3- FIESTAS EN LAS FAVELAS

915 Words
MAGDA EN EL PRESENTE Alguien chasquea sus dedos frente a mi rostro, parpadeo un par de veces para volver al presente. Cuando enfocó mi vista al frente veo a Paulo sonriendome, tiene una camiseta blanca, unas zapatillas de deporte y unos short estilo playero, todo muy sport. Miro a mi alrededor y la fiesta está en pleno apogeo, la droga corre como el río en este lugar, todos beben, fuman hierba, bailan y gozan. —Bonita— me lo dice siempre, desde que me conoció, me ve de arriba abajo con una mirada capaz de bajar bragas —en que pensaba la niña de Venezuela. —En Rusia— respondí con una sonrisa con la boca cerrada. —Los cuentos vuelan, se esa historia…Dicen que derrotaste a dos hombres con un cuchillo en una pelea en la arena de fire fist — me dice lo último en inglés. —Fue un solo hombre y cuando entre en esa arena no sabia que eran peleas tan importantes como las de puño de fuego. Ha diferencia de los que muchos creen Paulo Carvalho es un hombre estudiado, con dos maestría en química y es experto en varios idiomas, es dueño de las favelas porque aquí creció y así lo quiso y aunque es un vil hombre sanguinario capaz de matar a sangre fría para algunos, es justo y sabio para otros. Para muchos es un santo, para otros un demonio, pero todo depende de la parte que sacas de él. —Me dijeron que te vas — hace este mohín gracioso. —Sí, en la madrugada voy a Japón. —Te pediría que no te fueras, pero se que es inútil. Seguimos platicando y al cabo de un rato nos ponemos a bailar algún regueaton de moda, pone las manos en mis caderas y nos movemos al son de la música. Cuando me doy la vuelta para tenerlo de espalda escucho el click de un arma siendo martilleada, la música se apaga y todos sacan sus armas apuntando alrededor de nosotros pero, no a nosotros en sí. Me quedo mortalmente quieta. Yo estoy con mi espalda pegada al pecho de Paulo y su mano grande en mi estomago. —Quitale las manos de encima a mi mujer— dicen en un perfecto portugués. Esa voz… Reconocería esa voz este donde este. Me giro y ahí esta. —¿Tú mujer?— le responde Paulo divertido. Yo sigo sin saber procesar todo esto y lo único que digo es lo evidente. —Marco— un jadeo deja mi boca —viniste. —Seis meses es…, demasiado jodido tiempo negra. Dice regalandome una mirada dolida, endurece la mandíbula y aprieta más el arma en la cien del brasileño. Y en este momento me siento como una cucaracha por darle más prioridad a mi venganza. Paulo no se ve asustado, diría que está divertido de la situación y me doy cuenta que Marco puede dañar todo el convenio. —Marco, baja el arma— digo a modo de regañina, pero es más una súplica que otra cosa —solo bailabamos, es todo. Marco mueve el cuello de lado a lado para liberar la tensión que se acumula allí. —Paulo, te he hablado de Marco, este es mi esposo Marco Arismendi— «aunque técnicamente no estemos casados» pienso. —El hombre que no tiene para un anillo en tu hermoso dedo. Sí, si se quien es bonita— dice para provocarlo de manera chula. Marco gruñe y yo volteo los ojos. —Paulo, no lo mejores tanto— digo irónicamente. Solo se encoge de hombros, me quito la cadena, la agitó y enredo en su muñeca doy un tirón bajando su mano y el arma. La guarda poco después para mi alivio. Se gira para enfrentarme y yo solo hago lo que he querido desde hace seis meses. Le salto encima enredando su cintura con mis piernas subiendo mi vestido a la mitad de mi muslo, mi cabeza se entierra en el hueco de su cuello aspirando su aroma varonil, es jodidamente embriagante. Sus manos son automáticas y van directo a mi culo, ahuecando y amasando a través de la tela mientras soltamos un suspiro, pasa su nariz por mi cabello y susurra. —No me dejes… Nunca más— yo lo aprieto más fuerte —mierda, estoy en casa— susurra cerca de mi oído. Sigo sumergida en mi burbuja, dándole besos pequeños en el cuello y la oreja, mientras escucho a Paulo. —Aquí no ha pasado nada, señores— aplaude —que siga la fiesta— y enseguida la música retumba por los altavoces del lugar. —Ya tuviste tu despedida, nos vamos—me habla al oído. No tengo nada que objetar a eso así que no digo nada. Comienza a caminar, pero en dirección contraria a donde me estoy quedando. —La casa donde estoy viviendo no queda por aquí— estoy mareada creo que ya la bebida me está afectando. —Vamos a un hotel, acaso quieres que toda la favela te escuche gritar mi nombre— y se que esta sonriendo. —Pero deberás conducir, se me hará eterno— replicó en un ronroneo cerca su oído. —Mierda, cuando tienes razón, tienes razón— dice cambiando la dirección —guíame, preciosa. Lo guió hasta llegar a la casa y aún no me suelta, sigo enroscada como una anaconda queriendo comer su presa. Ahora que esta aquí, no lo voy a dejar ir.
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