiración o el agradecimiento de la gente, lo hacía porque ese fue el objetivo que se había fijado desde pequeño. Cuando veía a su madre trabajar de sol a sol, para darle de comer, cuando se veía a sí mismo rodeado de pobreza y soledad, descalzo y con la ropa desgarrada, no quería que ningún niño del pueblo sufriera la devastadora miseria que vivió y tampoco quería que quedaran huérfanos como él. Su madre murió de neumonía, de cansancio, de hambre, de pobreza y todo gracias a su padre, el viejo cacique Donato Alcaraz.
Casi sin darse cuenta, llegó a la Casa Grande, se sabía el camino de memoria, llegaría aun estando ciego. Uno de los empleados se acercó a él, le entregó las llaves para que guardara el jeep, mientras una de las empleadas de la casa salía a recibirlo y preguntarle si le apetecía cenar, pero no creía posible pasar nada, le dio las gracias con la consiguiente orden de que se retiraran todos a descansar, ya vería él como se las arreglaba si le daba hambre. Sin vacilar, acataron sus órdenes y en cuestión de segundos, se quedó completamente solo. Cuando eso pasaba, le gustaba recorrer toda la casa con un vaso de Tequila en las manos, las habitaciones, la cocina, los salones, la biblioteca y el despacho, la ala de los empleados. Todo estaba en completo silencio y por eso mismo podía escuchar el murmullo de las conversaciones de los empleados, así se enteraba de muchas cosas, sobre todo, de lo que se decía en el pueblo sobre él. Corría una leyenda, sobre él o su padre; después de tantos años ya no sabía cuál de los dos era el protagonista, los límites se había desdibujado. Desde el rancho hasta el pueblo y los alrededores, se hablaba de que tenía sus propios demonios que lo atormentaban durante la noche, que los empleados escuchaban voces y gritos desgarradores, mientras él vagaba por la casa como poseído tratando de escapar. Otros decían que era el alma en pena del antiguo amo, lo que vagaba por los pasillos de la casa sin descanso, atormentado por todas las cosas horribles que le hizo a la gente y por los crímenes cometidos impunemente, muchos años atrás. Sin embargo, nunca nadie se atrevía a comentarlo abiertamente delante de él y eso no le causaba más que risa, jamás había escuchado un solo ruido fantasmal por las noches y le asombraba la nutrida imaginación de la gente del pueblo.
Sí, era verdad, solo tenía un demonio personal que lo atormentaba por las noches. Cuando recordaba aquella única vez, en la cabaña del lago; la cual había mandado quemar después que Helena lo abandonó. Ahora el demonio cobró vida y no solo lo atormentaba de noche, también de día, a todas horas, durante el trabajo, las reuniones, el desayuno, la comida o la cena y lo peor era que desde aquel día en el hospital, no la había vuelto a ver. Sabía que lo esquivaba, que se escondía y dentro del hotel o el hospital no podía hablar con ella. Pero tenía un as bajo la manga y le gustara o no, iría a buscarlo. La red estaba tendida y solo era cuestión de tiempo para que la presa fuera capturada.