Capítulo 5
Sombras de la noche
Las horas transcurrían y la lluvia no cesaba, Anne observaba con preocupación el reloj que se encontraba en la pared de la sala, ya casi se aproximaba el momento en que su padre regresaría del trabajo, y estaba muy segura que al no encontrarla en la cabaña, se iba a preguntar dónde se ubicaba ella, ya que no estaría al tanto de su localización. Ansgar había ido a la cocina para traerle una bebida caliente, a ella le pareció un poco extraño que siendo una familia tan pudiente, no tuvieran una sola persona de servicio, pero no era quien para juzgar ese tipo de cosas.
El joven, de ojos grises y cabello n***o como la noche, que le caía a los lados del rostro igual que una cascada suave un poco desordenada, traía una charola con dos tazas. Se acercó hasta la mesita y dejó la bandeja en ese lugar, le entregó una taza humeante a Anne, quien arqueo una ceja dudando un poco si tomar el líquido de un color amarillo claro.
—No es veneno—. Aclaró mientras tomaba su taza soplando un poco para darle un sorbo a la bebida. Anne tenía una mueca de desconfianza
—Lo que menos me preocupa, es que sea veneno— Replicó con sarcasmo. Él levantó la comisura de su labio sosteniendo una mirada con un cierto toque de osadía.
—¿Y qué es lo peor que podría ser?— Simplificó expectante, la chica pelinegra miró de nuevo el contenido de la taza para responder sin rodeos.
—No sé de qué país vengas tú, pero aquí los padres enseñan a sus hijos a no aceptar cosas de extraños, en especial algún tipo de bebida que pueda estar adulterada y me llevaría a quedar inconsciente, para luego sacarme un riñón u otro órgano que pueda ser vendido en el mercado n***o— Terminó con un tono mordaz, y Ansgar ensanchó su sonrisa mostrando sus perfectos dientes blancos como perlas por un leve segundo. Su rostro parecía confundido y a la vez divertido, por lo que Anne acababa de comentar.
Se acomodó en su asiento dejando la taza en la mesita, soltó un suspiro y luego inclinó su cuerpo adelante para sujetar la bebida de ella.
—No haría eso…— Aclaró con una pausa hasta obtener la bebida con tono amarillento, para proseguir —Simplemente no tengo interés en sacarte un riñón u otro órgano vital. ¿Por qué haría algo así?— Inquirió dando un sorbo a la taza de Anne, hizo una mueca de satisfacción aspirando el olor del té y luego la miró a ella con malicia — Sí, quisiera hacerte algo, créeme que no estuvieras hablando con tanta tranquilidad cómo lo estás haciendo ahora — Concluyó relajado dejando nuevamente el té en su lugar, ella amplió los ojos muy grandes por unos segundos, tragó saliva por qué las palabras de él se le antojaban un poco amenazantes.
Anne observaba la bebida que poco a poco se le desvanecía aquel vapor, y que en definitiva no iba a beber, por temor a las palabras de Ansgar. Si bien él había tomado un sorbo, para ella no era suficiente eso, Anya siempre le decía que el peligro estaba inminente en la calle y ser confiada en la actualidad solamente la convertía en presa fácil para los depredadores del exterior.
Él se levantó del sofá y recogió las tazas para regresarlas a la cocina, Anne aprovechó para mirar a través de la ventana y al mover la cortina un poco, notó que como por arte de magia había dejado de llover… Fue extraño, ya que el cielo parecía a punto de caerse, la tormenta era tan fuerte que no indicaba marcharse tan pronto hasta algunas horas después, sin embargo, ahí estaba el cielo despejado y la oscuridad se había desvanecido por completo.
Para cuando Ansgar regresó de la cocina, ya Anne estaba esperando en la puerta dispuesta a irse, él no dijo una sola palabra, únicamente abrió la puerta y avanzó hasta el garaje para sacar su convertible. Ella echó un vistazo rápido dándose cuenta de que también había un Porche, Mustang y Mercedes, lo que la hizo pensar en las palabras de Sarah y que no exageraba al decir que ellos eran muy ricos. No solamente porque tenían los mejores autos del año, sino también por tantos lujos y una casa enorme donde fácilmente podían vivir diez familias grandes totalmente cómodas.
—¿Vienes?—. Preguntó él, sacándola de su ensoñación. Anne sacudió levemente su cabeza y avanzó hacia el auto, sin embargo, se quedó parada antes de poder poner un pie en el interior del vehículo, como si hubiera recordado algo… Él enarcó una ceja esperando a que la distraída chica subiera, pero no lo hizo y señaló la parte trasera del convertible.
—¿Dónde está mi bici?— Parecía molesta, de hecho su rostro se arrugó en una mueca frunciendo el ceño. —¿Dónde la dejaste?.
—Ah, eso…— Ratificó él. —Se hizo pedazos cuando chocaste y no había espacio en mi auto para subir esa chatarra— Sus palabras eran como si eso fuera algo irrelevante y no había que darle tanta importancia, pero Anne estaba desconcertada y llena de indignación al saber que su salvador olvidó recoger la bici, que era su transporte para ir a la parte central del pueblo cuando estuviera aburrida.
—Definitivamente, creo que debiste dejarme tirada en el bosque— Instó ella disgustada. Él levantó sutilmente las comisuras de sus labios en una sonrisa perversa.
—Con toda esta lluvia quizás estuvieras muerta— Hizo una pausa corta y miró adelante ignorándola para añadir con cinismo — No me agradezcas por salvar tu miserable vida— Encendió el auto haciendo un fuerte ruido con el motor, para así evitar escuchar cualquier queja de Anne. Ella subió en silencio echando chispas, no lo miró en ningún momento, ya que eso solo iba a empeorar la situación y sabía que una palabra más de Ansgar equivalía a una respuesta agresiva de su parte.
Luego de 20 minutos conduciendo y una tangible tensión, por fin llegó a la cabaña en la cual no había un solo foco encendido, dándole tranquilidad a Anne, por el hecho de que su padre todavía no llegaba del trabajo. Sin pensarlo mucho bajó del convertible para dirigirse a la entrada, obviando al sujeto que le había “salvado la vida” y con el cual estaba furiosa por ser un tipo tan tajante, no obstante escuchó la puerta del auto abrirse y tuvo que apretar más el paso por el simple hecho de que no quería tener algo más que ver con él.
Al subir los pequeños peldaños de madera para pasar por el porche hasta la entrada principal, Ansgar sujetó su brazo para encararla. Anne no sabía como reaccionar, pero lo que si sentía era un enorme enojo e ira que le recorría todo el cuerpo, su mandíbula se contrajo con fuerza y la respiración era densa en un inútil intento de contenerse para no darle una bofetada al chico de cabello n***o y terrible actitud.
—Se dice, gracias— Empezó calmado, pero a la vez exigente, ella giró los ojos y pegó la lengua al paladar para no morderla por el enojo.
—¿Disculpa? ¿Más o menos que debo agradecerte?— Reprochó con mala cara, y él soltó una risita con sarcasmo
—Bueno, creo que es algo obvio, pero al parecer tienes problemas de memoria—. Sus últimas palabras eran acompañadas de osadía y burla mezclada con contundencia.
Anne subió un escalón halando un poco brusco para que Ansgar la soltara, él cedió fácilmente, ya que de no haberlo hecho ella tomaría cartas en el asunto.
—No, la verdad creo que no tengo nada que agradecer. De hecho— Resaltó —Me debías eso, tu querido amigo— Señaló su rostro —Casi me matas en la carretera, así que tómalo como haberte reivindicado por tu error— Culminó encogiendo sus hombros, para subir los últimos escalones y darle la espalda.
Antes de poder meter la llave en la cerradura de la puerta, volvió a escuchar los pasos de él, acercarse y al girar su cuerpo, se encontró con su rostro tan cerca que se vio en la obligación de retroceder, sin embargo, para su mala suerte la puerta impedía que pudiera hacerlo.
El brazo largo y perfecto de Ansgar se posó en la puerta, arriba exactamente en el lado derecho donde se ubicaba la cabeza de Anne, encarcelando su débil cuerpo, le acercó tanto el rostro que ella quedó inmovilizada, debió tragar una gran cantidad de saliva para no perder el control, debido a que jamás había tenido tan corta distancia con un chico en sus 17 años de vida. El corazón le latía con tanta rapidez que sus oídos le estaban zumbando, las piernas se le hacían gelatina ante la presencia predominante de ese ser humano tan irrespetuoso y a la vez atractivo. Hizo el intento de moverse, pero él se acercó más para evitarlo, clavó sus ojos grises en los de ella con una intensidad casi hipnótica que le impedía a Anne dejar de verlos.
—Hagamos algo— Susurró. —Tú deja de ser tan amargada, ten un poco más de agradecimiento y solo tal vez voy a considerar no castigarte…— Añadió con voz ronca. Ella no tenía idea a que se refería él, sin embargo, en esa situación no tenía muchas opciones, probablemente era un demente y podía hacerle daño, aunque ella no sentía eso a pesar de las palabras que acababa de emplear, puesto que la manera en que la miraba se le hacía extraña casi como si sus ojos fueran una llama encendida difícil de extinguir y su cuerpo transpiraba un deseo profundo que no lograba comprender.
Antes no lo había visto en su vida, pero ahora tenía justo en frente al chico que supuestamente la había salvado, también por poco la asesinó con su auto y por último, se encontraba acorralándola en la puerta de su hogar diciéndole cosas sin sentido que ni siquiera un erudito entendería.
Tomó valentía y carraspeo para poder articular las palabras en respuesta a lo que Ansgar le estaba diciendo, levantó sus manos para ponerlas en el pecho de él, cosa que fue una mala idea porque su torso era como una piedra dura tallada por un escultor experimentado, quiso intentar hacer que retrocediera, y su cuerpo parecía estar sembrado en la madera del porche.
—Anne, Anne– Pronunció su nombre lentamente —Eres tan rebelde. ¿No te han enseñado tus padres modales?— Murmuró sonriendo de forma maliciosa.
Ella alzó la barbilla para que él supiera que no le tenía miedo, tampoco la intimidaba y por supuesto que menos la haría ceder por sus encantos. Pero sabía que en el fondo, ese débil intento de parecer ruda se desvanecía con la cercanía de Ansgar Abbey.
—¿Modales? Tú eres quien no sabe de modales, ¿Acaso no ves como no tienes respeto por el espacio personal?— Concretó casi atropellando las palabras. Él permaneció en silencio por poco tiempo, el cual se hizo una eternidad para Anne, pero luego de recapacitar recobró la compostura, haciendo que ella pudiera respirar con más alivio.
—Lo siento, de igual manera deberías considerar lo que te dije— Respondió con un guiño de ojo sosteniendo brevemente la barbilla de Anne, ella giró el rostro para que la soltase, y hecho eso él se marchó sin agregar algo más.
Anne se le quedó viendo hasta que desapareció su vehículo en el sendero rocoso, se dio media vuelta mirando la puerta, pero al intentar introducir la llave en la cerradura, pudo notar su mano temblar de forma involuntaria, por lo que tuvo que usar la otra para calmar el espasmo y abrir de una vez por todas.
Entró a la sala y por alguna razón la temperatura era más alta en el interior de la cabaña, cosa que podía decirse era rara, ya que no estaba encendida la chimenea y para refrescarse un poco se quitó la sudadera, pues por primera vez sintió calor desde que llegó a Phemking. Miró a todos lados sintiendo que algo le faltaba, y justo al descubrir exactamente la ausencia de ese algo tan importante, se maldijo por haberlo olvidado.
***
En la cena ambos estaban en silencio, Simón quiso establecer una conversación con su hija, pero ella la había cortado con un “No hubo nada nuevo” Cosa que era realmente falsa, ya que se guardó el incidente con el muchacho que la salvó, y que por supuesto su padre también debía conocer, por el hecho de que los Abbey eran de los más nombrados en el pueblo. Por fortuna no tuvo señales visibles de su accidente en la carretera, de otra forma habría sido más difícil inventar algo para que el hombre frente a ella no hiciera preguntas.
Después de terminar la cena, Simón se fue a la cama debido a que estaba muy cansado. Anne se quedó en la cocina lavando los platos y limpiando todo, mientras escuchaba música con sus audífonos puestos. De pronto, todo quedó en silencio a pesar de que ella estaba tarareando una canción de “Sia” Revisó su bolsillo para verificar que su teléfono no se había descargado, o apagado, pero de hecho, la música seguía corriendo y los auriculares no emitían un sonido… Frunció el ceño y sacó el conector de los audífonos y la música empezó a sonar como si nada.
—Bien, solo esto me faltaba, ahora estas porquerías no sirven— Se quejó enrollando los cables para echarlos a la basura, no obstante justo antes de abrir la tapa del cesto un sonido proveniente de afuera se robó su atención.
Era como si algo golpeara la casita donde su padre guardaba las herramientas grandes, a pesar de su última experiencia con un ruido de afuera, la curiosidad era más fuerte.
Antes de salir tomó una linterna de un cajón en la cocina, y se puso la sudadera. La madera del piso rechinaba con cada paso lento que daba hasta que sus pies tocaron la tierra, encendió la linterna apuntando siempre adelante para ver el camino, mientras una pequeña llovizna rociaba la penumbra del bosque, el cri cri de los grillos predominaba haciendo eco por todos lados, como también el ulular de un búho se hacía presente en algún árbol cercano. La luz de la linterna se opacaba por la niebla espesa que estaba esparcida alrededor de la cabaña y se adentraba en el profundo bosque oscuro, Anne ni siquiera sabía por qué había salido, pero al verse en ese tenebroso lugar se arrepintió regresando inmediatamente a la cabaña.
Sus pies eran presurosos al regreso, pero un susurro proveniente del bosque, hizo que se parara en seco...
—Anne, Anne… Anne, Anne...— Intentó tragar saliva, y su garganta estaba cerrada. Tenía el cuerpo tenso, casi inmóvil, el susurro volvió a escucharse mientras se desvanecía sutilmente —Anne… Anne, Anne…— La linterna en su mano temblaba, pero con toda la valentía que podía recolectar dentro de ella, giro lentamente apuntando al sitio para poder observar quién estaba llamándola. Justo cuando direccionó la luz, una sombra pasó tan rápido que fue imposible para ella distinguir si era hombre o mujer. Y con su corazón a punto de salirse del pecho, corrió cerrando la puerta mientras la observaba helada por el miedo. Minutos después se aseguró de poner bien el seguro en todas las puertas y ventanas, ya que no sabía si alguien estaba afuera y quería entrar para hacerle daño.
Nunca antes había tenido una experiencia parecida y algo le decía que no sería la primera vez que eso iba a suceder.