En un instante, el campo de entrenamiento quedó sumido en un silencio sepulcral. Todos los presentes detuvieron sus quehaceres y centraron su atención en las dos mujeres que se erguían frente a frente, como si fueran las únicas existencias en aquel extenso terreno. La extranjera, con su porte delicado pero valiente, parecía un corderito de lana inmaculada desafiando a una loba feroz e implacable, la princesa de Zythos. Sin embargo, aquel aparente contraste no hacía más que avivar las llamas de la expectación, pues ambas, la frágil oveja y la temible depredadora, se preparaban para un enfrentamiento que prometía ser épico o desastroso. En ese instante, el ambiente estaba tenso, como si cada partícula de polvo contuviera la respiración contenida de los espectadores, ansiosos por presenciar