Percy Alexander Cuando llegué a la casa de mis padres, sentía que cada paso que daba era un esfuerzo titánico. Mis emociones estaban a flor de piel, y la traición de Eva y mi padre me quemaba por dentro. Abrí la puerta con manos temblorosas y entré, encontrándome con mi madre en el salón. Me había costado llegar hasta aquí, pensé que lo haría con todas las prisas del mundo, pero el camino fue una eternidad y mi pie no quería acelerar. Esta verdad a mi madre la iba a destrozar, pero no sabía qué excusa pondría mi padre y lo mejor era que ella lo supiera de parte mía. Ella me recibió con una sonrisa, ajena a la tormenta que se avecinaba. —¡Percy! Qué alegría verte, cariño —dijo, acercándose para darme un abrazo. Le devolví el abrazo con fuerza, sintiendo una punzada de dolor en el