Al oír las palabras de Zairan, el Rey Olnor se volvió hacia él, su rostro reflejando confusión. —¿Qué haces, hermano? —preguntó, sin comprender esa actitud hostil. —Tomo lo que por derecho me pertenece —gruñó Zairan, y sin previo aviso, se lanzó al ataque. Las espadas chocaron con un estruendo metálico, provocando chispas al entrar en contacto. Olnor, sorprendido por la traición de su hermano, apenas tuvo tiempo de bloquear los golpes certeros que llovían sobre él con la fuerza de un huracán. —¿Te has vuelto loco? ¡Soy tu rey y tu hermano mayor! ¡No puedes ir en contra de mis decisiones! —exclamó Olnor, esquivando un tajo que rozó su mejilla, dejando un rastro de sangre que él se limpió con rapidez, viendo cómo su mano regresaba manchada de ese líquido carmesí. —¡Lo único que eres es