La mujer, enceguecida por la devoción ciega hacia Atalia, avanzaba con calma calculada. Su mirada ardía con furia desatada, las venas de su cuello palpitaban con frenesí mientras se acercaba sigilosa a Gideón y Serenity, abrazados en íntima cercanía. Dado que ella carecía de experiencia en ataques, su plan era actuar a traición, ser rápida y letal. Si moría en el intento, no importaba, estaba dispuesta a entregarlo todo por la causa de Atalia. De pronto, Gideón se tensó, como un lobo que capta un aroma amenazante en el aire. Su rostro, antes calmado y mirando a Serenity con amor, se ensombreció en una máscara de dureza. Con voz grave, advirtió a su esposa: —Actúa normal, diosa... Serenity ni siquiera tuvo tiempo de responder, pues con un movimiento fluido digno de su lado lupino, Gideón