La súplica necesitada de Serenity fue todo lo que Gideón necesitó para perder el último resquicio de control que le quedaba. Con una lentitud tortuosa, deslizó sus grandes manos por el cuerpo de su amada hasta posarlas en sus muslos perfectos y suaves como el satén. Con un movimiento firme pero delicado, le abrió las piernas en una silenciosa invitación, dejando expuesta a su vista abrasadora esa área tan íntima y sagrada del cuerpo de su diosa. Sin más preámbulos, él llevó dos de sus dedos para explorar la femineidad de Serenity, sintiendo cómo se encontraba empapada por la excitación que lo consumía a él también. Cuando introdujo esos dos dedos hasta el fondo, un gemido entrecortado brotó de los labios de su amada, quien se removió sobre las pieles con los ojos entrecerrados por el plac